Vida
de santidad.
San
Valentín nació en Interamna Terni, unos 100 kilómetros al norte de Roma, cerca
del año 175. Fue ordenado por San Felicio de Foligno y consagrado obispo de
Interamna por el Papa Víctor I en el año 190 d. C. Reconocido por su fervor evangelizador,
por sus milagros y curaciones, ejerció como sacerdote en Roma durante el siglo
III bajo el gobierno del Emperador Claudio II, para luego ser torturado y
decapitado el 14 de febrero del año 270[1].
Mensaje
de santidad.
En la época
de San Valentín, el emperador había decretado la prohibición de los
matrimonios, puesto que consideraba -erróneamente- que “Los
solteros sin familia son mejores soldados, ya que no tienen ataduras”. San
Valentín consideraba, acertadamente, que este decreto era injusto, puesto que privaba
a los jóvenes de recibir el Santo Sacramento del Matrimonio. Puesto que San
Valentín instruía en el sentido del verdadero noviazgo en Cristo a los jóvenes
novios y luego les impartía el Sacramento del Matrimonio, fue detenido por los
soldados del emperador y luego condenado a muerte. Debido a que murió dando testimonio de Cristo como
Esposo de la Iglesia Esposa, lo cual es el fundamento del matrimonio
sacramental católico, llevando al altar a los novios luego de ser catequizados,
para que se unieran bajo el Sacramento del Matrimonio, San Valentín es Patrono
de los novios que se aman con el Amor Puro e Inmaculado del Sagrado Corazón de
Jesús; es el Patrono de los novios que se aman con un amor casto, puro, un amor
que es partícipe del Amor casto y puro del Sagrado Corazón de Jesús y también
de la Pureza del Inmaculado Corazón de María.
Por esto
mismo, San Valentín no es “patrono de los enamorados”, de forma genérica y
abstracta y mucho menos cuando en nuestros días la palabra y el concepto de “amor”
han sido degradados a la pasión, ahora no ya entre varón y mujer sino en
cualquier tipo de unión. La memoria de San Valentín no tiene nada que ver con
el proceso de secularización, descristianización y materialización que el mundo
moderno ha hecho de su memoria en nuestros días, al reducir el día de San
Valentín a una fecha secular en la que quienes están en relaciones
pre-matrimoniales intercambian tarjetas, regalos y cosas por el estilo. San
Valentín es Patrono solo, pura y exclusivamente, de quienes se aman en Cristo,
de quienes llevan un verdadero noviazgo católico -sin relaciones
prematrimoniales, sin convivencia concubinaria, sin relaciones múltiples como
la aberración del “poliamor”- y que, en Cristo, desean formar una familia luego
de recibir el sacramento del matrimonio.
Los novios que se aman con el amor puro de Cristo, no
mancillan sus cuerpos con relaciones carnales, las cuales están reservadas,
según el orden natural, para el matrimonio sacramental. La prueba de que los
novios se aman verdaderamente en Cristo, es que precisamente no harán lo que
está reservado para el matrimonio, esto es, las relaciones pre-matrimoniales, vividas
en nuestros días como si eso fuera “normal” o como si no tuvieran consecuencias
en el plano espiritual -la consecuencia es el pecado mortal-. Las relaciones
propias del matrimonio, fuera del matrimonio, constituyen un pecado mortal y es
por eso que si los novios se aman verdaderamente, no inducirán a su ser amado a
cometer el más grave error que puede cometer un alma en esta vida y es el
pecado mortal, en este caso, la fornicación. San Valentín es Patrono solamente de quienes se profesan el verdadero y único amor del noviazgo cristiano, el amor puro y casto, un amor que participa de la pureza del Amor de los Sagrados Corazones de Jesús y María.
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