En la Tercera
Revelación, ocurrida en el mes de julio de 1674[1],
el Sagrado Corazón se le apareció a Santa Margarita María de Alacquoque y la
santa lo relata así: “Un día, arrodillada ante el Santísimo
sacramento expuesto en el altar… Jesucristo, mi dulce Maestro, se me presentó,
todo resplandeciente de gloria, con
sus cinco llagas resplandeciendo como tantos soles. De todas partes de Su
Sagrada Humanidad brotaban llamas pero especialmente de Su adorable pecho, que
era como un horno. Abriéndolo, me mostró Su corazón amoroso y adorable
como la fuente viva de esas llamas. Luego me reveló todas las maravillas indecibles de su amor puro y
el exceso de amor que había concebido para los hombres de quienes no había
recibido más que ingratitud y desprecio. Entonces Jesús le dijo: “Esto es más penoso para Mí, que todo lo que soporté en mi Pasión. Si
tan solo me devolvieran algo de amor, no consideraría todo lo que he hecho por
ellos, y haría aún más si fuera posible. Pero sólo tienen frialdad y
desprecio por todos Mis esfuerzos por hacerles el bien. Tú, al menos,
puedes darme la felicidad de compensar su ingratitud, tanto como puedas”.
Jesús se queja ante Santa Margarita por la frialdad y la indiferencia que
recibe de parte de los bautizados, por quienes Él entregó su Vida en la Cruz y
donó su Amor en Pentecostés. En vez de adorarlo en el Santísimo Sacramento del
altar, la Sagrada Eucaristía, los católicos prefieren sus propios intereses y
diversiones, dejándolo a Jesús solo en el sagrario y en el altar, porque casi
nadie viene a Misa los Domingos y mucho menos a adorarlo en la Sagrada
Eucaristía. Luego Jesús le dijo qué es lo que debía hacer Santa Margarita para
apaciguar su dolor y es el adorarlo a Él todas las veces que pueda y recibirlo
en la Sagrada Comunión el primer viernes de cada mes: “Primero, debes recibirme en el
Santísimo Sacramento tan a menudo como la obediencia lo permita, sin importar qué mortificación o
humillación pueda implicar. Además, recibiréis la Sagrada Comunión el primer viernes de cada mes y
todas las noches entre el jueves y el viernes os haré partícipes de ese dolor
de muerte que tuve la voluntad de sufrir en el Huerto de los Olivos. Este dolor te reducirá, sin que sepas cómo,
a una especie de agonía más amarga que la muerte. Para unirte a Mí en la
humilde oración que entonces ofrecí a Mi Padre celestial en agonía, debes
levantarte entre las once y las doce y permanecer conmigo de rodillas durante
una hora, con el rostro en tierra, para apaciguar la ira de mi Padre Eterno, y
pedirle perdón por los pecadores. Así
compartirás conmigo, y de alguna manera aliviarás el amargo dolor que sufrí
cuando mis discípulos me abandonaron y me vi obligado a reprocharles que no
podían velar conmigo ni siquiera por una hora. Durante esa hora debes hacer lo que yo te enseñaré”.
Notemos que Jesús la llama a una intensa unión de amor en la Eucaristía, pero
no le promete que su vida será un colchón de rosas, sino que la hará partícipe
del dolor y de la amargura que Él padeció por amor a todos y cada uno de
nosotros. Todos los católicos debemos, en consecuencia, pedir la gracia de
unirnos a la Pasión de Amor del Sagrado Corazón, para así aliviar sus dolores,
amarguras y sufrimientos.
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