San Isidoro nos enseña la grandeza del amor de San José para
con sus devotos, por medio de la siguiente historia, sucedida realmente. El santo
relata que en Venecia vivía un buen hombre que era muy devoto de San José y que
en honor de San José, daba gran cantidad de limosna a los más necesitados,
además, acudía a los templos en donde se encontraba la imagen de San José,
ayudaba a preparar los altares y hacía muchas otras demostraciones en honor de
su Santo Patrono. Poco tiempo después, este señor, devoto de San José, se
enfermó con cierta gravedad y al encontrarse en ese estado, enfermo, se
preocupó mucho por su salud corporal y no tanto por la salud de su alma. Su
enfermedad comenzó a agravarse cada vez más, por lo que hacía todo lo posible
para curar su cuerpo y de tal manera se agravaba, que estaba ya a punto de
morir, pero no pensaba ni por un instante en confesarse, porque los amigos del
cuerpo y enemigos del alma, para no afligirlo, no le advertían que estaba a
punto de morir.
Es
aquí en donde interviene San José, demostrando cuánto amor tiene el Padre
adoptivo de Jesús para con sus devotos: San José se le apareció en sueños y le
hizo ver en el estado en el que se encontraba su alma –tenía muchos pecados
ocultos y nunca confesados- y le ordenó que se confesara para que su alma
quedara limpia de pecado, llena de la gracia de Dios y en estado de ir al
Cielo. El devoto de San José, apenas despertó, pidió la asistencia de un
sacerdote para confesarse, lo cual hizo con verdadera contrición, es decir, con
dolor sincero por sus pecados, porque San José le había hecho tomar conciencia
de que con sus pecados, había crucificado a Jesús. Luego de confesar todos sus
pecados con verdadero arrepentimiento, entregó su espíritu al Señor Jesús por medio
de las manos de su Abogado San José, ingresando así en el Cielo.
Con
esta historia real, vemos cómo la devoción a San José le valió nada menos que
la vida eterna en el Reino de Dios y vemos también cómo San José ama tanto a
sus devotos, que no permite que ninguno se condene eternamente. Por último,
vemos cómo San José no le obtuvo la salud del cuerpo, porque finalmente el
devoto murió, pero sí le obtuvo lo más importante en esta vida, que es la salud
del alma, porque a través de San José, que le avisó en qué estado estaba su
alma, pudo confesarse y así obtener la salvación eterna.
Como
devotos de San José, preocupémonos de la salud del alma, más que por la salud
del cuerpo: si cuidamos el cuerpo tomando medicinas, cuidemos todavía más el alma,
recibiendo la gracia santificante por medio del Sacramento de la Penitencia. Si
hacemos así, luego de nuestra partida de esta vida terrena, nos encontraremos
con nuestro Santo Patrono San José en el Reino de los cielos y adoraremos con
él y con la Madre de Dios, al Hijo adoptivo de San José, Nuestro Señor
Jesucristo.
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