La
existencia del Purgatorio es un dogma de fe de la Iglesia Católica[1],
según el cual, si un alma muere con pecados veniales no confesados, pero no con
pecados mortales, va al Purgatorio para purificarse por el fuego y así luego
ingresar en el Cielo. La experiencia de los Santos reafirma nuestra fe católica
en el Purgatorio, sobre su existencia y sobre cómo podemos hacer los vivientes
para ayudar a las almas que están atrapadas allí[2]. Veamos
algunos testimonios de santos católicos acerca del Purgatorio.
En
las “Actas del martirio de Santa Felicidad y Perpetua” Tertuliano cuenta lo que
le sucedió a Santa Perpetua hacia el año 202. Una noche, mientras estaba en la
cárcel, vio a su hermano Dinocrates, que había muerto a los siete años de un
tumor en el rostro. Ella dice así: “Vi salir a Dinocrates de un lugar
tenebroso, donde estaban encerrados muchos otros que eran atormentados por el
calor y la sed. Estaba muy pálido. En el lugar donde estaba mi hermano había
una piscina llena de agua, pero tenía una altura superior a un niño y mi
hermano no podía beber Comprendí que mi hermano sufría. Por eso, orando con
fervor día y noche, pedía que friera aliviado… Una tarde vi de nuevo a
Dinocrates, muy limpio, bien vestido y totalmente restablecido. Su herida del
rostro estaba cicatrizada. Ahora sí podía beber del agua de la piscina y bebía
con alegría. Cuando se sació, comenzó a jugar con el agua. Me desperté y
comprendí que había sido sacado de aquel lugar de sufrimientos” (VII,3-VIII,4).
San
Agustín, en el siglo V, afirma: “La Iglesia universal mantiene la tradición de
los Padres de que se ore por aquellos que murieron en la comunión del cuerpo y
la sangre de Cristo” (Sermo 172,1). “Opongan los herejes lo que quieran, es un
uso antiguo de la Iglesia orar y ofrecer sacrificios por los difuntos” (libro
de herejías, cap 53). Su madre Santa Mónica antes de morir dice: “Sepulten mi
cuerpo donde quieran, pero les pido que, dondequiera que estén, se acuerden de
mí ante el altar del Señor” (Confesiones IX,11). Y él dice: “Señor, te pido por
los pecados de mi madre” (Conf IX,13). “Señor, que todos cuantos lean estas
palabras se acuerden ante tu altar de Mónica tu sierva y de Patricio, en otro
tiempo su marido, por los cuales no sé cómo me trajiste a este mundo. Que se
acuerden con piadoso afecto de quienes fueron mis padres en la tierra… para que
lo que mi madre me pidió en el último instante, le sea concedido más
abundantemente por las oraciones de muchos, provocadas por estas Confesiones y
no por mis solas oraciones” (Conf IX,13). Y afirmaba que “el sufrimiento del
purgatorio es mucho más penoso que todo lo que se puede sufrir en este mundo”
(In Ps. 37, 3 PL 36). Algo parecido decía Santa Magdalena de Pazzi, quien pudo
una vez contemplar a su hermano difunto y dijo: “Todos los tormentos de los
mártires son como un jardín de delicias en comparación de lo que se sufre en el
purgatorio”.
Santa
Catalina de Génova, llamada la “Doctora del Purgatorio”, escribió un tratado
sobre el purgatorio, que en 1666 recibió la aprobación de la Universidad de
París, y dice que “en el purgatorio se sufre unos tormentos tan crueles que ni
el lenguaje puede expresar ni se puede entender su dimensión. Por último, en relación
a los dolores que se sufren en el Purgatorio, un testimonio afirma acerca de un
alma que sufría intensos dolores de quemaduras en la mano, debido a que en su
vida terrena había recibido una vez la Comunión en la mano.
La
oración por los difuntos, pidiendo por su eterno descanso, a la vez que les
proporciona a ellos el consuelo porque así son cada vez más purificados,
quedando en condiciones de ingresar en el Reino de los cielos, nos concede el
mérito de una obra de misericordia espiritual, que abre las puertas del Cielo,
para nosotros y para nuestros seres queridos.
[1] Catecismo de la Iglesia
Católica: 1030 Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero
imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación,
sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad
necesaria para entrar en la alegría del cielo. 1031 La Iglesia llama purgatorio
a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del
castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe
relativa al purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y
de Trento (cf. DS 1820; 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia
a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un
fuego purificador
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