Vida
de santidad[1].
Nació en el castillo de Javier (Navarra) el año 1506. Cuando
estudiaba en París, se unió al grupo de san Ignacio. Fue ordenado sacerdote en
Roma el año 1537, y se dedicó a obras de caridad. El año 1541 marchó al
Oriente. Evangelizó incansablemente la India y el Japón durante diez años, y
convirtió muchos a la fe. Murió el año 1552 en la isla de Sanchón Sancián, a
las puertas de China
Mensaje de santidad.
Un pensamiento de San Francisco Javier, originado en la
apatía de los malos cristianos, nos deja entrever parte de su mensaje de santidad[2]. Sucedió
que estando San Francisco Javier cerca de su lugar de misión, debía trasladarse
a una isla, en donde había una gran población a la cual evangelizar, pero no
encontraba ningún barco con el cual trasladarse; entonces dijo: “Si no
encuentro una barca iré nadando”. No lo desanimaban los obstáculos físicos,
pero sí le causaba cierto desaliento el comprobar la indiferencia y la apatía
de los cristianos ante la necesidad de evangelizar y por eso dijo: “Si en esas
islas hubiera minas de oro, los cristianos se precipitarían allá. Pero no hay
sino almas para salvar”. Con esta frase, nos dice mucho acerca de su santidad:
por un lado, deseaba con todo su ser anunciar a la mayor cantidad de prójimos
posibles, que tenían un alma para salvar, que tenían un Dios que había dado su
vida en la cruz para salvarlos; que para salvarse debían adorar a ese Dios,
llamado Jesucristo y que ese Dios estaba
en la cruz y además estaba en persona, glorioso, en la Eucaristía; deseaba
contar a todos la gran noticia de que había un Dios para adorar y que ese Dios estaba
en Persona, oculto, en la Sagrada Eucaristía. Pero también se daba cuenta que
los mismos cristianos, que debían arder de amor al Cristo Eucarístico,
mostraban más interés por los bienes materiales, que por dar a conocer al Dios
de la Eucaristía. Al recordar al santo en su día, le pidamos que interceda para
que nuestros corazones se enciendan en el amor a Jesús Eucaristía y que
llevados por ese amor, proclamemos al mundo que debe adorar al Dios del
sagrario, Jesús de Nazareth.
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