Mensaje
de santidad[1].
San Carlos Borromeo fue obispo de Milán y luego nombrado
cardenal por el papa Pío IV, se caracterizó por ser un verdadero pastor fiel,
preocupado por las necesidades de la Iglesia de su tiempo, que son las
necesidades de la Iglesia de todos los tiempos, la conversión de los pecadores
y la salvación de las almas y para la formación del clero erigió numerosos seminarios,
a fin de dar pastores según el Corazón de Cristo para las almas; además, visitó
muchas veces toda su diócesis con el fin de mantener siempre vivas las
tradiciones, las virtudes y la fe católica.
Vida de santidad.
San
Carlos Borromeo se caracterizó, como obispo, por visitar a toda su diócesis, a
todas sus parroquias, para estar en contacto con sus sacerdotes y con los
fieles laicos. Su diócesis comprendía una vasta porción de territorio, pero eso
no fue un inconveniente para que el santo obispo la visitara y recorriera en
toda su extensión, lo cual daba fe de celo por preservar intacta la verdadera
fe católica, para que no sufriera contaminación con ideas extrañas, además de
su gran amor por las almas, por su conversión y su salvación. En su escudo episcopal
llevaba un lema de una sola palabra: “Humilitas”, humildad; no se trataba de un
simple detalle heráldico, sino una elección precisa: atento al Evangelio, el
santo obispo era consciente que la humildad era la virtud, junto a la caridad,
que más distinguía la Hombre-Dios Jesucristo, al punto de ser la virtud
expresamente pedida por Él en el Evangelio: “Aprendan de Mí, que soy manso y
humilde de corazón” y como deseaba imitar a Cristo, deseaba imitarlo en aquello
que más lo caracterizaba, la humildad, que nace de la caridad, del amor
sobrenatural a Dios y al prójimo. Así, él, que era de cuna noble y que por
herencia familiar poseía una gran riqueza, no dudaba en privarse de todos los
lujos para emprender largos y fatigosos viajes, con tal de estar en contacto
con los fieles laicos y así asistirlos en sus tribulaciones y confortarlos con
los auxilios de la Santa Religión. Fue llamado “padre de los pobres”, y lo fue
en el pleno sentido de la palabra, porque se preocupaba tanto de los pobres
materiales, como de los pobres espirituales, aquellos que lo tienen todo
materialmente hablando, pero que son pobres espirituales porque necesitan de la
riqueza inagotable de la Palabra de Dios. Utilizó todos sus bienes en la
construcción de hospitales y hospicios, para ocuparse de los pobres materiales
y también para construir casas de formación para el clero, para así ocuparse de
los pobres espirituales, que no tenían la riqueza de la gracia que conceden los
Santos Sacramentos, sobre todo la Sagrada Eucaristía. Además, en una época
caracterizada por el surgimiento de doctrinas extrañas que contradecían y
negaban las verdades fundamentales de la Santa Fe Católica, San Carlos Borromeo
se comprometió en llevar adelante las reformas sugeridas por el gran Concilio
de Trento, Concilio que no solo fue un dique de contención para las grandes
herejías modernistas que pretendían destruir la esencia de la Fe Católica, sino
del que además fue uno de los principales interventores y redactores. Este
Concilio serviría, hasta el día de hoy, para no solo frenar las numerosas
herejías de todos los tiempos, sino para reavivar la verdadera Fe Católica en
el pueblo fiel. El santo obispo se preocupaba por la formación humana,
académica y espiritual del clero y de los religiosos, porque sabía que si los
sacerdotes eran santos, el pueblo también sería santo, devoto, fiel y amante de
Jesús Eucaristía y de la Virgen, Madre de Dios, y por eso llevó adelante
numerosas reformas dirigidas en este sentido, aunque esto le acarreó numerosos
enemigos, incluso dentro del clero, llegando a ser blanco de un atentado contra
su vida mientras rezaba en la capilla, saliendo ileso del mismo y perdonando
cristianamente a quienes lo habían agredido. En el año 1756 se desencadenó una
gran epidemia en su diócesis, pero esto no detuvo su ánimo misional, por lo que
a pesar de la pandemia, siguió visitando su diócesis como lo hacía desde que había
asumido el cargo de obispo. Murió el 3 de noviembre de 1584 y fue canonizado en
1610 por el Papa Pablo V.
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