San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 11 de septiembre de 2021

Santos Cornelio y Cipriano

 



         San Cornelio. Elegido como Vicario de Cristo, este Sumo Pontífice sufrió el martirio en el año 253, en la persecución del emperador Decio. Durante su pontificado se produjo la rebelión de un hereje llamado Novaciano que proclamaba que la Iglesia Católica no tenía poder para perdonar pecados y que por lo tanto el que alguna vez hubiera renegado de su fe, nunca más podía ser admitido en la Santa Iglesia[1], lo cual es un grave error, porque el poder de la Sangre de Cristo para perdonar los pecados, es infinitamente más grande que el más grande de los pecados del hombre. Todavía más, este hereje afirmaba además que ciertos pecados como la fornicación e impureza y el adulterio, no podían ser perdonados jamás. El Papa Cornelio se le opuso y declaró que si un pecador se arrepiente en verdad y quiere empezar una vida nueva de conversión, la Santa Iglesia puede y debe perdonarle sus antiguas faltas y admitirlo otra vez entre los fieles. A San Cornelio lo apoyaron San Cipriano desde África y todos los demás obispos de occidente. El gobierno del perseguidor Decio lo desterró de Roma y a causa de los sufrimientos y malos tratos que recibió, murió en el destierro, como un mártir.

San Cipriano. Siendo obispo de Cartago, murió mártir en el año 258, víctima de la violentísima persecución que el emperador Valeriano decretó contra la Iglesia Católica en el año 257. En este año, por edicto del emperador, todo aquel que profesara públicamente la fe cristiana, era condenado a sufrir la pena del destierro, mientras que la pena para el sacerdote u obispo que oficiara la ceremonia religiosa, era la muerte. A Cipriano le decretan en el año 157 pena de destierro, pero como donde quiera que vaya sigue celebrando ceremonias religiosas, en el año 258 le decretan pena de muerte. Se conservan las actas de la última audiencia que los jueces le hicieron para condenarlo al martirio. Son muy interesantes. Dicen así:

El juez: El emperador Valeriano ha dado órdenes de que no se permite celebrar ningún otro culto, sino el de nuestros dioses. ¿Usted, qué responde?

Cipriano: Yo soy cristiano y soy obispo. No reconozco a ningún otro Dios, sino al único y verdadero Dios que hizo el cielo y la tierra. A El rezamos cada día los cristianos. El 14 de septiembre una gran multitud de cristianos se reunió frente a la casa del juez. Este le preguntó al mártir: "¿Es usted el responsable de toda esta gente?

Cipriano: Si, lo soy.

El juez: El emperador le ordena que ofrezca sacrificios a los dioses.

Cipriano: No lo haré nunca.

El juez: Piénselo bien.

Cipriano: Lo que le han ordenado hacer, hágalo pronto. Que en estas cosas tan importantes mi decisión es irrevocable, y no va a cambiar.

El juez Valerio consultó a sus consejeros y luego dictó esta sentencia: “Ya que se niega a obedecer las órdenes del emperador Valeriano y no quiere adorar a nuestros dioses, y es responsable de que todo este gentío siga sus creencias religiosas, Cipriano: queda condenado a muerte. Le cortarán la cabeza con una espada”.

Al oír la sentencia, Cipriano exclamó: “¡Gracias sean dadas a Dios!”. Toda la inmensa multitud gritaba: “Que nos maten también a nosotros, junto con él”, y lo siguieron en gran tumulto hacia el sitio del martirio. Al llegar al lugar donde lo iban a matar Cipriano mandó regalarle 25 monedas de oro al verdugo que le iba a cortar la cabeza. Los fieles colocaron sábanas blancas en el suelo para recoger su sangre y llevarla como reliquias. El santo obispo se vendó él mismo los ojos y se arrodilló. El verdugo le cortó la cabeza con un golpe de espada. Esa noche los fieles llevaron en solemne procesión, con antorchas y cantos, el cuerpo del glorioso mártir para darle honrosa sepultura.

A los pocos días murió repentinamente el juez Valerio y pocas semanas después, el emperador Valeriano fue hecho prisionero por sus enemigos en una guerra en Persia y fue convertido en esclavo hasta su muerte. Esto nos demuestra que “de Dios nadie se ríe”.

El mensaje de santidad que nos dejan estos dos santos mártires son particularmente valiosos en nuestros días, en los que la Iglesia Católica es perseguida en forma violenta y sangrienta en numerosos países, principalmente en los países en donde dominan el Partido Comunista –China, Cuba, Venezuela, Corea del Norte, etc.- y en donde es mayoría el Islam –Irán, Arabia Saudita, Afganistán, etc.- y en los países en donde no es perseguida abiertamente, es perseguida por otros medios, como por ejemplo en los países de Occidente, en donde la masónica Organización de las Naciones Unidas declaró a la Iglesia Católica como “enemiga de la humanidad” por oponerse a lo que ellos declaran ser “derechos humanos”, que no son otra cosa que pecados humanos opuestos a la Ley de Dios. Al recordarlos en su día, les pidamos a estos santos mártires, Cornelio y Cipriano, que intercedan por nosotros, para que, si es voluntad divina, permanezcamos fieles hasta la muerte a la Santa Fe Católica, la Fe del Verdadero Dios Uno y Trino y de su Mesías, Cristo Dios.

 

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