Vida de santidad[1].
Eusebio Hierónimo, también llamado San Jerónimo de
Estridón; Estridón, actual Croacia, hacia 374 - Belén, 420. Padre y doctor de
la Iglesia especialmente recordado como autor de la Vulgata, una célebre
traducción al latín de las Sagradas Escrituras destinada a tener una amplísima
difusión más allá incluso de la Edad Media. Combatió las herejías de Orígenes y
Pelagio, y mantuvo también una extensa correspondencia en la que defendió los
ideales de la vida ascética.
Mensaje de santidad[2].
Además de su vida de santidad, su mensaje de santidad se
encuentra en algunos de sus dichos, referidos a la Sagrada Escritura. Por ejemplo:
“Ignorar la Escritura es ignorar a Cristo”, es decir, quien no lee las
Escrituras, no conoce al Hombre-Dios Jesucristo.
Otra
frase de San Jerónimo: “¿Cómo es posible vivir sin la ciencia de las
Escrituras, a través de las cuales se aprende a conocer al mismo Cristo, que es
la vida de los creyentes?”. Muchos se creen y son doctos en las ciencias del
mundo, pero quien desconoce a las ciencias por antonomasia, que son las Escrituras,
que nos hablan de Cristo, en realidad no conocen nada, aunque hayan leído todos
los libros del mundo.
San
Jerónimo nos da un criterio para nuestra unidad en la Iglesia: debemos estar
con aquellos que estén unidos a la Cátedra de Pedro: “Estoy con quien esté
unido a la Cátedra de san Pedro”; “Yo sé que sobre esta piedra está edificada la
Iglesia”.
San
Jerónimo afirma que la Biblia, que es instrumento “con el que cada día Dios
habla a los fieles, se convierte de este modo en estímulo y manantial de la
vida cristiana para todas las situaciones y para toda persona”.
Para
San Jerónimo: leer la Escritura es conversar con Dios: “Si rezas -escribe a una
joven noble de Roma- hablas con el Esposo; si lees, es Él quien te habla”.
San
Jerónimo da también criterios para interpretar en sentido católico la Biblia: “Un
criterio metodológico fundamental en la interpretación de las Escrituras era la
sintonía con el magisterio de la Iglesia”. Es decir, si alguien se atreve a
interpretar las Escrituras fuera del Magisterio de la Iglesia, a ese tal no hay
que escucharlo.
Para
leer las Sagradas Escrituras, debemos recurrir no a la luz de nuestra sola
razón, sino a la luz del Espíritu Santo: “Por nosotros mismos nunca podemos
leer la Escritura. Encontramos demasiadas puertas cerradas y caemos en errores.
La Biblia fue escrita por el Pueblo de Dios y para el Pueblo de Dios, bajo la
inspiración del Espíritu Santo”.
Para
él, una auténtica interpretación de la Biblia tenía que estar “siempre en
armonía con la fe de la Iglesia católica”. Por eso, si alguna interpretación de
la Biblia se aleja de la fe católica, entonces no hay que seguir esa
interpretación.
La
lectura de la Escritura lleva al alma a entregarse a los demás por medio de las
obras de misericordia, es decir, la lectura de la Escritura no queda nunca en
mera lectura, sino que se traduce en amor misericordioso: es necesario “vestir
a Cristo en los pobres, visitarle en los que sufren, darle de comer en los
hambrientos, cobijarle en los que no tienen un techo”.
Para San Jerónimo, la Palabra de Dios “indica al hombre las sendas de
la vida, y le revela los secretos de la santidad”. En otras palabras, sin las
Sagradas Escrituras, el hombre está perdido, porque no sabe qué rumbo tomar ni
adónde dirigir sus pasos para conseguir la vida eterna.
Por último, podemos parafrasear a San Jerónimo, que dice: "Desconocer las Escrituras -la Palabra de Dios- es desconocer a Cristo"; entonces, nosotros podemos decir: "Desconocer la Eucaristía es desconocer a Cristo, porque Cristo es la Palabra de Dios encarnada, oculta en apariencia de pan y vino".
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