Cuando se contempla a Jesús en sus apariciones como el Sagrado
Corazón, hay algo que se destaca a primera vista y es lo siguiente: Jesús se
aparece resucitado, glorioso: de hecho, de sus llagas no brota sangre, sino
luz, que es el símbolo de la gloria divina. Su Cuerpo no es el Cuerpo
martirizado, cubierto de sangre y de heridas abiertas en la Cruz: es el Cuerpo
glorioso, luminoso, lleno de la luz, de la vida y de la gloria de Dios. Su
Corazón no es el Corazón sufriente de la Cruz –al menos no lo parece- porque
está envuelto en las llamas del Divino Amor, el Espíritu Santo; tiene una Cruz
en su base y de su Costado traspasado brota Sangre y Agua. Es el Corazón de
Jesús glorificado y por lo tanto, sin sufrimiento. Sin embargo, hay algo que
llama la atención y es la corona de espinas que rodea al Sagrado Corazón. Ya no
rodea su Cabeza, como en el Calvario, sino su Corazón. Y puesto que el Corazón
es un Corazón vivo, late, es decir, se expande y se contrae en cada latido y
por supuesto, sufre las consecuencias de las espinas, que se introducen en él
en cada expansión y se retiran de él, desgarrándolo, en cada contracción. Entonces
aquí parece haber algo que no parece estar bien: Jesús está con su Cuerpo
glorioso y el Cuerpo glorioso no sufre; sin embargo, al mismo tiempo, su
Corazón está rodeado por una corona de espinas y las espinas le provocan dolor
en cada latido.
¿Cuál es el significado de esta contradicción? Ante todo, no
es una contradicción, porque se trata de una realidad y de un misterio
sobrenatural: si bien Jesús está glorificado y en cuanto glorificado no sufre,
sin embargo sí sufre moralmente, no corporalmente, por los pecados de los
hombres y su sufrimiento no es corporal, sino moral, como cuando una madre ve
que su hijo se acerca peligrosamente y por propia voluntad a un abismo y quiere
precipitarse en él. Jesús sufre y sufrirá así hasta el fin de los tiempos, a
consecuencia de nuestros pecados. Aun cuando está resucitado y glorioso,
entonces, Jesús sufre por nuestros pecados, porque son nuestros pecados los que
se materializan en la corona de espinas que rodean al Sagrado Corazón y lo
hacen sufrir a cada latido. Ahora bien, existe un modo por el cual el Sagrado Corazón
no sufre y es cuando luchamos para no caer: de esa manera, consolamos al
Corazón de Jesús en vez de hacerlo sufrir. Es decir, nosotros podemos,
libremente, o hacerlo sufrir más, o consolarlo: cualquiera de las dos acciones,
las recibirá el Sagrado Corazón.
De
nuestra parte, para no hacerlo sufrir, podemos hacer el propósito de no pecar,
o al menos de poner todo de nuestra parte para no solo no pecar, sino para
aumentar cada vez más la gracia en nuestras almas. De esta manera, no solo no
seremos causa del dolor de Jesús, sino que lo consolaremos en sus dolores, que
durarán hasta el fin del mundo.
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