El P. Palau fue un sacerdote carmelita que se caracterizó -además de su vida de santidad- por presentar a María Santísima, Virgen y Madre, como el modelo perfecto de la
Iglesia, Virgen y Madre[1]. Esta
concepción de la Virgen como modelo de la Iglesia, la describe el P. Palau en
diferentes obras, muchas de las cuales son visiones obtenidas en momentos de
éxtasis místico.
En uno de sus escritos, en los que se observa una analogía
real con el Apocalipsis, el P. Palau describe una visión suya, en la que la
Iglesia del Cordero triunfa sobre el Dragón y sobre “dos horribles bestias”, lo
cual nos atañe a nosotros, debido a que estamos, en cierta manera, comprendidos
en esa visión. Dice así el P. Palau: “Abiertos los cielos (…) el Príncipe de la
milicia celeste me dirigió su palabra y dijo: “Sacerdote del Altísimo,
levántate y mantente en pie” (estaba de rodillas), y me levanté, y vi al
momento arrodillada ante mí a la Joven (…). “Levántate”, dijo una voz con
fuerza (…). Dicho esto, se abrieron los cielos y el monte se cubrió de la
gloria de Dios, huyeron las sombras y me vi ante un trono de inmensa gloria;
sobre él estaba sentada la Virgen María, la Madre de Dios”.
“Oí una música celestial y las voces procedían del coro de
los serafines, respondiendo en coro a todas las jerarquías celestes, que son
los Santos que estaban alrededor de los tres tronos (…)”.
“Otro ángel, tomando un incensario de oro, presentó las
súplicas de todas las partes de la tierra ante el trono, y oyóse la voz del
Padre, que dirigida a todos los asistentes, dijo: “Esta es mi hija muy amada y
la Esposa de mi Hijo, todas las Naciones del mundo con su herencia, están
redimidas del poder del Dragón y de sus reyes con la Sangre del Cordero (…)”[2].
En la visión del P. Palau, Dios aparece sentado en el trono
en su majestad y trascendencia, y a su lado el Cordero, lo cual es similar al
Apocalipsis de San Juan. Pero el P. Palau le agrega algo, un tercer trono: “(…)
y me vi ante un trono de inmensa gloria, sobre él estaba sentada la Virgen
María, la Madre de Dios, a su lado había otro trono donde estaba sentado el
Hijo de Dios y en medio de los dos tronos había otro donde estaba sentado un
Anciano”. La figura de María, tipo de la Iglesia, entra plenamente en el cuadro
de la majestad de Dios. Para el P. Palau, “la Iglesia Santa Triunfante es el
fin a cuya gloria son creadas todas las cosas y el universo entero” y “donde
está Cristo está la Iglesia; donde está la Iglesia está Cristo (…) la Iglesia
está en Cristo y Cristo está en su Iglesia, siendo los dos una misma cosa”.
Pero al igual que el Apocalipsis, en las visiones del P.
Palau entra en escena el Dragón, la Serpiente Antigua, el adversario cuyo
nombre es Satanás, y entran también las dos Bestias y todos aquellos que han
aceptado el ser marcados con el signo de la Bestia (cfr. Ap 12, 3-13. 18). Encabeza con el siguiente epígrafe una de sus
descripciones: “Horrenda batalla: el Dragón infernal y dos Bestias feroces
contra la Mujer del Cordero; Miguel y su Ángeles a su favor. Victoria”. Dice así:
“Mirando hacia la tierra vi una Bestia muy fea: un Dragón con siete cabezas y
en las cabezas tenía siete coronas como las de los reyes y diez cuernos; era
rubio y a su cola le seguían una tercera parte de Ángeles, aquellos que fueron
lanzados del Cielo, y el Dragón envió sus ángeles sobre la tierra y él,
levantándose en alto, fue admitido a la presencia y trono de Dios y se puso
frente a la Mujer. Era esta Mujer Virgen y era Madre fecundísima y pensaba
ampararse en sus hijos al nacer… Levantóse Miguel Arcángel y con él los siete
Príncipes que custodiaban a la Reina y dióse una batalla reñidísima. El Dragón,
Serpiente Antigua, por otro nombre Satanás o Diablo, batallaba contra la Mujer
y la sostenían los Príncipes abogando a su favor”[3].
La visión termina con la victoria de la Mujer y está llena
de alabanzas y gritos de júbilo que recuerdan al Apocalipsis: “Oyóse una voz en
el cielo y decía “¡Salud y Victoria! Habéis vencido con la Sangre del Cordero” (…)
Oyéronse cánticos celestes (…) y decían las voces: “¡Gloria a ti oh Iglesia Santa,
has triunfado en la Sangre del Cordero!”. El Cordero forma una unidad con la
Iglesia y con la Mujer, perseguida y victoriosa. Esta Mujer es, para el P.
Palau, la Iglesia, pero mirada, contemplada y figurada en María: “Estando en
oración, se abrieron los cielos y en ellos, revestida de gloria, vi cuanto es
posible al ojo mortal a mi amada. Ceñía sus cienes una corona que formaba su
propio cabello, revelaba en su cabeza una sabiduría y una inteligencia suma,
unida a su dignidad real. Otra corona grande de doce estrellas rodeaba su
cabeza y todas eran de distinta naturaleza, luz y color. La vestidura era real
y tan gloriosa que apenas se dejaba mirar”.
Las
visiones del P. Palau no son las visiones de un hombre bueno, sino el relato de
la historia en curso, la historia en la cual la humanidad y por lo tanto
nosotros mismos, estamos inmersos. Y en esta historia terrena, que culminará al
fin de los tiempos, se continúa en el tiempo y en el espacio, la lucha iniciada
en los Cielos, entre la Iglesia del Cordero y el Dragón o Serpiente Antigua. La
Iglesia, victoriosa, peregrina todavía en el dolor del tiempo presente y
mantiene, hasta el fin de los tiempos, la lucha contra el Adversario de Dios y
de los hombres, Satanás, el Ángel caído. En la visión del P. Palau, como en el
Apocalipsis, quienes vencen en esta lucha son los que no se postran ante el
Dragón ni se dejan marcar por la Bestia, sino que combaten fortalecidos por la
Sangre del Cordero. Y la Sangre del Cordero se nos brinda en la Santa Misa, en
la Eucaristía. Cuanto más aferrados estemos a la Santa Misa y a la Eucaristía,
tanto más seguros estaremos de salir victoriosos y triunfantes en la batalla
contra el Demonio y sus ángeles, contra su Iglesia, la Masonería, y contra los
hombres aliados al Demonio en su rebelión contra Dios. Recibiendo la Sangre del
Cordero en estado de gracia, podremos perseverar hasta el final, y así podremos
escuchar, ya victoriosos en Cristo, lo anunciado por el P. Palau: “¡Salud y
Victoria! Habéis vencido con la Sangre del Cordero”.
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