Vida
de santidad.[1]
Nació en Estridón (Dalmacia) hacia el año 340; estudió en
Roma y allí fue bautizado. Abrazó la vida ascética, marchó al Oriente y fue
ordenado presbítero. Volvió a Roma y fue secretario del papa Dámaso. Fue en
esta época cuando empezó su traducción latina de la Biblia. También promovió la
vida monástica. Más tarde se estableció en Belén, donde trabajó mucho por el
bien de la Iglesia. Escribió gran cantidad de obras, principalmente comentarios
de la sagrada Escritura. Murió en Belén el año 420.
Mensaje de santidad.
Además de su traducción latina de la Biblia –afirmaba que “desconocer
las Escrituras es desconocer a Cristo”-, San Jerónimo mantuvo una controversia
con un hereje llamado Joviniano, quien afirmaba que prácticamente no había
diferencias entre la virginidad consagrada y el matrimonio. A esta idea, se le
opuso San Jerónimo en numerosas obras suyas.
En una de ellas, dice así: “Me reprochan algunos que, en los
libros que he escrito contra Joviniano, me he excedido tanto en el encomio de
las vírgenes como en la difamación de las casadas, y dicen que ya es en cierto
sentido condenar el matrimonio ensalzar tanto la virginidad que aparentemente
no quede posibilidad de comparación entre la virgen y la casada. Por mi parte,
si recuerdo bien la cuestión, el litigio contra Joviniano y nosotros está en
que él equipara el matrimonio a la virginidad, y nosotros lo juzgamos inferior;
él dice que la diferencia es poca o ninguna; nosotros decimos que es grande”[2]. En
otro párrafo, condena a Joviniano por equiparar el matrimonio a la castidad
perpetua: “En suma, que si por voluntad
del Señor y por intervención tuya [Joviniano] ha sido condenado, lo ha sido por
haberse atrevido a comparar el matrimonio con la castidad perpetua. Porque si
se tiene por una misma cosa a la virgen y a la casada, ¿cómo es que Roma no
pudo oír el sacrilegio de su voz? Virgen viene de vir, no de partus. No hay
nada intermedio: o se acepta mi sentencia, o la de Joviniano. Si se me reprocha
que pongo el matrimonio por debajo de la virginidad, alábese al que los
equipara; pero, si ha sido condenado el que tenía ambas cosas por iguales, su
condenación es aprobación de mi obra”[3].
En otro párrafo, San Jerónimo considera a la virginidad “como
el oro, que es más precioso que la plata”: “No ignoramos “el honor del matrimonio
y el lecho conyugal inmaculado” (Heb
13, 4). Hemos leído la primera recomendación de Dios: Creced y multiplicaos y
llenad la tierra (Gen 1,28); pero de
tal manera aceptamos las nupcias, que les anteponemos la virginidad, que nace
de las nupcias. ¿Acaso la plata no será plata porque el oro sea más precioso
que la plata? ¿O es hacer agravio al árbol y a la mies porque a la raíz y a las
hojas, el tallo y aristas, preferimos los frutos y el grano? Al igual que la
fruta sale del árbol y el trigo de la paja, así del matrimonio sale la
virginidad”[4].
Si se hiciera una comparación en porcentajes con respecto a
los frutos, para San Jerónimo, “el matrimonio representa el 30%, la viudez el
70% y la virginidad el 100%”: “El fruto de ciento, de sesenta y de treinta por
uno, aun cuando nazca de una misma tierra y de una misma semilla, difiere mucho
en cuanto al número. El treinta se refiere al matrimonio; pues el mismo modo de
cruzar los dedos, que parece se abrazan y se juntan como en suave beso,
representa al marido y a la esposa. El sesenta representa a las viudas, que se
encuentran en angustia y tribulación, pues también ellas soportan el peso de un
dedo superior; y cuanto mayor es la dificultad de abstenerse del atractivo de
un placer en otro tiempo probado, tanto mayor será también el galardón. En
cuanto al número cien —te ruego, lector, que pongas toda la atención—, no se
cuenta con la izquierda, sino con la derecha: se hace un semicírculo con los
mismos dedos —no con la misma mano— con los que en la izquierda se significan
las casadas y viudas, y de esa forma se expresa la corona de la virginidad»
(Jeronimo, Adv. Jov. I, 3)”[5].
Por
último, San Jerónimo no condena el matrimonio quien lo llama “plata”, pero
declara que la virginidad es “oro”: “Ahora te pregunto: ¿Condena el matrimonio
quien así habla? Hemos llamado oro a la virginidad, plata al matrimonio. Hemos
declarado que el fruto de ciento, de sesenta y de treinta por uno, aunque hay
mucha diferencia en cuanto al número, se produce de la misma tierra y de la
misma semilla. ¿Y habrá todavía algún lector tan malvado que no me juzgue por
mis dichos, sino por su propio parecer? Y a decir verdad, he sido mucho más
benigno para los matrimonios que casi todos los exegetas griegos y latinos, que
refieren el ciento por uno a los mártires, el sesenta a las vírgenes y el
treinta a las viudas. De esa forma, según su sentencia, los casados quedan
excluidos de la buena tierra y de la semilla del padre de familias”[6].
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