Si bien Jesús se le apareció a Santa Margarita María de
Alacquoque[1],
el contenido de sus revelaciones es universal, es decir, está destinado a todo
el mundo, a todos los hombres, por lo que debemos considerarlo como destinado a
nosotros, a cada uno en particular. De ahí la necesidad de conocer el contenido
de los mensajes de Jesús a Santa Margarita, porque los debemos considerar como
destinados a cada uno de nosotros en modo personal.
Consideraremos por lo tanto la primera de las apariciones,
considerada como la principal y reflexionaremos sobre ella.
La Primera Aparición fue el 27 de Diciembre de 1673, día de
San Juan el Apóstol, Margarita María, estaba como de costumbre arrodillada ante
el Señor, en el Santísimo Sacramento expuesto en la capilla. Era el momento de
la primera gran revelación del Señor. Ella lo cuenta así: “Un día, estando
delante del Santísimo Sacramento, me encontré toda penetrada por esta Divina
Presencia, pero tan fuertemente que me olvidé de mí misma y del lugar donde estaba,
y me abandoné a este Espíritu, entregando mi corazón a la fuerza de Su Amor”. Santa
Margarita está delante del sagrario, delante de la Eucaristía, y es en ese
momento en que comienza a experimentar la fuerza irresistible del Amor Divino. Esto
significa que Dios es un Ser totalmente distinto al nuestro; es decir, que
nosotros no somos Dios, sino que Dios es Alguien distinto a nuestro ser, pero
que quiere comunicarse con nosotros, con el solo objetivo de darnos su Amor. También
significa que no debemos buscar “experimentar” estas sensaciones, porque se
trata de gracias particulares, concedidas por Dios a Quien Él lo desee; nuestro
deber de amor es adorar su Presencia Eucarística, aun cuando solo
experimentemos sequedad y aridez espiritual. De lo contrario, si adoramos solo
por desear experimentar sensiblemente el Amor de Dios, entonces lo que estamos
buscando es a sus consuelos, y no a Dios en sí mismo, lo cual es contrario a lo
que nos dicen los santos: “Hay que buscar al Dios de los consuelos y no a los
consuelos de Dios”.
Continúa Santa Margarita: “Me hizo reposar por muy largo
tiempo sobre Su Pecho Divino, en el cual me descubrió las maravillas
inexplicables de Su Corazón Sagrado... Y me dijo: “Mi Divino Corazón está tan
apasionado de Amor por los hombres y por ti en particular que, no pudiendo ya
contener en Sí Mismo las Llamas de Su Ardiente Caridad, le es preciso
comunicarlas por tu medio y manifestarse a todos para enriquecerlos con los
preciosos Tesoros que te estoy descubriendo, los cuales contienen las Gracias santificantes
y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición”. Significa esto
que, contrariamente a lo que puede suponerse, la devoción al Corazón de Jesús
no es un “accesorio” prescindible en la vida espiritual: en el Corazón de Jesús
están contenidas las gracias necesarias para salvarnos, no de un estado
financiero o sentimental, sino de la eterna condenación en el Infierno.
Luego
le dice Jesús: “Te he elegido como un abismo de indignidad y de ignorancia, a fin
de que sea todo Obra Mía”. Esto es para que tomemos conciencia de nuestra
miseria delante de Dios. Si Santa Margarita es considerada por Jesús “abismo
de indignidad e ignorancia”, ¿qué
podemos esperar de nosotros? Esta consideración debe servirnos para crecer en
la humildad.
Continúa
Santa Margarita: “Me pidió después el corazón y yo Le supliqué que lo tomase.
Lo tomó y lo introdujo en Su Corazón adorable, en el cual me lo mostró como un
pequeño átomo que se consumía en aquel Horno encendido. Lo sacó de allí, cual
si fuera una llama ardiente en forma de corazón y lo volvió a colocar en el
sitio de donde lo había tomado, diciéndome: “He ahí, mi muy amada, una preciosa
prenda de Mi Amor, el cual encierra en tu pecho una pequeña centella de Sus
Vivas Llamas para que te sirva de corazón y te consuma hasta el postrer
momento, y cuyo ardor no se extinguirá ni enfriará. De tal forma te marcaré con
la Sangre de Mi Cruz, que te reportará más humillaciones que consuelos. Y como
señal de que la gran Gracia que acabo de concederte no es pura imaginación,
aunque he cerrado la llaga de tu costado, te quedará en él para siempre su
dolor. Y si hasta el presente sólo has tomado el nombre de esclava Mía, ahora
te doy el de discípula muy amada de Mi Sagrado Corazón”. A nosotros, no nos
pide nuestro corazón: nos da Su Corazón en cada Eucaristía, para inflamar, con
el Fuego del Divino Amor, a nuestros corazones. Si permanecemos fríos en el
Divino Amor y si no amamos al prójimo hasta la muerte de cruz, es porque desaprovechamos
la comunión eucarística, y no permitimos que nuestros corazones sean encendidos
en el Fuego del Amor de Dios.
Por
último, Jesús le dice: “Busco una víctima para Mi Corazón, que quiera
sacrificarse como hostia de inmolación en el cumplimiento de Mis Designios”. La
vida del cristiano no es vida de comodidad y placer, sino de sacrificio unido
al Santo Sacrificio de Jesús en la Cruz. Y el lugar para unirnos a su
sacrificio es la Santa Misa, renovación incruenta y sacramental del Sacrificio
de la Cruz. No asistamos a Misa como meros espectadores: pidamos la gracia de
unirnos, con todo lo que somos y tenemos, a Jesús crucificado; pidamos la gracia
de ser víctimas unidas a la Víctima Inocente, Cristo Jesús, por la salvación
del mundo.
[1] Santa Margarita
María Alacoque: Nació el 22 de julio de 1647, en la pequeña aldea Francesa de
Hautecour, pequeña ciudad cercana a Paray le Monial, en la región de Borgoña.
Era la quinta hija de 7 hermanos. Luego de fallecer su padre fue internada en
el pensionado de las Religiosas Clarisas. Desde entonces empezó a vivir una
vida de sufrimiento que supo encauzar hacia el Amor de Dios: “Sufriendo
entiendo mejor a Aquél que ha sufrido por nosotros”, decía. Tuvo una enfermedad
que la inmovilizó y de la que se curó milagrosamente por intercesión de la
Virgen María: “La Santísima Virgen tuvo siempre grandísimo cuidado de mí; yo
recurría a Ella en todas mis necesidades y me salvaba de grandísimos
peligros...”. El 20 de junio de 1671 entró al convento del Monasterio de la
Visitación de Paray le Monial. Las extraordinarias visiones con que fue
favorecida le causaron al principio incomprensiones y juicios negativos hasta cuando,
por disposición Divina, fue puesta bajo la dirección espiritual del jesuita San
Claudio de la Colombière. En el último periodo de su vida, elegida maestra de
novicias, tuvo el consuelo de ver difundida la devoción al Sagrado Corazón de
Jesús, y los mismos opositores de un tiempo se convirtieron en fervorosos
propagandistas. Murió a los 43 años de edad, el 17 de octubre de 1690.
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