San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 21 de septiembre de 2017

San Mateo, apóstol y evangelista


Vida de santidad.

La Iglesia celebra la Fiesta de San Mateo, apóstol y evangelista, llamado antes Levi, que, al ser invitado por Jesús para seguirle, dejó su oficio de publicano o recaudador de impuestos y, elegido entre los apóstoles, escribió un evangelio en el que se proclama principalmente que Jesucristo es hijo de David, hijo de Abrahám, con lo que de este modo, se da plenitud al Antiguo Testamento[1].
Para su biografía, nos servimos a continuación el artículo del Butler-Guinea[2], con apenas cambios en relación al “martirio” de san Mateo.
“Dos de los cuatro Evangelistas dan a San Mateo el nombre de Leví, mientras que San Marcos lo llama "hijo de Alfeo". Posiblemente, Leví era su nombre original y se le dio o adoptó él mismo el de Mateo ("el don de Yavé"), cuando se convirtió en uno de los seguidores de Jesús. Pero Alfeo, su padre, no fue el judío del mismo nombre que tuvo como hijo a Santiago el Menor. Se tiene entendido que era galileo por nacimiento y se sabe con certeza que su profesión era la de publicano, o recolector de impuestos para los romanos, un oficio que consideraban infamante los judíos, especialmente los de la secta de los fariseos y, a decir verdad, ninguno que perteneciera al sojuzgado pueblo de Israel, ni aún los galileos, los veían con buenos ojos y nadie perdía la ocasión de despreciar o engañar a un publicano. Los judíos los aborrecían hasta el extremo de rehusar una alianza matrimonial con alguna familia que contase a un publicano entre sus miembros, los excluían de la comunión en el culto religioso y los mantenían aparte en todos los asuntos de la sociedad civil y del comercio. Pero no hay la menor duda de que Mateo era un judío y, a la vez, un publicano.
La historia del llamado a Mateo se relata en su propio Evangelio. Jesús acababa de dejar confundidos a algunos de los escribas al devolver el movimiento a un paralítico y, cuando se alejaba del lugar del milagro, vio al despreciado publicano en su caseta. Jesús se detuvo un instante «y le dijo: 'Sígueme', y él se levantó y le siguió.» En un momento, Mateo dejó todos sus intereses y sus relaciones para convertirse en discípulo del Señor y entregarse a un comercio espiritual. Es imposible suponer que, antes de aquel llamado, no hubiese conocido al Salvador o su doctrina, sobre todo si tenemos en cuenta que la caseta de cobros de Mateo se hallaba en Cafarnaum, donde Jesús residió durante algún tiempo, predicó y obró muchos milagros; por todo esto, se puede pensar que el publicano estaba ya preparado en cierta manera para recibir la impresión que el llamado le produjo. San Jerónimo dice que una cierta luminosidad y el aire majestuoso en el porte de nuestro divino Redentor le llegaron al alma y le atrajeron con fuerza. Pero la gran causa de su conversión fue, como observa san Beda, que «Aquél que le llamó exteriormente por Su palabra, le impulsó interiormente al mismo tiempo por el poder invisible de Su gracia.»
El llamado a san Mateo ocurrió en el segundo año del ministerio público de Jesucristo, y éste le adoptó en seguida en la santa familia de los Apóstoles, los jefes espirituales de su Iglesia. Debe hacerse notar que, mientras los otros evangelistas, cuando describen a los apóstoles por pares colocan a Mateo antes que a Tomás, él mismo se coloca después del apóstol y además agrega a su nombre el epíteto de «el publicano». Desde el momento del llamado, siguió al Señor hasta el término de su vida terrenal y, sin duda, escribió su Evangelio o breve historia de nuestro bendito Redentor, a pedido de los judíos convertidos, en la lengua aramea que ellos hablaban. No se sabe que Jesucristo hubiese encargado a alguno de sus discípulos que escribiese su historia o los pormenores de su doctrina, pero es un hecho que, por inspiración especial del Espíritu Santo, cada uno de los cuatro evangelistas emprendió la tarea de escribir uno de los cuatro Evangelios que constituyen la parte más excelente de las Sagradas Escrituras, puesto que en ellos Cristo nos enseña, no por intermedio de sus profetas, sino directamente, por boca propia, la gran lección de fe y de vida eterna que fue su predicación y el prototipo perfecto de santidad que fue su vida.
Se dice que san Mateo, tras de haber recogido una abundante cosecha de almas en Judea, se fue a predicar la doctrina de Cristo en las naciones de Oriente, pero nada cierto se sabe sobre ese período de su existencia. La iglesia le veneraba también como mártir, no obstante que la fecha, el lugar y las circunstancias de su muerte, se desconocen, motivo por el cual en la última reforma de Martirologio ya no se menciona su martirio[3]. Los padres de la Iglesia quisieron encontrar las figuras simbólicas de los cuatro evangelistas en los cuatro animales mencionados por Ezequiel y en el Apocalipsis de san Juan. Al propio san Juan lo representa el águila que, en las primeras líneas de su Evangelio, se eleva a las alturas para contemplar el panorama de la eterna generación del Verbo. El toro le corresponde a san Lucas que inicia su Evangelio con la mención del sacrificio del sacerdocio. El león es el símbolo de san Mateo, quien explica la dignidad real de Cristo, descendiente de David (el León de Judá); sin embargo, san Jerónimo y san Agustín, asignan el león a san Marcos y el hombre a san Mateo, ya que éste comienza su Evangelio con la humana genealogía de Jesucristo.

         Mensaje de santidad.

Uno de sus principales mensajes de santidad es el “dejarlo todo”, literalmente hablando, para seguir a Jesucristo, para secundar el llamado del Hombre-Dios de dedicarse a la salvación de las almas y la propagación del Santo Evangelio. Como se constata en las Escrituras, San Mateo deja un empleo lucrativo -el de recaudador de impuestos- para seguir a Cristo, prefiriendo de esta manera quedarse sin empleo –hablando mundanamente- para ponerse a trabajar al Servicio de Dios y así ganar almas para el Cielo.
Sobre esta actitud de San Mateo, dicen así los Santos Padres, como el Pseudo-Jerónimo: “Así es como Leví, que quiere decir vinculado, dejando los negocios temporales, sigue al Verbo, que dice: “El que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lc 14, 33).
La actitud de San Mateo contrasta con la de las ideologías anti-cristianas, como el comunismo y el marxismo, que roban los bienes a Dios -usurpan las Iglesias y se apoderan de las almas con el falso ateísmo-; Mateo, por el contrario, al dejar todo lo que tiene, pone sus propios bienes al servicio de Dios.
En la Glosa de la Catena Aurea se dice así: “Mateo, con el objeto de mostrar dignamente su agradecimiento por el bien divino que había recibido, preparó en su casa un gran agasajo a Cristo y ofreció de este modo sus bienes temporales a Aquél de quien esperaba los de la eternidad. Esto es lo que significa: “Y sucedió, sentándose Él en la casa”.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 30, 2: “Mateo, al verse tan honrado con la venida de Jesús a su casa, convida a todos los publicanos de su misma profesión. Y esto es lo que quieren decir las palabras: “He aquí que muchos publicanos”, etc.”.
Otro mensaje de santidad de San Mateo radica en el afirmar la genealogía humana de Jesús –puesto que así comienza su Evangelio-, una genealogía que es santa y no pagana, y esto, tanto desde el punto de vista humano, como divino.
La genealogía de Jesús, esto es, la procedencia de su “sangre”, su ascendencia, es santa, y su propia sangre, la sangre que corre por su cuerpo, es santa, en virtud de la unión de la Persona Segunda de la Trinidad con la Humanidad de Jesús de Nazareth, tal como lo afirma el Catecismo de la Iglesia Católica:
“479 En el momento establecido por Dios, el Hijo único del Padre, la Palabra eterna, es decir, el Verbo e Imagen substancial del Padre, se hizo carne: sin perder la naturaleza divina asumió la naturaleza humana.
480 Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre en la unidad de su Persona divina; por esta razón Él es el único Mediador entre Dios y los hombres.
481 Jesucristo posee dos naturalezas, la divina y la humana, no confundidas, sino unidas en la única Persona del Hijo de Dios.
482 Cristo, siendo verdadero Dios y verdadero Hombre, tiene una inteligencia y una voluntad humanas, perfectamente de acuerdo y sometidas a su inteligencia y a su voluntad divinas que tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo.
483 La encarnación es, pues, el misterio de la admirable unión de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única Persona del Verbo.
IV. Cómo es hombre el Hijo de Dios
470 Puesto que en la unión misteriosa de la Encarnación "la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida" (GS 22, 2), la Iglesia ha llegado a confesar con el correr de los siglos, la plena realidad del alma humana, con sus operaciones de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo. Pero paralelamente, ha tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella proviene de "uno de la Trinidad". El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo personal de existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las costumbres divinas de la Trinidad (cf. Jn 14, 9-10)”.
La Sangre de Jesús es de origen divino, si lo consideramos desde la biología, puesto que cada ser humano desde que se forma tiene su propia Sangre distinta a la de la Madre. Por eso mismo podemos afirmar, tanto desde el punto de vista teológico –asunción de la naturaleza humana de Jesús de Nazareth en la Persona divina del Verbo de Dios-, como desde el punto de vista biológico, que por las venas de Jesús  corre Sangre Divina.
Basándonos en la moderna Embriología, sabemos, por los estudios científicos sobre el feto, que éste tiene su propia sangre, sangre fetal que es diferente y distinta a la Sangre Materna (por esta razón se pueden  presentar los raros casos de  incompatibilidad sanguínea materno-fetal)[4]. Con respecto a esto, debemos recordar también que “la  Iglesia respaldada por la ciencia sostiene que la vida del nuevo ser humano comienza en el mismo momento de la concepción antes de que el nuevo ser humano vivo se implante en el útero  de su madre donde tendrá por así decirlo un hogar donde crecer, alimentarse y desarrollarse. La fecundación in vitro ha demostrado que un bebé creado en una probeta ya está vivo y solamente necesita implantarse  en el útero de una mujer  para que se alimente, crezca y se desarrolle completamente el nuevo ser, incluso en animales se han hecho experimentos (que no son éticos en los seres humanos y que son rechazados por la Iglesia), en los que han fabricado artificialmente las condiciones necesarias del útero para que esos animales creados artificialmente crezcan y se desarrollen fuera del útero, en úteros artificiales”[5].
Estas consideraciones biológicas son necesarias, a fin de mantener firme la condición divina de Jesús –y, por lo tanto, la veracidad de la afirmación de que por sus venas y arterias corre sangre divina- y la condición de la Virgen como Virgen Inmaculada y Madre de Dios al mismo tiempo: la inmaculada Virgen María es Arca de la Nueva Alianza donde el Verbo de Dios se hizo Carne por obra del Espíritu Santo (Cfr. Jn 1:14): “Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen”.
En la Primera Parte de la profesión de la Fe católica se dice así:
“456 Con el Credo Niceno-Constantinopolitano respondemos confesando: “Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre” (DS 150).
469 La Iglesia confiesa así que Jesús es inseparablemente verdadero Dios y verdadero Hombre. Él es verdaderamente el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano, y eso sin dejar de ser Dios, nuestro Señor: Id quod fuit remansit et quod non fuit assumpsit (“Sin dejar de ser lo que era ha asumido lo que no era”), canta la liturgia romana (Solemnidad de la Santísima Virgen María, Madre de Dios, Antífona al “Benedictus”; cfr. san León Magno, Sermones 21, 2-3: PL 54, 192). Y la liturgia de san Juan Crisóstomo proclama y canta: “¡Oh Hijo unigénito y Verbo de Dios! Tú que eres inmortal, te dignaste, para salvarnos, tomar carne de la santa Madre de Dios y siempre Virgen María. Tú, Cristo Dios, sin sufrir cambio te hiciste hombre y, en la cruz, con tu muerte venciste la muerte. Tú, Uno de la Santísima Trinidad, glorificado con el Padre y el Santo Espíritu, ¡sálvanos!” (Oficio Bizantino de las Horas, Himno O' Monogenés).
479 En el momento establecido por Dios, el Hijo único del Padre, la Palabra eterna, es decir, el Verbo e Imagen substancial del Padre, se hizo carne: sin perder la naturaleza divina asumió la naturaleza humana”.
La Encarnación del Verbo de Dios y la asunción de la naturaleza humana de Jesús, destaca por el Evangelista Mateo, es una verdad de fe y forma parte de los dogmas marianos y es el centro de nuestra Fe católica, pues de ese dogma se derivan otras verdades medulares de nuestra Fe, como la Santa Eucaristía, que es prolongación de la Encarnación en el altar. La negación de estas verdades, es descripta como la señal del anticristo (cfr. 1 Jn 4, 2). Al respecto, dice San Agustín: “Todos los errores de los herejes acerca de Jesucristo pueden reducirse a tres clases: los concernientes a su divinidad, a su humanidad, o a ambas a la vez” (Quaestiones evangeliorum, 5,45)”. Y en la Escritura: “Por eso os hago saber que nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: “¡Anatema es Jesús!”; y nadie puede decir: “¡Jesús es Señor!” sino con el Espíritu Santo”[6].
De ahí la importancia de la genealogía humana del Verbo de Dios narrada por el Evangelio de San Mateo. Al recordarlo en su día, pidamos la gracia de dejar las ocupaciones temporales, para ponernos al servicio de Dios y, al igual que San Mateo, que abrió su casa para recibir a Jesús y puso a su servicio todos sus bienes, así nosotros preparemos nuestra casa espiritual, es decir, nuestra alma, embelleciéndola y santificándola por la gracia, para que entre en nuestros corazones Jesús Eucaristía.

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[1] http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=saintfeast&localdate=20170921&id=376&fd=1
[2] Cfr. A. Butler, Herbert Thurston, SI, Vidas de los santos.

[3] El relato sobre San Mateo que figura en el Acta Sanctorum, Sept. vol. VI, se halla muy mezclado con las discusiones en relación con sus supuestas reliquias y sus traslaciones a Salerno y otros lugares. Puede hacerse un juicio sobre la poca confianza que se puede poner en esas tradiciones, si se tiene en cuenta el hecho de que cuatro diferentes iglesias de Francia han asegurado poseer la cabeza del apóstol. M. Bonnet publicó una extensa narración apócrifa sobre la predicación y el martirio de san Mateo, en Acta Apostolorum apocrypha (1898), vol. II, parte I, pp. 217-262 y hay otro relato, mucho más corto, de los bolandistas. El Martirologio Romano se refiere a su martirio y dice que tuvo lugar en “Etiopía”, pero en el Hieronymianum se afirma que fue martirizado “en Persia, en la ciudad de Tarrium”. De acuerdo con von Gutschmidt, esta declaración se debe a un error de lectura del nombre de Tarsuana, ciudad que Ptolomeo sitúa en Caramania, región de la costa oriental del Golfo Pérsico. A diferencia de la gran diversidad de fechas que se asignan a los demás apóstoles, la fiesta de san Mateo se ha observado en este día, de manera uniforme de todo el Occidente. Ya en los tiempos de Beda existía una homilía escrita por él y dedicada a esta fiesta de san Mateo: véase el artículo de Morin en la Revue Bénédictine, vol. IX (1892), p. 325. Sobre los símbolos del evangelista ver DAC., vol. V, cc. 845-852.
[4] Cfr. David Talens Perales, Doctor en Biotecnología por la Universitat de Valencia: “Los intercambios fetal materno se verifican sin que las dos sangres se mezclen. Alrededor del día 7 , mientras la masa celular interna empieza a sufrir los movimientos celulares, formación del surco primitivo, etc.. Las células del trofoblasto sufren una serie de cambios. Las células trofoblásticas van a dar lugar a una capa denominada citotrofoblasto, mientras que otra parte de las células trofoblásticas dan lugar a un tipo celular multinucleado llamado sincitiotrofoblasto (citoplasma con múltiples núcleos) que prolifera abriéndose paso a través del endometrio, primero se adhiere y posteriormente mediante enzimas proteolíticos van ingresando en el interior de la mucosa uterina permitiendo remodelar los vasos sanguíneos de  ésta, recordemos que es un 20070417klpcnavid_209.Ees.SCO.pngtejido muy vascularizado. El útero a su vez, estimulado por el sincitiotrofoblasto, hace que los vasos sanguíneos proliferen en esta zona donde finalmente contactan con el sincitiotrofoblasto. Al mismo tiempo las células del mesodermo extraembrionario del embrión van a dar lugar a los vasos sanguíneos que partirán desde el sincitiotrofoblasto hacia el feto a través del futuro cordón umbilical. Todo este sistema de vasos maternos, embrionales, sincitiotrofoblasto…va a dar lugar al órgano maduro llamado corion que se fusiona con la pared uterina para dar lugar a la placenta. Por tanto en ningún momento hay intercambio de sangre entre la madre y el embrión, el corion va a ser la superficie de intercambio, tanto de gases como de nutrientes y esa es una de las razones por la cuál durante la etapa fetal los glóbulos rojos del embrión poseen un tipo diferente de subunidad en la hemoglobina, la subunidad gamma, con mucha más afinidad por el oxígeno, facilitando así la captación del oxígeno que le llega a través de la sangre de la madre. Al mismo tiempo este sistema va a permitir que el feto pueda deshacerse de ciertas sustancias de desecho, mayoritariamente el dióxido de carbono. Como habéis visto, este complejo sistema de intercambio madre e hijo esta sustentado tanto por tejidos embrionarios como por tejidos maternos, y su formación depende de órdenes que mutuamente se dan entre los dos sistemas para constituir la arquitectura definitiva. La Placenta tiene una Función de barrera: La barrera placentaria está compuesta por estructuras que separan la sangre materna de la fetal y su composición varía a lo largo del curso del embarazo. La barrera placentaria no puede ser atravesada por moléculas grandes, ni por tanto, por células sanguíneas, pero sí puede ser atravesada por algunos tipos de anticuerpos (los IgG), por lo que el feto queda inmunizado frente a aquellos antígenos para los que reciba anticuerpos de la madre. Muchos microorganismos no son capaces de atravesar la placenta, por lo que el feto está protegido durante una época en la que su sistema inmune no está maduro. Sin embargo, la mayoría de los virus sí son capaces de atravesar o romper esta barrera. La bacteria que transmite la sífilis, Treponema pallidum, puede cruzar la barrera placentaria a partir del quinto mes, causando un aborto espontáneo o enfermedades congénitas. Circulación placentaria La circulación placentaria trae en cercana proximidad a dos sistemas circulatorios independientes, la materna y la fetal. De hecho, precisamente estas evidencias científicas tumban  los argumentos abortistas que erróneamente consideran al feto como parte del cuerpo de la madre. Cada célula del cuerpo del no nacido es genéticamente distinta de cada célula del cuerpo de la madre. El Bebé tiene su propia sangre  distinta a la de la Sangre de la madre.
[5] http://www.corazones.org/moral/vida/vida_comienzo.htm
[6] 1 Cor 12, 3.

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