Vida de santidad.
San
Gregorio de Tours, que escribe acerca de ellos en De gloria martyrium, dice así: “Los dos hermanos gemelos Cosme y
Damián, médicos de profesión, después que se hicieron cristianos, curaban
milagrosamente las enfermedades por el solo mérito de sus virtudes y la
intervención de sus oraciones... Coronados tras diversos martirios, se juntaron
en el cielo y hacen a favor de sus compatriotas numerosos milagros. Porque, si
algún enfermo acude lleno de fe a orar sobre su tumba, al momento obtiene
curación. Muchos refieren también que estos Santos se aparecen en sueños a los
enfermos indicándoles lo que deben hacer y luego que lo ejecutan, se encuentran
curados. Sobre esto yo he oído referir muchas cosas que sería demasiado largo
de contar, estimando que con lo dicho es suficiente”[1]. Según
la tradición, San Cosme y San Damián son hermanos médicos y mártires, que ejercieron
la medicina en Ciro, ciudad de Augusta Eufratense, sin pedir nunca recompensa y
sanando a muchos con sus servicios gratuitos”[2].
A
pesar de las referencias del martirologio y el breviario, parece más seguro que
ambos hermanos fueron martirizados y están enterrados en Cyro, ciudad de Siria
no lejos de Alepo. Teodoreto, que fue obispo de Cyro en el siglo V, hace
alusión a la suntuosa basílica que ambos Santos poseían allí. En Edesa eran
patronos de un hospital levantado en 457, y se decía que los dos Santos estaban
enterrados en dos iglesias diferentes de esta ciudad monacal. Pero tal vez el
más célebre de los santuarios orientales fuera el de Egea, en Cilicia, donde
nació la tradición llamada “árabe”, relatada en dos pasiones, y es la que
recogen los actuales libros litúrgicos. Estos Santos, que a lo largo del siglo
V y VI habían conquistado el Oriente, también fueron conocidos en Occidente, lo
cual se sabe, como ejemplo, por el testimonio ya referido de San Gregorio de
Tours. Hay testimonios de su culto en Cagliari (Cerdeña); en Ravena hay
mosaicos suyos del siglo VI y VII y el oracional visigótico de Verona los
incluye en el calendario de santos que festejaba la Iglesia de España. Sin embargo,
en donde gozaron de una popularidad excepcional fue en la propia Roma, llegando
a tener dedicadas más de diez iglesias. El Papa Símaco (498-514) les consagró
un oratorio en el Esquilino, que posteriormente se convirtió en abadía. Su culto
se expandió de manera tan notable –favorecido por los numerosos milagros de
sanación que los santos concedían a sus devotos- que, además de esta fecha del
27 de septiembre, se les asignó por obra del Papa Gregorio II la estación
coincidente con el jueves de la tercera semana de Cuaresma, cuando ocurre la
fecha exacta de la mitad de este tiempo de penitencia, lo que daba lugar a
numerosa asistencia de fieles, que acudían a los celestiales médicos para
implorar la salud de alma y cuerpo.
En
lo que constituye un caso realmente insólito, el texto de la misa cuaresmal se
refiere preferentemente a los dichos Santos, que son mencionados en la colecta,
secreta y poscomunión, jugándose en los textos litúrgicos con la palabra salus en el introito y ofertorio y
estando destinada la lectura evangélica a narrar la curación de la suegra de
San Pedro y otras muchas curaciones milagrosas que obró el Señor en Cafarnaúm
aquel mismo día, así como la liberación de muchos posesos. Esta escena de
compasión era como un reflejo de la que se repetía en Roma, en el santuario de
los anárgiros[3],
con los prodigios que realizaban entre los enfermos que se encomendaban a
ellos.
Mensaje de santidad.
Ante
la constatación de los milagros que obraban estos santos -la gran mayoría, extraordinarios, como el que ilustra la imagen, en el que repusieron una pierna amputada a un hombre, tomando la pierna que serviría de reemplazo de un cadáver-, alguien prodría
preguntarse: ¿Por qué hoy estos Santos gloriosos no obran las maravillas de las
antiguas edades? Sin embargo, la pregunta debería ser otra: ¿Por qué hoy no nos
encomendamos a ellos con la misma fe, con esa fe que arranca los milagros? O también:
¿por qué extraño fenómeno –siniestro fenómenos- cientos de miles de católicos
se aferran a ídolos demoníacos como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La
Muerte –esto en Argentina, porque en México, los equivalentes serían Jesús
Malverde, el Niño Fidencio, la Santa Muerte y muchos otros más-, en una clara y
abierta muestra de superstición y apostasía, en vez de acudir a los santos
católicos, esto es, a los santos canonizados por la Iglesia Católica? Todavía más, ¿por qué estos mismos católicos atribuyen a estos demonios, cosas buenas que sólo Dios, infinitamente bueno, puede dar? Porque los demonios y sus servidores solo males y desgracias pueden traer, y sin embargo, estos supersticiosos, blasfemos y apóstatas, no contentos con abandonar a Dios Trino y sus santos, atribuyen maliciosa y sacrílegamente toda clase de dones y cosas buenas que solo Dios puede conceder, a través de sus santos, a los ídolos demoníacos mencionados, agregando así ultraje sobre ultraje.
¡Cuánto
contrasta la vida de santidad de los mártires Cosme y Damián, con nuestra
sombría época! Por parte de ellos, merecieron el calificativo de “anárgiros”,
es decir, “despreciadores del dinero”, pues nunca cobraron por sus atenciones
médicas, y en esto se diferencian de miles de –en el mejor de los casos-
embusteros y charlatanes que, por las prácticas esotéricas y por eso mismo
diabólicas de la Nueva Era, llegan a cobrar sumas astronómicas, no por curar,
porque no pueden curar, sino por dar falsas expectativas de sanación a quienes
acuden a ellos. Por parte de los que acuden a estos falsos curanderos, también hay
una gran diferencia con los devotos de los Santos Cosme y Damián, porque
quienes acuden a ellos, lo hacen en su calidad de santos, esto es, de seres
humanos que, por la gracia santificante de Nuestro Señor Jesucristo, obtenida
al precio de su vida en la cruz, obtienen para sus devotos la verdadera
curación de enfermedades, al tiempo que consiguen para sus devotos algo
infinitamente más valioso que la salud corporal, y es la conversión del alma al
Redentor de los hombres, Jesús de Nazareth. En nuestros días, se puede
constatar cómo cientos de miles, e incluso hasta millones, de hombres y mujeres
atribulados por alguna enfermedad o por alguna situación existencial, no acuden
ya a los santos del Señor Jesús, los santos canonizados por la Iglesia
Católica, sino que se dirigen supersticiosamente, de modo impío y blasfemo, a
servidores del Demonio, como el Gauchito Gil o la Difunta Correa, o incluso
hasta al mismo Demonio, oculto en ese ídolo demoníaco que es “San La Muerte” o “Santa
Muerte”, para pedirles favores, y atribuyéndoles de un modo impío y sacrílego
favores, cuando estos demonios nada bueno pueden conceder. Sombríos tiempos los
nuestros, al inicio del siglo XXI, en el que los santos de Dios, como San Cosme
y San Damián, que verdaderamente podrían obtener no solo la gracia de la curación
de las enfermedades, sino además gracias inimaginables de parte del Único y
Verdadero Dios, Uno y Trino, son dejados de lado por ídolos demoníacos como los
mencionados Gauchito Gil, Difunta Correa, San La Muerte, el Niño Fidencio, los
cultos esotéricos, y cuanto vómito del Infierno anda circulando por ahí. Esto
demuestra que nuestros tiempos son “la hora de las tinieblas” (cfr. Lc 22, 53), aunque también demuestra que
está más cerca el regreso en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo, porque
cuando más oscura es la noche, más cerca está el amanecer.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Se denominan “santos anárgiros”
(en griego, Άγιοι Ανάργυροι, Ágioi Anárgiroi) a los santos católicos que no
aceptan el pago por sus buenas obras. Se trata de médicos cristianos o santos
con el don de la sanación, que en oposición directa a la práctica médica de la
época, no aceptaban el pago por sus consultas. El término “anárgiro” deriva de “ana”
(que no recibe, no acepta) y “árgiros” (en latín, argentum, “plata”). De su
combinación resulta el significado “que no aceptan la plata”, o también “los
despreciadores del dinero”. Además de Cosme y Damián, algunos otros santos
anárgiros son: Zenaida y Filonela; San Trifón; Taleleo el Anárgiro1; Ciro y
Juan; San Pantaleón; Blas de Sebaste; Sansón de Constantinopla; Lucas de
Simferópol. Cfr. https://es.wikipedia.org/wiki/Santos_an%C3%A1rgiros
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