San Jerónimo, doctor de la Iglesia, se caracterizó por
traducir la Biblia al latín y por realizar numerosos comentarios a las Sagradas
Escrituras. Precisamente, de sus
comentarios, es suya la conocida frase: “Ignorar las Escrituras es ignorar a
Cristo”. Dice así San Jerónimo: “Pues si, como dice el apóstol Pablo, Cristo es
el poder de Dios y la sabiduría de Dios, y el que no conoce las Escrituras no
conoce el poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las
Escrituras es ignorar a Cristo”[1]. San
Jerónimo sostiene que las Escrituras permiten conocer “el poder y la sabiduría
de Dios”, porque la Escritura es la Palabra de Dios, que como Dios, es
omnipotente y sabia. Ahora bien, como la Sabiduría de Dios es su Hijo,
Jesucristo, conocer las Escrituras es conocer a Cristo, Palabra de Dios sabia y
omnipotente, pues “por Él fueron hechas todas las cosas”; de ahí se sigue, como
dice San Jerónimo, que “desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo”.
San
Jerónimo afirma también que “el libro”, es decir, las Sagradas Escrituras,
contienen todos los misterios de la vida de Jesús: “(…) el contenido de este
libro (…) abarca todos los misterios del Señor: predice, en efecto, al Emmanuel
que nacerá de la Virgen, que realizará obras y signos admirables, que morirá,
será sepultado y resucitará del país de los muertos, y será el Salvador de
todos los hombres”[2].
Conocer las Escrituras, entonces, es conocer a Cristo, pues en las Escrituras
están contenidos todos los misterios de la vida de Cristo.
Ahora
bien, dirá San Jerónimo que los profetas, cuando hablaban, hablaban con una
sabiduría sobrenatural, porque quien les hablaba a ellos, por medio de las Escrituras,
era Dios Espíritu Santo, que habitaba en ellos: “¿Qué razón tienen los profetas
para silenciar su boca, para callar o hablar, si el Espíritu es quien habla por
boca de ellos? Por consiguiente, si recibían del Espíritu lo que decían, las
cosas que comunicaban estaban llenas de sabiduría y de sentido. Lo que llegaba
a oídos de los profetas no era el sonido de una voz material, sino que era Dios
quien hablaba en su interior, como dice uno de ellos: El ángel que hablaba en
mí”[3].
Parafraseando a San Jerónimo, podemos decir que si ignorar
las Escrituras es ignorar a Cristo, ignorar la Eucaristía, Palabra de Dios
encarnada y glorificada, es ignorar a Cristo. Y si la Escritura es la Palabra
de Dios que nos revela todos los misterios de la vida de Cristo, la Eucaristía
es ese mismo Cristo en Persona, que se nos comunica al alma con todos sus
misterios divinos, haciéndonos participar de ellos. Por último, si los profetas
hablaban palabras de sabiduría, porque el Espíritu Santo habitaba en ellos por
la Palabra de Dios, también en el alma que comulga en gracia recibe al Espíritu
Santo, Amor del Padre y del Hijo, espirado en el alma por Jesús Eucaristía, y
así Dios Espíritu Santo viene a inhabitar en el alma del que recibe a la
Palabra de Dios encarnada y glorificada, Jesús Eucaristía.
Entonces, conocer la Eucaristía es conocer a Cristo, Palabra
de Dios hecha carne y oculta en apariencia de pan.
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