En
1366, Santa Catalina experimentó lo que se denomina un “matrimonio místico” con
Jesús. Cuando ella estaba orando en su habitación, se le apareció Cristo en una
visión, acompañado por su Madre, la Virgen y un cortejo celestial[1]. Tomando
la mano de Santa Catalina, Nuestra Señora la llevó hasta Cristo, quien le
colocó un anillo y la desposó consigo, manifestando que en ese momento ella
estaba sustentada por una fe que podría superar todas las tentaciones. Para
Catalina, el anillo estaba siempre visible, aunque era invisible para los
demás.
De
este episodio sucedido a Santa Catalina, surgen varias preguntas: ¿cuál es su
significado último? ¿Este “matrimonio místico” de Santa Catalina estaba
reservada solo para ella? ¿O es posible también que otras almas lo
experimenten?
Las
respuestas nos las dan autores renombrados, quienes sostienen que estos
matrimonios místicos, como el acontecido entre Santa Catalina y Jesús, no es
exclusivo de Santa Catalina, sino que está reservado para toda alma, pues el
significado último que se quiere representar mediante la figura de una unión
esponsal, es el matrimonio del alma con Dios, adquirido por medio de la gracia[2].
Al
aparecérsele Jesús a Santa Catalina y desposarla, quería significar el amor que
Dios tiene por el alma, que es como el amor del esposo por la esposa. Por esto
mismo vemos que este matrimonio místico no está reservado solo a Santa
Catalina, sino que está destinado a toda alma en gracia, porque por la gracia
el alma se convierte en esposa de Dios, con un vínculo más estrecho que el que
se produce en el matrimonio humano[3]. En la unión esponsal que se da entre el alma y Dios, el vínculo conyugal
que se establece en el Amor de Dios, es infinitamente más profundo y grandioso
que el vínculo establecido entre los esposos terrenos, porque si lo que causa
el matrimonio es que dos estén en una sola carne -como dice la Escritura, que
el esposo, por amor de su esposa, “dejará a su padre y a su madre y se llegará
a su mujer y será con ella una sola carne” (cfr. Gn 2, 24)-, lo que causa la gracia es
que estén dos –el alma y Dios- en un espíritu[4],
el Espíritu de Dios, el Amor. En otras palabras, si lo que constituye el
matrimonio entre los esposos terrenos es el hecho de formar, por el amor
esponsal que se profesan, “una sola carne”, por la gracia se establece el
matrimonio místico y sobrenatural entre el alma y Dios, que los une en el Amor
Divino, el Espíritu Santo.
Para
poder darnos al menos una pálida idea acerca de la grandeza inconcebible que
significa para el alma esta unión esponsal con Dios por medio de la gracia,
imaginemos lo siguiente: consideremos que un poderoso rey, un monarca soberano,
se enamora perdidamente de una labradora del campo, de entre las más pobres y
olvidadas, la elige por esposa, la ensalza y la eleva al trono, la hace
partícipe de todos sus bienes y, lo que es más importante, le declara su amor,
no solo diciéndole, sino demostrándole, con todas estas pruebas de amor, que la
ama más que a su propia vida[5]. Consideremos
que esta labradora, habiendo correspondido en un primer momento al amor del
monarca, le fuera sin embargo, tiempo más tarde, infiel, no solo cometiendo
adulterio, sino pidiendo directamente el divorcio al rey que tanto la había
amado, regresando a una condición peor a la que se encontraba anteriormente.
¿No sería esto, de parte de esta doncella, una gran traición y una villanía? Pues
bien, esto es lo que sucede cuando el alma, luego de haber recibido la gracia
santificante –y por lo tanto, haber sido elevada a la suprema majestad de
esposa de Dios-, decide, libremente, abandonar a Dios por el pecado, despojándose
así de la gracia y retornando a una vida oscura y siniestra, en la que las
pasiones más bajas la dominan por completo.
Como
vemos, el matrimonio místico de Santa Catalina de Siena, no está reservado a
grandes santos y místicos como Santa Catalina; sin apariciones sensibles y sin
grandes manifestaciones místicas, es sin embargo un grandísimo don que el Amor
de Dios destina a todas las almas, por medio de la gracia santificante: basta
que el alma esté en gracia, para que sea elevada al grado de unión esponsal
mística con Dios, en el Espíritu Santo. Teniendo en cuenta esto, debemos pedir
a Santa Catalina de Siena la gracia de la fidelidad al amor esponsal de
Jesucristo -manifestado para con nosotros en el don de su gracia santificante,
conseguido al precio altísimo de su Sangre derramada en el sacrificio de la
cruz-, de manera tal de no solo nunca jamás traicionar a este amor esponsal,
sino de serle cada día más fieles en el Amor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario