Jesús se le apareció a Santa Margarita y le mostró su
Sagrado Corazón, el cual poseía diversos elementos: estaba envuelto en llamas, poseía
una corona de espinas, en su base tenía una cruz, y del costado abierto fluía
sangre y agua. Aunque en un primer momento pueda parecer que no tiene nada que
ver con nosotros, sin embargo, cada elemento del Sagrado Corazón tiene una
muy estrecha relación con nuestra vida personal, y veremos porqué.
Las
llamas que envuelven al Sagrado Corazón representan el Amor de Dios, el
Espíritu Santo, y está en estrecha relación con nosotros, porque precisamente
el Hijo de Dios se encarna y adquiere un Cuerpo para donarlo en sacrificio en
la cruz, para luego poder hacernos el don del Amor de Dios, el Espíritu Santo. Así
como Moisés contempla la zarza que arde y no se consume con las llamas, así las
llamas del Divino Amor arden en el Sagrado Corazón sin consumirlo,
convirtiéndolo en un horno ardentísimo de caridad divina, que desea abrasar con
sus llamas a todas las almas humanas, para encenderlas en el fuego del Amor a
Dios. La contemplación de las llamas que envuelven al Sagrado Corazón deben
hacer recordar al alma que es el Amor Divino el que lleva al Hijo de Dios a
encarnarse, a dar su vida en la cruz y a continuar su don en la Eucaristía y
que en cada Eucaristía, esas llamas, que envuelven al Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús, encenderán al instante a todo corazón que, como hierba
seca, reciba la Eucaristía con fe y con amor. Esas llamas están en relación con nosotros, porque están destinadas a cada uno de nosotros, de modo personal y particular.
El
Sagrado Corazón se aparece a Santa Margarita también rodeado de espinas, formando
una apretada corona que lo ciñe a su alrededor. El hecho de que lo contemplemos
en imágenes estáticas, puede hacernos perder de vista que el Sagrado Corazón
está vivo y latiendo en la realidad y que por lo tanto la corona de espinas,
ceñida a su alrededor, le provoca profundos, agudos y lacerantes dolores a cada
latido, en los movimientos del corazón, el diastólico o de llenado y el
sistólico o de expulsión de la sangre. Y la otra consideración que se debe
tener en cuenta al contemplar la corona de espinas que rodea al Sagrado
Corazón, es que esa corona de espinas no es otra cosa que la materialización de
nuestros malos pensamientos, deseos y obras, es decir, son nuestros pecados,
los que se materializan en las gruesas espinas de la corona que lacera al Corazón de Jesús. Esto nos debe llevar al propósito de no pecar, ya
que, como dice Santa Teresa, si no nos mueve ni el amor del cielo ni el temor
del infierno, al menos nos mueva la piedad de no herir más a Jesús, ya tan
malherido a causa de nuestros pecados. Las espinas tienen relación con nosotros, porque somos nosotros los que colocamos y ceñimos la corona de espinas alrededor del Sagrado Corazón de Jesús.
En
la base del Sagrado Corazón se encuentra la cruz, lo cual quiere decir que al
Amor de Dios, que está contenido en el Sagrado Corazón de Jesús, se accede solo
por la cruz y que si no es por la cruz, no hay modo de llegar a él. Solo quien
se sube al Árbol Santo de la Cruz, puede saborear su fruto exquisito, el
Corazón de Jesús, que contiene en su pulpa el sabor más dulce que jamás alguien
pueda probar, el Amor de Dios, y eso es lo que significa la cruz en la base del
Sagrado Corazón. La cruz se relaciona con nosotros, porque es el camino para acceder al Sagrado Corazón.
Por
último, el Sagrado Corazón aparece con su costado abierto, del cual fluye, de
modo ininterrumpido, Agua y Sangre: Agua, que lava las almas y Sangre, que las
santifica. Es por eso que el que comulga, ve justificada su alma, porque sus
pecados –veniales, no mortales- son perdonados, y su alma es cubierta por la
Sangre del Cordero, siendo embellecida y convertida en una imagen viviente del
Hombre-Dios Jesucristo, al punto tal que Dios Padre ve en el alma no ya al
alma, sino a su mismo Hijo Jesús, y lo ama con el Amor de su Corazón, el
Espíritu Santo. El costado abierto, el último elemento del Sagrado Corazón de Jesús, también está en estrecha relación con nosotros, porque quien lo desea, puede libremente arrodillarse ante Jesús crucificado, para que caiga sobre Él su Sangre y Agua, que brotan, precisamente, de su costado traspasado.
Por último, la contemplación y meditación de las apariciones del Sagrado Corazón
de Jesús a Santa Margarita, nos debe llevar a profundizar en nuestras
comuniones eucarísticas, porque la Eucaristía es el mismo Sagrado Corazón,
aparecido en visión a Santa Margarita, pero donado en la realidad a cada uno de
nosotros, para nuestro disfrute y gozo.
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