Santa Isabel de Hungría curando tiñosos
(Murillo, 1670)
Santa Isabel de Hungría pertenecía a la nobleza y tuvo la
gracia de descubrir la Presencia real de Jesucristo en los más necesitados. Así
lo decía en una carta al Papa su director espiritual, Conrado de Marburgo: “Isabel
reconoció y amó a Cristo en la persona de los pobres”[1]. Siendo
hija de Andrés II, rey de Hungría, y esposada con Luis de Turingia, también
perteneciente a la nobleza, poseía abundantes bienes, pero no solo nunca los usaba
para su propio provecho, sino que los distribuía tanto entre los pobres, que
con toda razón se puede decir que sus bienes eran patrimonio de los pobres[2]. Distribuía
tanto sus bienes entre los pobres, que incluso hasta sus mismos criados se
quejaban ante su esposo por la liberalidad de Santa Isabel. Un ejemplo de esto
fue lo sucedido en el año 1225, en el que las malas cosechas provocaron una
hambruna generalizada en esa región de Alemania; para socorrer a los más
afectados, Santa Isabel utilizó todo su dinero y todo el grano que tenía
almacenado en sus graneros. Su esposo estaba ausente y cuando regresó, algunos
de sus empleados se quejaron de esta actitud de Santa Isabel. Luis preguntó si
su esposa había vendido alguno de sus dominios y ellos le respondieron que no.
Entonces el rey dijo: “Sus liberalidades atraerán sobre nosotros la
misericordia divina. Nada nos faltará mientras le permitamos socorrer así a los
pobres”.
Santa
Isabel, además de ser una esposa y madre ejemplar, destinó todos sus bienes
materiales en beneficio de los pobres, construyendo hospitales y asistiéndolos
en sus necesidades, y dándoles ella misma de comer: tiempo más tarde, la santa ordenó
construir un hospital al pie del monte del castillo de Wartuburg, donde ella
vivía, y solía ir allá a dar de comer a los inválidos con sus propias manos, a
hacerles la cama y a asistirlos en medio de los calores más abrumadores del
verano. Además acostumbraba pagar la educación de los niños pobres,
especialmente de los huérfanos. Fundó también otro hospital en el que se
atendía a veintiocho personas y, diariamente alimentaba a novecientos pobres en
su castillo, sin contar a los que ayudaba en otras partes de sus dominios[3]. Sin
embargo, la caridad de la santa no era asistencialismo, y no por asistir a los
más pobres, los menospreciaba; por el contrario, para no favorecer la ociosidad
entre los que podían trabajar, les procuraba tareas adaptadas a sus fuerzas y
habilidades[4].
Otro
aspecto que se debe tener en cuenta es que el amor de Santa Isabel de Hungría
por los pobres no era un amor filantrópico; era el verdadero amor cristiano,
porque Santa Isabel reconocía en ellos la misteriosa Presencia real de
Jesucristo. Cuando Santa Isabel daba de comer a los pobres, y los alimentaba,
los vestía, los cuidaba, con todo cariño, amor y respeto, lo hacía porque veía,
con la luz del Espíritu Santo, misteriosamente oculta, en ellos, a la Persona
de Jesucristo, la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, y mientras los
asistía, resonaban en su mente y en su corazón las palabras de Jesús en el
Evangelio: “Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre, y me disteis de
comer; tuve sed, y me disteis de beber; estuve enfermo y me socorristeis (…);
cuantas veces hicisteis eso con estos pequeños, Conmigo lo hicisteis” (cfr. Mt 25, 35-45). Iluminada por el Espíritu
Santo, Santa Isabel sabía que, al socorrer al prójimo más necesitado,
misteriosamente, estaba socorriendo a Jesucristo, que se encontraba sufriendo
en ese prójimo sufriente, y esa era la razón que la llevaba a dar todo lo que
tenía, sin reservarse nada para ella.
Ahora
bien, ella misma vestía pobremente, pero así mismo, fue recompensada
grandemente, como el mismo Jesús promete en el Evangelio a quienes le son
fieles: “Bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor…” (Mt 25, 21). Se narra que en el mismo día
de la muerte de la santa, un hermano lego había sufrido un grave accidente en
un brazo y se encontraba tendido en su cama soportando terribles dolores. De
pronto vio aparecer a Isabel en su habitación, vestida con trajes hermosísimos.
Él dijo: “Señora, Ud. que siempre ha vestido trajes tan pobres, ¿por qué está
ahora tan hermosamente vestida?”. Y ella sonriente le dijo: “Es que voy para la
gloria. Acabo de morir para la tierra. Estire su brazo que ya ha quedado curado”.
El paciente estiró el brazo que tenía gravemente herido, y la curación fue
completa e instantánea[5].
Una
reina colmada de bienes materiales, que en su vida terrena donó su reino a Dios
y vivió pobremente para dedicarse a la atención de los pobres, porque en ellos
veía al mismo Cristo sufriente; en recompensa, Cristo la colma de bienes
celestiales en la vida eterna, haciéndola heredera del Reino de los cielos, y la
corona de gloria celestial, aunque la recompensa mayor para toda la vida de
servicio a los pobres, para Santa Isabel de Hungría, es Él mismo, la
contemplación de su Rostro para toda la eternidad. La vida de Santa Isabel de
Hungría nos enseña que Jesús, que es Dios, está verdadera y realmente Presente en el cielo y en la Eucaristía y, además, en los pobres, y que el desprendimiento de los bienes terrenos y el servicio
de los pobres por amor a Cristo, nos granjea una eternidad de felicidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario