Un hecho sucedido en la vida de San Martín de Tours nos da
la medida de cómo debe ser la verdadera caridad cristiana, además de hacernos reflexionar
acerca de la Presencia invisible y misteriosa, pero no menos real y cierta, de Nuestro
Señor Jesucristo en el prójimo más necesitado.
En efecto, siendo joven y estando de militar en Amiens, Francia,
un día de invierno muy frío se encontró por el camino con un pobre hombre que
estaba tiritando de frío y a medio vestir. Martín, como no llevaba nada más
para regalarle, sacó la espada y dividió en dos partes su manto, y le dio la
mitad al pobre. Esa noche vio en sueños que Jesucristo se le presentaba vestido
con el medio manto que él había regalado al pobre y oyó que le decía: “Martín,
hoy me cubriste con tu manto”[1].
Sulpicio
Severo, discípulo y biógrafo del santo, cuenta que tan pronto Martín tuvo esta
visión se hizo bautizar (era catecúmeno, o sea estaba preparándose para el
bautismo). Luego se presentó a su general que estaba repartiendo regalos a los
militares y le dijo: “Hasta ahora te he servido como soldado. Déjame de ahora
en adelante servir a Jesucristo propagando su santa religión”. El general quiso
darle varios premios pero él le dijo: “Estos regalos repártelos entre los que
van a seguir luchando en tu ejército. Yo me voy a luchar en el ejército de
Jesucristo, y mis premios serán espirituales”[2].
Con
relación al episodio sucedido con el mendigo, al cual San Martín le había dado
la mitad de su manto, es en este episodio en donde podemos encontrar una de las
principales enseñanzas de nuestro santo: por un lado, nos enseña que la
verdadera caridad cristiana, no consiste en dar aquello que sobra, o lo que no
se usa, o lo que se está a punto de tirar, sino lo que realmente nos sirve y
nos es útil. Dar lo que no sirve, lo que es inútil, lo que se está a punto de
arrojar al cesto de residuos, no es ni siquiera justicia. Muchas dependencias
de Cáritas parroquiales parecen, en la actualidad, depósitos de residuos o de
trastos viejos, porque los católicos se piensan que “hacer caridad con los
pobres” es, precisamente, deshacerse de lo que ya no les sirve o de lo que
están a punto de tirar, y para ahorrarse la molestia de arrojarlos ellos al
cesto de los residuos, lo llevan a Cáritas parroquial. Sin embargo, San Martín
de Tours nos da el ejemplo de cómo debe ser la verdadera caridad cristiana: dar
de lo propio, de lo que estamos usando, de lo nos sirve; dar lo que está en
buen estado; dar un objeto nuevo, y no uno en mal estado, o viejo, o roto, o
que está a punto de estropearse.
La
otra enseñanza que nos deja San Martín de Tours, en el episodio en el que
comparte la mitad de su capa con el mendigo que se le aparece en el camino, y
que finalmente resulta ser el mismo Jesucristo en Persona, es precisamente
esto: que en el prójimo más desvalido y más necesitado, se encuentra presente,
real y misteriosamente, Nuestro Señor Jesucristo. Esto se corresponde
exactamente con las enseñanzas del Evangelio: al hablar del Día del Juicio
Final, y de la recompensa que dará a los Bienaventurados y del castigo que
merecerán los réprobos, Jesús tomará en cuenta las obras de misericordia
realizadas y las que no se realizaron en los más necesitados. A los que se
salven, les dirá: “Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre, y me
disteis de comer, tuve sed, y me disteis de beber, estuve desnude, y me
vestisteis…”; y a los que se condenen, les dirá: “Apartaos de Mí, malditos,
porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de
beber; estuve desnudo, y no me vestisteis…” (Mt 25, 31-46).
La
conmemoración de la santidad de vida de San Martín de Tours debe conducirnos a meditar
acerca de la imperiosa necesidad de obrar la misericordia como requisito
ineludible, si es que queremos salvar nuestras almas, puesto que no obtendremos
misericordia si no somos capaces de dar misericordia (cfr. Lc 6, 36), como sí lo hizo San Martín de Tours.
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