“En
el corazón de la Iglesia yo seré el Amor”. La frase expresa el momento
culminante del itinerario de Santa Teresita de Lisieux, en la búsqueda acerca
de su misión en la Iglesia.
Lejos
de reflejar un estado sentimentalista, como muchos equivocadamente pueden
llegar a interpretar, la frase expresa la más alta cumbre de experiencia
mística de Santa Teresita, puesto que no se refiere a un estado anímico ni a un
sentimiento, sino a una profunda identificación con el Ser trinitario, que es
Amor en Acto Puro. El deseo de “ser el Amor” en “el corazón de la Iglesia”, es
entonces la expresión, en una simplísima frase, de un estado de unión espiritual
con la divinidad, alcanzable solo por las grandes almas místicas. Y, visto que
Santa Teresita es santa, y además doctora de la Iglesia, es patente que puso
por obra su descubrimiento espiritual, el “ser el Amor en el corazón de la
Iglesia”, descubrimiento que la condujo a las más altas cumbres de la sabiduría
y de la santidad.
¿De
qué manera pudo Santa Teresita hacer realidad lo que expresó en tan simple y
profunda frase? La pregunta no es inútil, puesto que la santidad está al
alcance de toda alma, ya que el único límite que puede frenar el ascenso a la
santidad, en un alma, está puesto por ella misma. Es decir, la pregunta es
importante, porque toda alma puede alcanzar las mismas cumbres de santidad de
Santa Teresita, y aún más.
Para contestar a la pregunta de cómo pudo
Santa Teresita hacer realidad su descubrimiento, es necesario analizar con un
poco de detenimiento su frase: “En el corazón de la Iglesia yo seré el Amor”. “En
el corazón de la Iglesia”: ¿cuál es el corazón de la Iglesia? El corazón de la
Iglesia es la Eucaristía, porque si el corazón es la sede del amor del hombre,
la Eucaristía es la sede del Amor de Dios, ya que ahí late el Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús, envuelto en las llamas del Amor divino. ¿Y de qué manera
se puede “ser el Amor”? Uniéndose a ese Corazón Eucarístico de manera tal de
quedar absorbidos por la fuerza de su Amor; uniéndose al Corazón Eucarístico,
de manera tal de ser abrasados por las llamas del Amor divino, hasta ser una
sola cosa con Él, así como el hierro, inicialmente opaco, duro y frío, se ablanda
y se vuelve luminoso y brillante cuando es abrasado por el fuego. De esta
manera, el alma se identifica a tal punto con el Amor de Dios, que pasa a ser
una sola cosa con Él.
Entonces,
comulgando la Eucaristía como lo hacía Santa Teresita, se puede “ser el Amor en
el corazón de la Iglesia”.
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