El
Sagrado Corazón le revela a Santa Margarita María que la inmensidad de los
dolores que sufrió en las horas de agonía en el Huerto de Getsemaní, se
debieron, en gran medida, a que en su Divinidad, veía cómo un gran número de
almas habrían de condenarse, al mostrarse ingratas e indiferentes frente a su
sacrificio en Cruz.
Para
muchísimas almas, su muerte no significaría nada, ya que habrían de preferir a
sus propias pasiones, antes que la
Cruz de Jesús, lo cual habría de conducirlas a la eterna
condenación, y es esta visión de la enorme masa de condenados lo que más dolor
le provocaba, y lo que hacía su agonía más y más intensa.
Cuando
se ve el estado espiritual de nuestra época, en donde los hombres viven como si
Dios no existiera, o más bien, como si cada uno fuera su propio dios; cuando se
ve a los jóvenes y adolescentes –solo a la salida de los colegios- que no es
que hayan perdido el pudor y la vergüenza, sino que parecieran que jamás la
tuvieron, porque la impudicia y la desvergüenza les son connaturales y no
parecen conocer otra cosa; cuando se ve la inmensa muchedumbre de niños que
empiezan a ser educados en las leyes anti-naturales; cuando se ve que la
anti-natura se acepta como “natural” y se legitima por ley cualquier aberración
que pueda surgir del corazón humano; cuando se ve que a enormes masas de gentes
parece importarles solo el placer, el poder, el tener; cuando la droga se
convierte en lucrativo y sangriento negocio que atrapa a países enteros, es que
uno se pregunta si no son para nuestros días estas duras palabras del Sagrado
Corazón, dictadas a Santa Brígida de Suecia: “Juro por mi Divinidad, que si
morís en el estado que ahora estáis, nunca veréis Mi Rostro, sino que por
vuestra soberbia os sumergiréis tan profundamente en el infierno, que todos los
demonios estarán sobre vosotros, afligiéndoos incansablemente: por vuestra
lujuria seréis llenos del horrible veneno del demonio, y por vuestra codicia os
llenaréis de dolores y de angustias, y seréis participantes de todos los males
que hay en el infierno. Oh, enemigos Míos, abominables, degenerados y
desgraciados; sois a mis ojos como el gusano muerto en el invierno; haced, pues
lo que queráis y prosperad ahora. Pero Yo me levantaré en el estío, y entonces
callaréis y no os libraréis de Mi mano!’”[1].
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