Santa Margarita María relata así la
cuarta aparición del Sagrado Corazón, el 16 de Junio de 1675: “Estando una vez en presencia del
Santísimo Sacramento, un día de su octava, recibí de Dios Gracias excesivas de
Su Amor (…) Entonces, descubriendo Su Divino Corazón me dijo: “He aquí este
Corazón que tanto ha amado a los hombres, y que no ha ahorrado nada, hasta el
extremo de agotarse y consumirse para demostrarles Su Amor, y en reconocimiento
no recibo de la mayor parte más que ingratitud, ya por sus irreverencias y
sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que Me tratan en este
Sacramento del Amor. Pero lo que más Me duele es que sean corazones consagrados
a Mí los que así Me tratan. Por eso te pido, que sea dedicado el Primer
Viernes, después de la octava del Corpus, a celebrarse una Fiesta especial para
honrar Mi Corazón, comulgando ese día y reparando Su Honor por medio de un
respetuoso ofrecimiento, a fin de expiar las injurias que he recibido durante
el tiempo que he estado expuesto en los altares. También te prometo que Mi
Corazón se dilatará para esparcir en abundancia las influencias de Su Divino
Amor sobre quienes Le hagan ese honor y procuren que se Le tribute”[1].
Jesús le muestra su Sagrado
Corazón y le dice “se ha agotado y consumido” para “demostrarles su Amor” a los
hombres, y que en respuesta, solo ha recibido, de la gran mayoría, incluidos
los consagrados, “ingratitud, irreverencias, sacrilegios, frialdad y
desprecio”. Luego le pide la fiesta del Primer Viernes, después de la octava de
Corpus Christi.
Además, en la tercera
aparición, le dice que la hará participar de la “tristeza mortal” que padeció
en el Huerto de los Olivos.
¿En qué consiste esta
“tristeza mortal” del Sagrado Corazón? ¿De qué manera se ha “consumido y
agotado” demostrando su Amor?
Para tener una idea, es
necesario escuchar lo que el mismo Sagrado Corazón le dice a Luisa Piccarretta,
cuando la sierva de Dios contemplaba la tercera hora de agonía en el Huerto de
los Olivos: “Agonizante Jesús mío, mientras parece que se te va la vida, siento
ya el estertor de tu agonía; tus ojos están apagados por la cercanía de la
muerte, todo tu cuerpo se encuentra abandonado a sí mismo y el respiro
frecuentemente te falta; y yo siento que se me rompe el corazón por el dolor;
te abrazo y siento que estás helado; te sacudo y no das señales de vida...
¡Jesús! ¿Has muerto ya? Afligidísima Madre mía, ángeles del cielo, vengan todos
a llorar por Jesús y no permitan que yo siga viviendo sin él, porque no puedo.
Lo abrazo más fuerte y siento que da otro respiro y que de nuevo vuelve a no
dar señales de vida... Lo llamo: ‘¡Jesús, Jesús, Vida mía, no te mueras! Oigo
ya el alboroto que hacen tus enemigos que ya vienen a arrestarte. ¿Quién te
defenderá en este estado en que te encuentras?’.
Y él, sacudido, parece
resucitar de la muerte a la vida. Me mira y me dice: ‘Hijo, ¿estás aquí? ¿Has
sido entonces espectador de todas mis penas y de las tantas muertes que he
sufrido? Pues bien, debes saber, oh hijo, que en estas tres horas de
amarguísima agonía he reunido en mí todas las vidas de las criaturas y he
sufrido todas sus penas y hasta sus mismas muertes, dándole a cada una mi misma
vida. Mis agonías sostendrán las suyas; mis amarguras y mi muerte se cambiarán
para ellas en fuentes de dulzura y de vida. ¡Cuánto me cuestan las almas! ¡Si
por lo menos fuera correspondido! Es por eso que tú has visto que por momentos
moría para luego volver a respirar: eran las muertes de las criaturas que
sentía en mí”.
La tristeza mortal del
Sagrado Corazón, y el hecho de haberse consumido literalmente por Amor, se
deben entonces a que Cristo, en cuanto Hombre-Dios, en sus tres horas de agonía
en el Huerto de los Olivos, asume en sí mismo todas las vidas de todas las
personas de todos los tiempos, desde Adán y Eva hasta el último hombre que
habrá de nacer en el Último Día, y sufre sus mismas penas y sus mismas muertes,
para darles de su propia vida.
Esto quiere decir que no son
palabras retóricas el decir que Cristo en Persona sufre en los agonizantes, ya
que Él está en quien agoniza, sufriendo su misma agonía y su misma muerte, para
darle su propia vida.
La agonía de Jesús en el
Huerto se debe a que sufre la agonía y la muerte de todos y cada uno de los
cientos de miles de millones de seres humanos, incluidas nuestras propias
agonías y muertes.
Cuando Jesús agoniza en el
Huerto, agoniza porque sufre Él en Persona estas muertes, y lo hace –como Él lo
dice-, para transformar los intensos dolores de la agonía, la tristeza y el
llanto, en dulzura y regocijo celestial, con su omnipotencia divina. ¡Cuánto
agradecimiento debemos al Sagrado Corazón, por haber no solo sufrido las
muertes de nuestros seres queridos, sino haberlas convertido en gozo y alegría!
De todo esto, se comprende
la amarga queja de Jesús a Santa Margarita, al ver tan poco –más bien, nada-
correspondido su amor, por centenares de miles de niños, jóvenes y adultos, que
conocen y aman más a Messi, a Cristiano Ronaldo, y a cualquier ídolo mundano
que aparezca en los medios de comunicación; se comprende el dolor de Cristo, al
comprobar cómo la inmensa mayoría de las almas, por las que el Sagrado Corazón
sufrió en el Huerto de Getsemaní, prefieran sus diversiones banales y sus
ocupaciones terrenas, antes que hacer un rato de adoración frente a Jesús
Sacramentado.
[1]http://aparicionesdejesusymaria.files.wordpress.com/2011/06/santa-margarita-mc2aa-alacoque-revelaciones-del-corazc3b3n-de-jesc3bas-1673-1675.pdf
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