(Ciclo C – 2025)
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús se inicia,
según algunos, en el día del Viernes Santo, cuando del Sagrado Corazón de
Jesús, traspasado por la lanza, brotó Sangre y Agua, que luego se derraman
sobre las almas a través de los sacramentos[1].
Pero también podríamos decir que la devoción al Corazón de Jesús comienza en el
momento mismo de la Encarnación, porque es ahí en donde el Corazón de Dios Uno
y Trino se une al Corazón humano de Jesús de Nazareth, aunque en ese momento
estaba todavía en estado incluso pre-embrional, ya que en el momento de la
Encarnación del Verbo, Jesús era solo una célula humana, sin los órganos
embrionarios desarrollados, como sucede con todo embrión humano.
Entonces, después de la Encarnación y de la Pasión, la
devoción al Sagrado Corazón de Jesús continuó, sobre todo entre los Padres de
la Iglesia, como San Ambrosio, San Juan Crisóstomo, San Agustín: estos Santos
Padres demostraban su amor por el Sagrado Corazón haciendo mención en sus
textos a la Sagrada Llaga del costado de Jesús y a la Sangre y Agua que brotaron
de su corazón. Más tarde, y en continuidad con la devoción y el amor de los
Padres de la Iglesia al Sagrado Corazón de Jesús, una gran cantidad de santos
honraban con amor y devoción al Corazón de Jesús y a las Santas Llagas de Cristo,
como por ejemplo, San Buenaventura, San Bernardo de Claraval, Santa Clara,
Santa Gertrudis, Beato Enrique Suso, San Francisco de Sales, Santa Catalina de
Siena, Santa Teresa de Ávila y San Pedro Canisio. Esta devoción estaba, sin embargo,
limitada a la devoción personal, privada; la difusión y la propagación pública del
culto al Corazón de Jesús se origina con las apariciones y revelaciones
místicas del Sagrado Corazón a Santa Margarita María Alacoque. La propagación
pública y universal a la devoción al Corazón de Jesús se acentúa luego con una
de las más importantes apariciones de la Virgen, las apariciones de Fátima, en
año 1917: en esas apariciones, tanto el Ángel de Portugal, como la Santísima
Virgen María en persona, les enseñaron a los Beatos Pastorcitos a rezar y
responder a los designios de los Corazones de Jesús y María. Algo que debemos
tener en cuenta es que en la historia al Sagrado Corazón no solo es importante
la consideración hacia atrás, en el tiempo, es decir, las consideraciones sobre
su origen, sino ante todo cómo es la devoción hacia el futuro, hacia adelante, cada
día de la vida de la Iglesia y de los bautizados, porque la devoción, el amor y
la adoración al Sagrado Corazón de Jesús continuará por toda la eternidad, con
la Iglesia, Esposa Mística del Cordero, adorándolo por los siglos sin fin.
De entre todas las apariciones y devociones,
son las apariciones a Santa Margarita María Alacoque de la Orden de la
Visitación de Santa María, las que más contribuyeron a que esta devoción sea
universal en la Iglesia Católica. Es el mismo Jesús en Persona quien le reveló
que quienes oraran con devoción al Sagrado Corazón, recibirían gracias y
favores divinos. Entre otras cosas, Jesús le pide que lo consuele en el dolor
que le causan las almas ingratas. En la Primera revelación, el 27 de diciembre
de 1673, Jesús le pide la Comunión de los primeros viernes; en la Segunda
revelación, en 1674, le pide que se honre su Corazón de carne y promete a los
que le honren gracias muy especiales; en la Tercera revelación, en 1674, Jesús
le confiesa: “Tengo sed, una sed ardiente de ser amado de los hombres en el Sacramento
del Amor…” y este “Sacramento del Amor” no es otro que la Sagrada Eucaristía,
en donde el Corazón del Hombre-Dios Jesucristo está vivo, resucitado, glorioso,
lleno del Amor de Dios. Posteriormente, en el año 1675 le pide que se
establezca la Fiesta a su Corazón, honrándolo con la Comunión y consagración a
Él.
Además de estas revelaciones, el Sagrado Corazón de
Jesús promete Doce inmensas gracias para quienes lo honren y lo adoren. Estas
Doce promesas son: “1. A las almas consagradas a mi Corazón, les daré las
gracias necesarias para su estado. 2. Daré la paz a las familias. 3. Las
consolaré en todas sus aflicciones 4. Seré su amparo y refugio seguro durante
la vida, y principalmente en la hora de la muerte. 5. Derramaré bendiciones
abundantes sobre sus empresas. 6. Los pecadores hallarán en mi Corazón la
fuente y el océano infinito de la misericordia. 7. Las almas tibias se harán
fervorosas. 8. Las almas fervorosas se elevarán rápidamente a gran perfección.
9. Bendeciré las casas en que la imagen de mi Sagrado Corazón esté expuesta y
sea honrada. 10. Daré a los sacerdotes la gracia de mover los corazones
empedernidos. 11. Las personas que propaguen esta devoción, tendrán escrito su
nombre en mi Corazón y jamás será borrado de él. 12. A todos los que comulguen
nueve primeros viernes de mes continuos, el Amor omnipotente de mi corazón les concederá
la gracia de la perseverancia final”.
Ahora bien, para poder recibir estas promesas del
Sagrado Corazón, hay que tener disposiciones espirituales, como por ejemplo: recibir
sin interrupción la Sagrada Comunión durante nueve primeros viernes
consecutivos; tener la intención de
honrar al Sagrado Corazón de Jesús y de alcanzar la perseverancia final; ofrecer
cada Sagrada Comunión como un acto de expiación por las ofensas cometidas
contra el Santísimo Sacramento. Además de todo esto, podemos honrar todos los
días al Sagrado Corazón, de dos maneras distintas: una, es usando el “Detente”[2]
-se le conoce también como el “Pequeño Escapulario del Sagrado Corazón”, aunque
no es, en el sentido lingüístico un escapulario- que es un emblema o símbolo
que usualmente se lleva sobre el pecho, con la imagen del Sagrado Corazón: el
significado es que es propio de quien ama llevar consigo un signo de su amado y
en este caso, el Detente es un signo visible de nuestro amor al Sagrado Corazón
de Jesús y de la infinita confianza en su protección contra las acechanzas del
maligno. Le decimos “detente”, en nombre de Jesús, al demonio y a toda maldad.
El origen del Detente se encuentra en las apariciones del Sagrado Corazón a Santa
Margarita María Alacoque, en una carta dirigida por ella a la Madre Saumaise el
2 de marzo de 1686 en la que le dice: “Él (Jesús) desea que usted mande a hacer
unas placas de cobre con la imagen de su Sagrado Corazón para que todos
aquellos que quisieran ofrecerle un homenaje las pongan en sus casas, y unas
pequeñas para llevarlas puestas.”
La otra forma de honrar y adorar al
Sagrado Corazón es el llevarlo, no solo en una imagen, sino en el corazón,
literalmente, y eso podemos hacerlo si lo recibimos en Persona, en la Sagrada
Eucaristía, por supuesto que siempre en estado de gracia santificante. El cristiano
debe considerar que Jesús entrega su Corazón, ardiente en el Fuego del Divino
Amor, en cada Eucaristía y por esto mismo, el católico debe vivir cada Misa
como si fuera la última vez que asiste a Misa; debe hacer cada adoración como
si fuera la última vez que hace adoración eucaristía; debe comulgar con el todo
el ardor del amor, con toda la fe y la piedad de la que es posible, cada vez,
como si fuera la última vez que comulga, porque es el modo de corresponder la
entrega que hace Jesús en cada Santa Misa, en cada Adoración Eucarística, en
cada Comunión sacramental, de su Sagrado Corazón Eucarístico.
Es verdad que la Comunión de los primeros viernes de
mes es el modo en el que Jesús nos pide que honremos a su Sagrado Corazón, pero
también tenemos otro modo y es el momento de la comunión eucarística; la Comunión
Eucarística es un momento privilegiado para adorar y para orar al Sagrado
Corazón, y si bien la oración es individual y personal, una oración al momento
de comulgar, en la intimidad del diálogo de amor entre el alma y Jesús, podría
ser esta: “Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que por amor has venido hasta mí,
te suplico, por los dolores de tu Pasión, que me des la Cruz que está en la
base de tu Sagrado Corazón; que me des la corona de espinas que rodean tu
Sacratísimo Corazón, que me hagas beber del cáliz de tus amarguras contenido en
tu Sacratísimo Corazón, que me hagas sentir las mismas penas que inundan, como
mares impetuosos, tu Sacratísimo Corazón; que me des también el Amor que
envuelve tu Sacratísimo Corazón en forma de llamas de fuego; haz que esas
llamas, junto con las espinas que rodean tu Corazón y junto con la Sangre
contenida en tu Corazón, envuelvan, perforen, e inunden, con la Fuerza
impetuosa del Amor Divino, “más fuerte que la muerte”, nuestros pobres
corazones, duros, fríos, sin amor, y los corazones de nuestros seres queridos,
y los corazones de todos los pecadores, para que encendidos por las llamas del
Espíritu Santo, perforada la dureza pétrea de los corazones pecadores con las
espinas que rodean tu Corazón, e inundados con la Sangre contenida en tu
Corazón, Sangre que a su vez contiene al Amor Divino, nos convirtamos todos,
del pecado a tu Amor, y así ablandados los corazones por la contrición perfecta
y convertidos de corazones de piedra en corazones de carne, llenos del Espíritu
Santo, seamos movidos a hacer penitencia y a descargar nuestros delitos en el
sacramento de la penitencia, para así recibir nuevas y nuevas oleadas de gracia
y Amor que provienen de Ti. ¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, nada soy más pecado,
porque solo soy un abismo de miseria y de indignidad, pero en mi nada y en mi
condición de pecador, y desde el fondo de miseria de mi alma, tengo algo para
ofrecerte, y ese algo es la Eucaristía, que es tu mismo Corazón traspasado;
acéptalo, y por la Cruz que está en su base, que representa los dolores acerbos
de tu Pasión; por la corona de espinas que rodean tu Corazón, espinas que son
la materialización de nuestros malos pensamientos y deseos; por el Fuego que
envuelve tu Corazón, Fuego que es el Amor de Dios, el Espíritu Santo; por la
llaga que abrió la lanza del soldado, permitiendo que por la herida de tu
Corazón fluyera tu Sangre y, con tu Sangre, el Amor de Dios, y por la Eucaristía, que contiene todo esto
que te ofrezco, te suplico, te suplico, oh Sagrado Corazón, la conversión de
los pobres pecadores!”.
[1]
https://www.uco.edu.co/seguimosconectados/SiteAssets/MODULO-II.pdf
[2] https://www.youtube.com/watch?v=5PwS6lUsXXk; cfr. Vida y Obras, vol. II,
p.306, nota. INDULGENCIA El Papa Pío IX le concedió en el año 1872, una
indulgencia de 100 días una vez al día a todos los fieles que usaran alrededor
de sus cuellos este emblema piadoso y rezaran un Padre Nuestro, Ave María y
Gloria. (Preces et pia opera, n. 219).
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