Vida de santidad[1].
Juan
Crisóstomo o Juan de Antioquía (Antioquía, 347-Comana Pontica, 14 de septiembre de 407) fue un clérigo
cristiano eminente, patriarca de Constantinopla, considerado por la Iglesia
católica uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia del Oriente. La Iglesia ortodoxa griega
lo valora como uno de los más grandes teólogos y uno de los tres pilares de esa Iglesia,
juntamente con Basilio el Grande y Gregorio Nacianceno. Por su formación
intelectual y su origen, es el único de los grandes Padres orientales que
procede de la Escuela de Antioquía.
Este
Padre de la Iglesia fue famoso por sus discursos públicos y por su denuncia de
los excesos de las autoridades imperiales y de la vida licenciosa del clero
bizantino. Su enfrentamiento con la corte del emperador Arcadio y
de su esposa Elia Eudoxia resultó en su destierro. Reinstalado
en su sede episcopal temporalmente, fue por último depuesto y exiliado hasta su
muerte. Un siglo después, Juan de Constantinopla recibió el título por el que
le conoce la posteridad: Juan Crisóstomo. Ese término proviene del
griego, chrysóstomos (χρυσόστομος), y significa ‘boca de oro’
(χρυσός: chrysós 'oro' y στόμα: stoma 'boca')
en razón de su extraordinaria elocuencia que lo consagró como el máximo orador
entre los Padres griegos.
Mensaje de santidad[2].
El mensaje de santidad que nos dejan San Juan Crisóstomo,
entre otras cosas, es el siguiente, en el que en uno de sus escritos, nos insta
a la penitencia. Podríamos preguntarnos: ¿por qué la penitencia? Y la respuesta
es que, entre tantas cosas verdaderamente diabólicas que hace el hombre en
nuestros días, está el genocidio silencioso de los niños por nacer. En nuestro
país, Argentina, desde que el actual gobierno implantó la infame ley del
aborto, se han asesinado unos 290.000 niños por nacer (doscientos noventa mil),
lo cual es un verdadero genocidio, mientras que la totalidad de niños asesinados
en el vientre de la madre, en el mundo entero, oscila entre cincuenta-cincuenta
y cinco millones. ¿Cómo puede Dios Nuestro Señor, no estar iracundo frente a la
destrucción de las obras de sus manos, como son los niños por nacer? Dios Uno y
Trino está sumamente enojado con la humanidad perversa, pervertida y
prevaricadora y la única que detiene la mano de Dios Hijo es la Virgen Santísima,
por eso la Virgen nos advierte, en numerosas apariciones, muchas de ellas
aprobadas por la Iglesia, como Fátima, Lourdes, La Salette, Akhita, que los
hombres debemos hacer “Penitencia, penitencia, penitencia”. Éste es el sentido
del mismo pedido que nos hace San Juan Crisóstomo, válido para sus días y mucho
más para los nuestros.
Así dice el santo: “¿Queréis
que os recuerde los diversos caminos de penitencia? Hay ciertamente muchos,
distintos y diferentes, y todos ellos conducen al cielo.
El
primer camino de penitencia consiste en la acusación de los pecados: Confiesa
primero tus pecados, y serás justificado. Por eso dice el salmista: Propuse:
«Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Condena,
pues, tú mismo, aquello en lo que pecaste, y esta confesión te obtendrá el
perdón ante el Señor, pues, quien condena aquello en lo que faltó, con más
dificultad volverá a cometerlo; haz que tu conciencia esté siempre despierta y
sea como tu acusador doméstico, y así no tendrás quien te acuse ante el
tribunal de Dios.
Éste
es un primer y óptimo camino de penitencia; hay también otro, no inferior al
primero, que consiste en perdonar las ofensas que hemos recibido de nuestros
enemigos, de tal forma que, poniendo a raya nuestra ira, olvidemos las faltas
de nuestros hermanos; obrando así, obtendremos que Dios perdone aquellas deudas
que ante él hemos contraído; he aquí, pues, un segundo modo de expiar nuestras
culpas. Porque si perdonáis a los demás sus culpas –dice el
Señor–, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros.
¿Quieres
conocer un tercer camino de penitencia? Lo tienes en la oración ferviente y
continuada, que brota de lo íntimo del corazón.
Si
deseas que te hable aún de un cuarto camino, te diré que lo tienes en la
limosna: ella posee una grande y extraordinaria virtualidad.
También,
si eres humilde y obras con modestia, en este proceder encontrarás, no menos
que en cuanto hemos dicho hasta aquí, un modo de destruir el pecado: De ello
tienes un ejemplo en aquel publicano, que, si bien no pudo recordar ante Dios
su buena conducta, en lugar de buenas obras presentó su humildad y se vio
descargado del gran peso de sus muchos pecados.
Te
he recordado, pues, cinco caminos de penitencia: primero, la acusación de los
pecados; segundo, el perdonar las ofensas de nuestro prójimo; tercero, la
oración; cuarto, la limosna; y quinto, la humildad.
No
te quedes, por tanto, ocioso, antes procura caminar cada día por la senda de
estos caminos: ello, en efecto, resulta fácil, y no te puedes excusar aduciendo
tu pobreza, pues, aunque vivieres en gran penuria, podrías deponer tu ira y
mostrarte humilde, podrías orar asiduamente y confesar tus pecados; la pobreza
no es obstáculo para dedicarte a estas prácticas. Pero, ¿qué estoy diciendo? La
pobreza no impide de ninguna manera el andar por aquel camino de penitencia que
consiste en seguir el mandato del Señor, distribuyendo los propios bienes
—hablo de la limosna—, pues esto lo realizó incluso aquella viuda pobre que dio
sus dos pequeñas monedas.
Ya
que has aprendido con estas palabras a sanar tus heridas, decídete a usar de
estas medicinas, y así, recuperada ya tu salud, podrás acercarte confiado a la
mesa santa y salir con gran gloria al encuentro del Señor, rey de la gloria, y
alcanzar los bienes eternos por la gracia, la misericordia y la benignidad de
nuestro Señor Jesucristo”.
“Penitencia,
penitencia, penitencia, oración, ayuno, limosna, humildad, vivir según la Ley
de Dios, evitar el pecado”. Solo esto detendrá la Santa Ira de Dios sobre la
humanidad.
[2] Cfr. De las homilías de San Juan Crisóstomo, obispo
Homilía 2 sobre el diablo tentador, 6, https://www.corazones.org/biblia_y_liturgia/oficio_lectura/tiempo_ordinario/21martes_ordinario.htm
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