Vida de
santidad.
Memoria
de los santos Andrés Kim Taegön, presbítero, Pablo Chöng Hasang y compañeros,
mártires en Corea. En este día se veneran en una común celebración todos los
ciento tres mártires que en Corea dieron un heroico testimonio de la fe
católica en Cristo Jesús, fe la cual fue introducida con piedad y fervor por algunos
laicos y luego fue alimentada y reafirmada por la predicación y celebración de
los sacramentos por medio de los misioneros. Todos estos gloriosos mártires de
Cristo —tres obispos, ocho presbíteros, y los restantes laicos, casados o no,
ancianos, jóvenes y niños—, unidos en el suplicio, consagraron con su sangre
preciosa las primicias de la Iglesia Católica en Corea (1839-1867)[1]. Por esta razón, se puede
afirmar con certeza que fueron los
laicos quienes llevaron la fe católica a Corea al final del siglo XVI. En esse entonces,
la evangelización era muy difícil porque Corea se mantenía aislada del mundo, con
la excepción de los viajes a Pekín para pagar impuestos[2]. Fue
precisamente, en uno de esos viajes, hacia el año 1777, en el que algunos
coreanos cultos fueron catequizados por los padres jesuitas que estaban misionando
en China. De esta manera, dieron comienzo a una igleisa doméstica en Corea.
Doce años después, un sacerdote chino fue el primer consagrado que logró entrar
secretamente en Corea, encontrando allí una piadosa congregación de unos cuatro
mil católicos, los cuales nunca habían visto un sacerdote. Siete años mas tarde
el número de católicos era alrededor de diez mil y esto en médio de grandes
persecuciones.
San Andrés Kim Taegon era hijo de nobles coreanos
conversos. Su padre,
Ignacio Kim, fue martirizado en la persecución del año 1839, siendo beatificado
en el año 1925 con su hijo. Andrés fue bautizado a los 15 años de edad; luego
recorrió unos mil quilômetros para poder estudiar en el seminario más cercano, ubicado
en Macao, China. Seis años después regresó a su país a través de Manchuria, cruzó
el Mar Amarillo y más tarde fue ordenado sacerdote en Shangai, convirtiéndose
así en el primer sacerdote católico nacido en Corea. Ya ordenado, regresó a
Corea y se le confió la tarea de preparar el camino para el ingreso de
misioneros por el mar, para así evitar los guardias de la frontera. En el año 1846,
cuando tenía veinticinco años, fue arrestado, torturado y decapitado junto al río
Han, cerca de Seúl, Corea. En esa época hubieron varios miles de mártires
coreanos, hasta que en 1883 llegó la libertad religiosa, finalizando así la
persecución sangrienta a la Iglesia Católica en Corea.
San Andrés Kim Taegon fue canonizado el 6 de Mayo de 1984 por Juan Pablo II en su visita a
Corea, junto con 102 otros mártires, incluyendo el seminarista Pablo Chong
Hasang. La mayoría de los mártires canonizados eran laicos. San Pablo Chong
Hasang era un seminarista coreano de 45 años de edad. Murió mártir
en la misma persecución en que murió San Andrés Kim Taegon. Entre
los mártires del 1839 está Columba Kim, soltera de 26 años, y su hermana Agnes.
Las arrestaron y las tiraron desnudas a una celda con criminales condenados.
Aunque las tuvieron allí dos días, aquellos hombres no las molestaron. Después
que Columba protestó por esa indignidad, ya no sometieron a otras mujeres a esa
ignominia. A Columba la quemaron con herramientas calientes y carbones. Ambas
fueron finalmente decapitadas. A un niño de 13 años, Pedro Ryou, le destrozaron
la piel de tal manera que podía tomar pedazos de ella y tirarla a los jueces.
Lo estrangularon. Protase Chong, un noble de 41 años de edad, apostató bajo
tortura y lo liberaron, aunque más tarde volvió y confesó su fe y lo torturaron
hasta la muerte, obteniendo así la gloriosa palma del martirio.
La multitud en la misa de canonización fue una de las
más grandes que jamás se hayan reunido en la faz de la tierra, lo cual confirma
el dicho de los Padres de la Iglesia: “La sangre de los mártires es semilla
para nuevos cristianos”.
Mensaje
de santidad.
El mensaje de santidad de estos heroicos mártires está bien sintetizado por San Juan Pablo II, quien dijo lo siguiente en la ceremonia de canonización: “La Iglesia coreana es única porque fue fundada completamente por laicos. Esta Iglesia incipiente, tan joven y sin embargo tan fuerte en la fe, soportó hola tras hola de feroz persecución. De manera que en menos de un siglo podía gloriarse de tener 10.000 mártires. La muerte de estos mártires fue la levadura de la Iglesia y llevó al espléndido florecimiento actual de la Iglesia coreana. Todavía hoy, el espíritu inmortal de los mártires sostiene a los cristianos de la Iglesia del silencio en el norte de esta tierra trágicamente dividida”. El martirio de Kim Taegon y compañeros, nos demuestra que el poder y el Amor de Dios son infinitame más grandes que el odio diabólico y humano, manifestados en la persecución de la Iglesia, tanto de forma cruenta como incruenta y que, aunque el Demonio y los hombres impíos piensen que con la muerte física de los mártires de Cristo se da fin a la Iglesia Católica, la Iglesia, por medio de la sangre de sus hijos derramadas por amor a Cristo, crece sin cesar, estableciendo ya en la tierra, por la sangre de los mártires, una semilla, un germen, del Reino de los cielos, que no tiene fin.
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