Vida de santidad.
Perpetua,
nacida en la nobleza, conversa. Esposa y madre. Fue martirizada con su
servidora y amiga y otros mártires.
En el siglo IV se leían las actas de estas santas en las
iglesias de África[1].
El pueblo les profesaba una estima tan grande que San Agustín se vio obligado a
publicar una protesta para evitar que se las considerara en plano de igualdad
con la Sagrada Escritura. Durante la persecución del emperador Severo, fueron
arrestados en Cartago cinco catecúmenos el año 205[2].
Eran estos Revocato, Felícitas (su compañera de esclavitud, que estaba
embarazada desde hacía varios meses), Saturnino, Secúndulo y Vibia
Perpetua. Esta última tenía 22 años de edad, era madre de un niño pequeño
y tenía buena posición económica. A estos cinco se unió Sáturo quien les había
instruido en la fe y se negó a abandonarles.
Perpetua escribió las actas: “Yo estaba todavía con
mis compañeros. Mi padre, que me quería mucho, trataba de darme razones para
debilitar mi fe y apartarme de mi propósito. Yo le respondí: ‘Padre, ¿no ves
ese cántaro o jarro, o como quieras llamarlo?... ¿Acaso puede llamarlo con un
nombre que no le designe por lo que es?’ “No”, replicó él. “Pues tampoco yo
puedo llamarme por un nombre que no signifique lo que soy: cristiana”. Al oír
la palabra “cristiana”, mi padre se lanzó sobre mí y trató de arrancarme los
ojos, pero sólo me golpeó un poco, pues mis compañeros le detuvieron... Yo di
gracias a Dios por el descanso de no ver a mi padre durante algún tiempo... En
esos días recibí el bautismo y el Espíritu me movió a no pedir más que la
gracia de soportar el martirio. Al poco tiempo, nos trasladaron a una prisión
donde yo tuve mucho miedo, pues nunca había vivido en tal oscuridad. ¡Qué
horrible día! El calor era insoportable, pues la prisión estaba llena. Los
soldados nos trataban brutalmente. Para colmo de males, yo tenía ya dolores de
vientre...”.
Más tarde, Perpetua tuvo un sueño que le ayudó a
prepararse para el martirio. Su padre regresó para implorarle que renunciara a
su fe para evitar el martirio. Le decía de rodillas y besando sus manos: “...
Piensa en tu madre y en la hermana de tu madre; piensa sobre todo en tu hijo,
que no podrá sobrevivirte. Depón tu orgullo y no nos arruines, pues jamás
podremos volver a hablar como hombres libres, si te sucede algo”. Ella le respondió:
“Las cosas sucederán como Dios disponga, pues estamos en Sus manos y no en las
nuestras”.
Condujeron a los reos a la plaza del mercado para
juzgarlos ante una multitud. Narra Perpetua: “Todos los que fueron juzgados
antes de mí confesaron la fe. Cuando me llegó el turno, mi padre se aproximó
con mi hijo en brazos y, haciéndome bajar de la plataforma, me suplicó: “Apiádate
de tu hijo”. El presidente Hilariano se unió a los ruegos de mi padre,
diciéndome: “Apiádate de las canas de tu padre y de la tierna infancia de tu
hijo. Ofrece sacrificios por la prosperidad de los emperadores”. Yo respondí: “¡No!”.
“¿Eres cristiana?”, me preguntó Hilariano. Yo contesté: “Sí, soy cristiana”. Como
mi padre persistiese en apartarme de mi resolución, Hilariano mandó que le echasen
fuera y los soldados le golpearon con un bastón. Eso me dolió como si me
hubiesen golpeado a mí, pues era horrible ver que maltrataban a mi padre
anciano”.
Se reservó a los mártires para los espectáculos que se
iban a ofrecer a los soldados durante las fiestas de Gueta, a quien su padre,
Severo, había nombrado César cuatro años antes, en tanto que había nombrado
Augusto a su hijo Caracala.
Felícitas tenía miedo de que se la privase
del martirio, porque generalmente no se condenaba a la pena capital a las
mujeres embarazadas. Todos los mártires oraron por ella y así dio a luz a una
hija en la prisión; uno de los cristianos adoptó a la niña. Según las actas: “El
día del martirio los prisioneros salieron de la cárcel como si fuesen al
cielo... La multitud, furiosa al ver la valentía de los mártires, pidió a
gritos que les azotaran; así pues, cada uno de ellos recibió un latigazo al
pasar frente a los gladiadores”. Entre tanto la veleidosa muchedumbre pidió
que las mártires fueran arrojadas nuevamente a la arena, para ser despedazados
por los animales; así se hizo, con gran gozo para las dos santas. Antes de
morir, las mártires se despidieron de esta vida terrena, luego de lo cual,
Felícitas primero y Perpetua después, fueron decapitadas.
Mensaje de santidad.
Una observación que podemos hacer es que vemos en este
grupo a toda clase de personas: gente de la nobleza, esclavos, madres de niños
pequeños con sus hijos, embarazadas, catecúmenos, es decir, que recién habían
abrazado la fe, y otros catequistas, es decir, quienes ya profesaban la fe cristiana
desde hacía tiempo. Esto nos hace ver que el Espíritu Santo quiere que todos
nos salvemos y por eso nos llama desde nuestro estado de vida, sin importar
edad, raza, posición social, etc.
Otra observación se deriva de lo que sucedió en el
momento del martirio y es lo siguiente: Perpetua y Felícitas fueron
arrojadas a un toro embravecido, el cual las embistió a ambas, provocándoles
numerosas y sangrantes heridas. En este momento, en el que la bestia ataca a
las mártires, sucedió algo que nos hace ver que los mártires están asistidos
especialmente por el Espíritu Santo y que si no fuera por esta asistencia, los
mártires se desesperarían o gritarían dando aullidos de dolor: luego del ataque
de la bestia, Perpetua volvió en sí de una especie de éxtasis y preguntó si
pronto iba a enfrentarse con las fieras. Cuando le dijeron lo que había
sucedido, la santa no podía creerlo, hasta que vio sobre su cuerpo y sus
vestidos las señales de la lucha. Esto quiere decir que los mártires pueden
soportar las torturas y los dolores atroces, gracias a la especial asistencia
del Espíritu Santo, por lo que sus palabras, pronunciadas antes de morir, también
podemos considerarlas como inspiradas por el Espíritu Santo. Perpetua llamó a
su hermano y al catecúmeno Rústico y les dijo: “Permaneced firmes en la fe y
guardad la caridad entre vosotros; no dejéis que los sufrimientos se conviertan
en piedra de escándalo”.
[1] El martirio se conmemoraba originalmente el 7 de marzo.
Estos mártires aparecen en todos los calendarios y martirologios antiguos, como
por ejemplo en el calendario filocaliano de Roma, (354 P.C.); cfr. Butler, Vida
de los Santos, Vol I.
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