En una de las apariciones a Santa Margarita María de
Alacquoque, el Sagrado Corazón le pidió a la santa que le diera su propio
corazón; ella tomó su corazón y se lo entregó a Jesús y Jesús a su vez lo introdujo
en su pecho, que era como un horno ardiente en donde ardían las llamas del
Espíritu Santo.
Luego de esto, Jesús le devolvió el corazón a Santa
Magarita, el cual había quedado convertido en una llama ardiente con forma de corazón.
En otras palabras, Santa Margarita le entrega su corazón de carne y Jesús le
devuelve una llama de Amor en forma de corazón, por lo que podemos decir que el
Sagrado Corazón transformó el corazón de la santa en una copia y una prolongación
de su propio Corazón, envuelto en las llamas del Amor Divino.
Al contemplar este episodio, podemos experimentar el deseo
de que Jesús haga lo mismo con nosotros, pero en realidad Jesús hace con nosotros
algo infinitamente más grandioso que lo que hizo con Santa Margarita: no nos
pide nuestro corazón, para encenderlo en las llamas del Espíritu Santo, sino
que Él nos da su propio Corazón, que late en la Eucaristía, envuelto en las
llamas del Amor de Dios, para que nuestros corazones y todo nuestro ser se
incendien en el Fuego del Amor de Dios.
Al comulgar, no vemos las llamas que envuelven al Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús, pero debemos saber recibimos al Corazón Eucarístico de
Jesús, que quiere así encendernos en el Amor de Dios, el Espíritu Santo.
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