San Blas fue un médico y obispo de Sebaste, diócesis
situada en la actual Armenia. Fue perseguido y sufrió el martirio por Cristo en
la época del emperador Diocleciano. En esa época, todo aquel que profesara
externamente el culto cristiano era perseguido y encarcelado y si no renegaba
de Cristo, era asesinado. Es esto lo que le ocurrió a San Blas, puesto que
murió por no renegar de la fe en Cristo Jesús.
Según la Tradición, cuando apresaron a San Blas, sucedió
que en el camino a la prisión, le salió al encuentro una mujer cuyo pequeño
hijo acababa de morir asfixiado, al habérsele atragantado una espina de pescado
en la garganta. La mujer le imploró al santo que curase a su hijo y San Blas,
sin dudar un instante, le impuso las manos en la garganta al niño y pidió, en
nombre de Cristo, que el niño volviera a la vida, lo cual efectivamente
sucedió, dando así origen a la tradición de la bendición de las gargantas.
Al recordar al mártir San Blas, debemos pedirle dos cosas:
por un lado, que interceda para que nuestra fe en Cristo sea íntegra y pura y
para que no cedamos en la fe católica, en los sacramentos, en el Credo, en los
dogmas y esto, aun a costa de la propia vida.
Lo otro que debemos pedir al santo es que interceda para
que no nos afecte ningún mal de garganta, pero sobre todo, para que de nuestras
gargantas no salga ninguna palabra desedificante o que pueda herir a nuestro
prójimo y que sólo salga de nuestras gargantas alabanzas y cánticos de adoración
al Cordero, Cristo Jesús y de misericordia para con nuestro prójimo.
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