Vida
de santidad[1].
Memoria de san Ambrosio, obispo de Milán, y doctor de la
Iglesia, que descansó en el Señor el día cuatro de abril, fecha que en aquel
año coincidía con la vigilia pascual, pero que se le venera en el día de hoy,
en el cual, siendo aún catecúmeno, fue escogido para gobernar aquella célebre
sede, mientras desempeñaba el oficio de Prefecto de la ciudad. Verdadero pastor
y doctor de los fieles, ejerció preferentemente la caridad para con todos,
defendió valerosamente la libertad de la Iglesia y la recta doctrina de la fe
en contra de los arrianos, y catequizó el pueblo con los comentarios y la
composición de himnos. († 397).
Mensaje de santidad.
Puesto que San Ambrosio se destacó en la lucha contra el
arrianismo, es necesario recordar en qué consiste esta doctrina herética, para
así valorar la recta doctrina católica, defendida por San Ambrosio. El
arrianismo tomó su nombre de Arrio (256-336) sacerdote de Alejandría y después
obispo libio, quien desde el 318 propagó la idea de que no hay tres personas en
Dios sino una sola persona, el Padre. Según este hereje, Jesucristo no era
Dios, sino que había sido creado por éste de la nada como punto de apoyo para
su Plan. El Hijo es, por lo tanto, criatura y el ser del Hijo tiene un
principio; ha habido, por lo tanto, un tiempo en que él no existía, a
diferencia de Dios, que Es desde la eternidad. Al sostener esta teoría, negaba
la eternidad del Verbo, lo cual equivale a negar su divinidad: para Arrio,
Cristo no es Dios. A Jesús se le puede llamar Dios, pero solo como una
extensión del lenguaje, por su relación íntima con Dios[2],
como si fuera una creatura a la cual Dios acompaña de modo especial con sus
obras, pero que no es Dios, lo cual es un gravísimo error. Arrio admitía la
existencia del Dios Uno, único, eterno e incomunicable; el Verbo, Cristo, no
divino sino pura creatura, aunque más excelsa que todas las otras y escogido
como intermediario en la creación y la redención del mundo. Aunque Arrio se ocupó
principalmente de despojar de la divinidad a Jesucristo, hizo lo mismo con el
Espíritu Santo, que igualmente lo percibía como creatura, e incluso inferior al
Verbo[3].
Ahora
bien, esta doctrina herética de Arrio, que niega la divinidad de Jesucristo,
tiene una incidencia directa en la doctrina eucarística: si Cristo es Dios, entonces
la Eucaristía es Cristo Dios oculto en apariencia de pan, tal como lo sostiene
la fe católica, pero si Cristo no es Dios, como lo sostiene el hereje Arrio,
entonces la Eucaristía no es Cristo Dios y por lo tanto no debe ser adorada,
sino tratada simplemente como un trozo de pan bendecido en una ceremonia
religiosa. Como católicos, debemos siempre afirmar, aun a costa de la vida, que
Cristo es Dios y está en Persona en la Eucaristía.
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