San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 3 de diciembre de 2021

San Ambrosio

 



         Vida de santidad[1].

         Memoria de san Ambrosio, obispo de Milán, y doctor de la Iglesia, que descansó en el Señor el día cuatro de abril, fecha que en aquel año coincidía con la vigilia pascual, pero que se le venera en el día de hoy, en el cual, siendo aún catecúmeno, fue escogido para gobernar aquella célebre sede, mientras desempeñaba el oficio de Prefecto de la ciudad. Verdadero pastor y doctor de los fieles, ejerció preferentemente la caridad para con todos, defendió valerosamente la libertad de la Iglesia y la recta doctrina de la fe en contra de los arrianos, y catequizó el pueblo con los comentarios y la composición de himnos. († 397).

         Mensaje de santidad.

         Puesto que San Ambrosio se destacó en la lucha contra el arrianismo, es necesario recordar en qué consiste esta doctrina herética, para así valorar la recta doctrina católica, defendida por San Ambrosio. El arrianismo tomó su nombre de Arrio (256-336) sacerdote de Alejandría y después obispo libio, quien desde el 318 propagó la idea de que no hay tres personas en Dios sino una sola persona, el Padre. Según este hereje, Jesucristo no era Dios, sino que había sido creado por éste de la nada como punto de apoyo para su Plan. El Hijo es, por lo tanto, criatura y el ser del Hijo tiene un principio; ha habido, por lo tanto, un tiempo en que él no existía, a diferencia de Dios, que Es desde la eternidad. Al sostener esta teoría, negaba la eternidad del Verbo, lo cual equivale a negar su divinidad: para Arrio, Cristo no es Dios. A Jesús se le puede llamar Dios, pero solo como una extensión del lenguaje, por su relación íntima con Dios[2], como si fuera una creatura a la cual Dios acompaña de modo especial con sus obras, pero que no es Dios, lo cual es un gravísimo error. Arrio admitía la existencia del Dios Uno, único, eterno e incomunicable; el Verbo, Cristo, no divino sino pura creatura, aunque más excelsa que todas las otras y escogido como intermediario en la creación y la redención del mundo. Aunque Arrio se ocupó principalmente de despojar de la divinidad a Jesucristo, hizo lo mismo con el Espíritu Santo, que igualmente lo percibía como creatura, e incluso inferior al Verbo[3].

Ahora bien, esta doctrina herética de Arrio, que niega la divinidad de Jesucristo, tiene una incidencia directa en la doctrina eucarística: si Cristo es Dios, entonces la Eucaristía es Cristo Dios oculto en apariencia de pan, tal como lo sostiene la fe católica, pero si Cristo no es Dios, como lo sostiene el hereje Arrio, entonces la Eucaristía no es Cristo Dios y por lo tanto no debe ser adorada, sino tratada simplemente como un trozo de pan bendecido en una ceremonia religiosa. Como católicos, debemos siempre afirmar, aun a costa de la vida, que Cristo es Dios y está en Persona en la Eucaristía.

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