Santa Lucía, que nació en el siglo d. C., pertenecía a una familia noble, de muy
buena posición económica[1]. Su
padre murió siendo ella muy pequeña por lo que, al ser hija única, se convertía
en la única heredera de la fortuna familiar. En un primer momento, su madre
quiso convencerla de que contrajera matrimonio con un joven pagano, pero la
santa “dijo a su madre que deseaba consagrarse a Dios y repartir su fortuna
entre los pobres”[2].
Su madre, luego de haber sido curada milagrosamente gracias a los ruegos de
Santa Lucía, y llena de gratitud por el favor del cielo, le dio permiso para
que cumpliera los designios de Dios sobre ella, esto es, que no contrajera
matrimonio, sino que consagrara su virginidad a Dios y entregara sus bienes a
los pobres. Esto ocasionó que el pretendiente de Lucía se indignara
profundamente y delatara a la santa como cristiana ante el pro-cónsul Pascasio,
en momentos en que la persecución de Diocleciano estaba entonces en todo su
furor. Fue así que la santa fue detenida, sometida a torturas para que renegase
de la fe de Cristo y, al no conseguirlo sus verdugos, la martirizaron.
Al desprenderse de los bienes materiales heredados de su
familia en favor de los pobres, Santa Lucía nos da ejemplo de amor a la
pobreza. Ahora bien, nos tenemos que preguntar de qué pobreza se trata y porqué
Santa Lucía elige la pobreza. Ante todo, no se trata de una pobreza que se
limite solamente a la pobreza y no es algo que surja de ella como virtud
propia; tampoco se trata de que Santa Lucía se consideraba como parte de una
clase rica y dominante y que al repartir sus bienes, lo que buscaba era hacer
justicia social, dando de sus bienes a los más pobres materialmente. No se
trata de esta concepción de la pobreza, puesto que esta concepción es una
concepción marxista y anti-cristiana, propia de la Teología de la Liberación, que
es anti-cristiana al dividir a los hombres en buenos por ser pobres y en ricos
por ser malos. No es esta la pobreza de Santa Lucía. Santa Lucía reparte sus
bienes a los pobres y se queda ella misma en la pobreza, pero no para hacer una
pretendida y falsa “justicia social”, sino porque su pobreza era una
participación a la pobreza de la Cruz de Cristo. Es decir, Santa Lucía se hace
pobre voluntariamente porque Cristo, que era rico siendo Dios, poseyendo la
riqueza de la divinidad, se hace pobre al encarnarse, al asumir nuestra
naturaleza humana, para enriquecernos con su divinidad. Además, la pobreza de
Santa Lucía es una participación a la pobreza de la Cruz de Cristo: en efecto,
en la Cruz, Jesús se despoja de todo lo material y conserva sólo aquello que lo
conducirá al Cielo y aun así, todo lo material que posee, es don de su Madre y
de su Padre del Cielo: el velo con el que cubre su Humanidad es el velo que le
da su Madre, la Virgen; los clavos que sujetan sus manos y sus pies; la corona
de espinas que ciñe su cabeza; el cartel que indica que es Rey de los judíos y
hasta el madero mismo de la Cruz, son todos bienes materiales que le han sido
prestados por Dios para que con ellos lleve a cabo la obra de la Redención de
la humanidad. Es de esta pobreza de la Cruz de la cual participa Santa Lucía:
ella se vuelve pobre pero no para combatir a los ricos y hacer ricos a los
pobres repartiendo su pobreza, ya que esto es simplemente socialismo
anti-cristiano: Santa Lucía da sus bienes a los pobres y se vuelve pobre para
imitar y participar de la pobreza de la Cruz de Jesús. Al hacer esto, Santa
Lucía se vuelve rica, porque adquiere la riqueza de la gracia del martirio, que
le permite dar su vida por la salvación de los hombres, en unión con el
sacrificio de Jesús. Santa Lucía se empobrece materialmente, pero adquiere la
riqueza del Cielo, la salvación eterna. Es esta la verdadera pobreza cristiana,
la que se despoja de los bienes materiales para enriquecer a los demás, pero no
con los bienes materiales en sí, sino con la riqueza de la caridad y del amor
de Cristo. Al recordar a Santa Lucía, le pidamos que interceda para que seamos
capaces de amar a la verdadera pobreza, la pobreza de Cristo, que es la pobreza
de la Cruz, la pobreza que nos hace pobres materialmente, pero nos enriquece
con la gracia y el amor de Cristo Jesús.
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