San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Santa Lucía y el don de la piedad



         Santa Lucía es ejemplo inigualable, para nosotros que somos cristianos del siglo XXI, de piedad. Para saber a qué nos referimos, tenemos que recordar qué es lo que significa la piedad, que viene del vocablo latino “pietas”[1]: con este vocablo se quiere significar una virtud –un hábito bueno en el alma- que se manifiesta por la devoción en relación a las cuestiones santas y que tiene por guía al amor que se siente hacia Dios. Esta virtud se traduce también en obras de misericordia hacia el prójimo, obras que tienen como motor el amor que se siente por otros y la compasión hacia el prójimo. Un ejemplo de piedad en la vida de Lucía se da en ocasión de la enfermedad de su madre, ya que sufría de una enfermedad –no se dice cuál, pero con toda seguridad, provocada por la ausencia de plaquetas en la sangre, ya que sufría de continuas hemorragias, es decir, de continuas pérdidas de sangre-. Santa Lucía convenció a su madre y la acompañó a que fuera a orar ante la tumba, en Catania, de Santa Agata, a fin de obtener la curación de su enfermedad. Ella misma acompañó a su madre, y Dios escuchó sus oraciones, por lo que su madre quedó curada[2].
         La piedad, entonces, está asociada tanto a la humildad, como al amor a Dios y al prójimo por amor a Dios. En el caso de los padres, es de especial importancia cultivar la virtud de la piedad, porque en los padres se reflejan tanto la voluntad como el amor de Dios, aunque esta virtud se dirige a todo prójimo, ya que el primer mandato obliga el amor para con Dios, para con el prójimo y para con uno mismo: “Ama a Dios y a tu prójimo como a ti mismo”.
         Es decir, la piedad, en cuanto virtud, está subordinada al amor a Dios y, por Dios, hacia el prójimo y en especial modo, a los padres.
         Puesto que Lucía amaba con amor perfecto a Dios, en ella brillaban todo tipo de virtudes, en especial, el de la piedad, el cual implica, primero, amar a Dios y, en Dios y por Dios, al prójimo y en especial a los padres. No puede haber piedad verdadera –compasión, conmiseración- hacia el prójimo, si no hay amor a Dios. Que el ejemplo de Santa Lucía, de piedad hacia su madre y de amor perfecto hacia Dios, sea nuestra guía y nuestro ejemplo en nuestro peregrinar hacia el cielo y que Santa Lucía interceda para que no solo nunca faltemos a esta virtud, sino que la vivamos con todo el amor del que seamos capaces.

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