Santa Lucía es ejemplo
inigualable, para nosotros que somos cristianos del siglo XXI, de piedad. Para saber
a qué nos referimos, tenemos que recordar qué es lo que significa la piedad,
que viene del vocablo latino “pietas”[1]:
con este vocablo se quiere significar una virtud –un hábito bueno en el alma- que
se manifiesta por la devoción en relación a las cuestiones santas y que tiene
por guía al amor que se siente hacia Dios. Esta virtud se traduce también en obras
de misericordia hacia el prójimo, obras que tienen como motor el amor que se
siente por otros y la compasión hacia el prójimo. Un ejemplo de piedad en la
vida de Lucía se da en ocasión de la enfermedad de su madre, ya que sufría de
una enfermedad –no se dice cuál, pero con toda seguridad, provocada por la
ausencia de plaquetas en la sangre, ya que sufría de continuas hemorragias, es
decir, de continuas pérdidas de sangre-. Santa Lucía convenció a su madre y la
acompañó a que fuera a orar ante la tumba, en Catania, de Santa Agata, a fin de
obtener la curación de su enfermedad. Ella misma acompañó a su madre, y Dios
escuchó sus oraciones, por lo que su madre quedó curada[2].
La piedad, entonces, está
asociada tanto a la humildad, como al amor a Dios y al prójimo por amor a Dios.
En el caso de los padres, es de especial importancia cultivar la virtud de la
piedad, porque en los padres se reflejan tanto la voluntad como el amor de
Dios, aunque esta virtud se dirige a todo prójimo, ya que el primer mandato
obliga el amor para con Dios, para con el prójimo y para con uno mismo: “Ama a
Dios y a tu prójimo como a ti mismo”.
Es decir, la piedad, en
cuanto virtud, está subordinada al amor a Dios y, por Dios, hacia el prójimo y
en especial modo, a los padres.
Puesto que Lucía amaba con
amor perfecto a Dios, en ella brillaban todo tipo de virtudes, en especial, el
de la piedad, el cual implica, primero, amar a Dios y, en Dios y por Dios, al
prójimo y en especial a los padres. No puede haber piedad verdadera –compasión,
conmiseración- hacia el prójimo, si no hay amor a Dios. Que el ejemplo de Santa
Lucía, de piedad hacia su madre y de amor perfecto hacia Dios, sea nuestra guía
y nuestro ejemplo en nuestro peregrinar hacia el cielo y que Santa Lucía
interceda para que no solo nunca faltemos a esta virtud, sino que la vivamos
con todo el amor del que seamos capaces.
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