Justino, filósofo y mártir, nació a principios del siglo II
en Flavia Neápolis (Nablus), la antigua Siquem, en Samaria, de familia pagana.
Una vez convertido a la fe, escribió profusamente en defensa de la religión,
aunque sólo se conservan de él dos “Apologías” y el “Diálogo con Trifón”. Abrió
una escuela en Roma, en la que sostuvo públicas disputas. Sufrió el martirio,
junto con sus compañeros, en tiempos de Marco Aurelio, hacia el año 165.
Mensaje de santidad[2].
El mensaje de santidad de San Justino, además de su vida de
santidad, es el diálogo mantenido con el inicuo juez que lo condenó a muerte,
pues en ese diálogo se demuestra su amor a Jesús y cómo por este amor a Jesús,
desprecia incluso su propia vida, sin tener temor por las amenazas de muerte. Se
puede apreciar también cómo se cumplen las palabras de Jesús, de que será el
Espíritu Santo quien hablará por boca de los mártires, porque tal serenidad,
tal fe, tal alegría, tal desprecio de los ídolos mundanos, tal valentía y falta
de respetos humanos ante la autoridad inicua que buscaba hacerlo apostatar, tal
fortaleza ante la amenaza de tortura y muerte, no pueden no venir sino de Dios
Espíritu Santo, que inhabita en el alma y en el corazón de los mártires. He aquí
el diálogo del mártir San Justino, el que le valió el cielo, según consta en
las Actas de los Mártires: “Aquellos santos varones, una vez apresados, fueron
conducidos al prefecto de Roma, que se llamaba Rústico. Cuando estuvieron ante
el tribunal, el prefecto Rústico dijo a Justino: “Antes que nada, profesa tu fe
en los dioses y obedece a los emperadores”. Justino respondió: “No es motivo de
acusación ni de detención el hecho de obedecer a los mandamientos de nuestro
Salvador Jesucristo”. Rústico dijo: “¿Cuáles son las enseñanzas que profesas?”.
Respondió Justino: “Yo me he esforzado en conocer toda clase de enseñanzas,
pero he abrazado las verdaderas enseñanzas de los cristianos, aunque no sean
aprobadas por los que viven en el error”. El prefecto Rústico dijo: “¿Y tú las
apruebas, miserable?”. Respondió Justino: “Así es, ya que las sigo según sus
rectos principios”. Dijo el prefecto Rústico: “¿Y cuáles son estos principios?”.
Justino respondió: “Que damos culto al Dios de los cristianos, al que
consideramos como el único creador desde el principio y artífice de toda la
creación, de todo lo visible y lo invisible, y al Señor Jesucristo, de quien
anunciaron los profetas que vendría como mensajero de salvación al género
humano y maestro de insignes discípulos. Y yo, que no soy más que un mero
hombre, sé que mis palabras están muy por debajo de su divinidad infinita, pero
admito el valor de las profecías que atestiguan que éste, al que acabo de
referirme, es el Hijo de Dios. Porque sé que los profetas hablaban por
inspiración divina al vaticinar su venida a los hombres”. Rústico dijo: “Luego,
¿eres cristiano?”. Justino respondió: “Así es, soy cristiano”. El prefecto dijo
a Justino: “Escucha, tú que eres tenido por sabio y crees estar en posesión de
la verdad: si eres flagelado y decapitado ¿estás persuadido de que subirás al
cielo?”. Justino respondió: “Espero vivir en la casa del Señor, si sufro tales
cosas, pues sé que, a todos los que hayan vivido rectamente, les está reservado
el don de Dios para el fin del mundo”. El prefecto Rústico dijo: “Tú, pues,
supones que has de subir al cielo, para recibir un cierto premio merecido”. Justino
respondió: “No lo supongo, lo sé con certeza”. El prefecto Rústico dijo: “Dejemos
esto y vayamos a la cuestión que ahora interesa y urge. Poneos de acuerdo y
sacrificad a los dioses”. Justino dijo: “Nadie que piense rectamente abandonará
la piedad para caer en la impiedad”. El prefecto Rústico dijo: “Si no hacéis lo
que se os manda, seréis atormentados sin piedad”. Justino respondió: “Nuestro
deseo es llegar a la salvación a través de los tormentos sufridos por causa de
nuestro Señor Jesucristo, ya que ello será para nosotros motivo de salvación y
de confianza ante el tribunal de nuestro Señor y Salvador, que será universal y
más temible que éste”. Los otros mártires dijeron asimismo: “Haz lo que
quieras; somos cristianos y no sacrificamos a los ídolos”. El prefecto Rústico
pronunció la sentencia, diciendo: “Por haberse negado a sacrificar a los dioses
y a obedecer las órdenes del emperador, serán flagelados y decapitados en
castigo de su delito y a tenor de lo establecido por la ley”. Los santos
mártires salieron, glorificando a Dios, hacia el lugar acostumbrado y allí
fueron decapitados, coronando así el testimonio de su fe en el Salvador”.
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