“El
poder del Infierno no prevalecerá sobre mi Iglesia” (Mt 16, 13-19). En el mismo momento en el que Nuestro Señor
Jesucristo nombra a Simón Pedro como Vicario suyo en la tierra, promete la
victoria de su Iglesia –fundada sobre Pedro el cual a su vez se funda en
Cristo- sobre “las puertas del Infierno”. La profecía de Jesús no señala un
futuro sin problemas para la Iglesia: por el contrario, será atacada de tal
manera por sus enemigos más encarnizados, los ángeles caídos y sus aliados, los
hombres unidos a la Masonería, que en algún momento se verá en peligro su misma
subsistencia, al punto que todos pensarán que está por sucumbir. No en vano el
Catecismo de la Iglesia Católica
advierte proféticamente: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá
pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La
persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el
“misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará
a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la
apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es
decir, la de un pseudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo
colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne”[1].
“El
poder del Infierno no prevalecerá sobre mi Iglesia”. Cuando veamos que la
Iglesia es atacada por sus enemigos externos e internos y que tratan de
destruirla desde dentro, suprimiendo aquello que es su Corazón y la Fuente de
su Vida y de su Ser, la Santa Misa y la Eucaristía, sepamos que la aparición
del Anticristo está cerca, recordemos las palabras de Jesús a Simón Pedro y,
aferrados a la Cruz y al Manto de María y confiados en el triunfo de Jesucristo en la Cruz, “levantemos la cabeza, porque está
cerca nuestra liberación” (cfr. Lc
21, 28.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario