En la Oración Colecta de la memoria de los santos Pablo Miki
y compañeros, se pide, por la intercesión de los mártires, “confesar hasta la
muerte, la fe que profesamos”[1].
Muchos, dentro o fuera de la Iglesia, pueden pensar que una expresión del
género es en realidad una fórmula “de compromiso”, como si se trataran de
“frases hechas” que se dicen de esa manera para ciertas ocasiones pero que, en
realidad, no es tan así, puesto que no se debe ser tan “extremista” como para pensar
en perder la vida por una creencia. En otras palabras, muchos pueden pensar que
la expresión “confesar hasta la muerte la fe que profesamos” es nada más que
eso, una expresión, vacía de contenido, que en realidad no se refiere a ninguna
realidad, y si alguien piensa de esa manera, es un “extremista” o un “fanático
retrógrado”.
Pues
bien, a quienes piensen de esa manera, hay que decirles que la Iglesia no se
basa en frases hechas, sino en la Fe católica en Nuestro Señor Jesucristo, Fe
que afirma que Jesús de Nazareth no es un hombre más entre tantos, ni siquiera
un hombre santo, ni el más santo entre los santos: en la Santa Fe de la Iglesia
Católica, Jesús de Nazareth es el Verbo de Dios Encarnado, que por obra del
Espíritu Santo asumió una naturaleza humana en el seno virgen de María, padeció
y murió en la cruz para salvarnos, resucitó al tercer día, y está vivo,
glorioso y resucitado, prolongando su Encarnación, en la Sagrada Eucaristía. Y
si alguien, aunque sea un ángel, nos predicara un Evangelio distinto –como el
que un divorciado y vuelto a casar civilmente puede comulgar, sin arrepentirse
y sin salir de su pecado-, deberíamos declararlo “anatema”, como manda la
Escritura[2], y
estar dispuestos a perder no solo la honra y los bienes, sino hasta la vida
terrena misma, literalmente. Tal como lo hicieron los mártires Pablo Miki y
compañeros, sostenidos por la gracia de Jesucristo, el Hombre-Dios.
[1] Cfr. Misal Romano, Oración
Colecta de la Memoria obligatoria de los Santos Pablo Miki y compañeros,
mártires.
[2] Cfr. Gál 1, 8.
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