San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 6 de febrero de 2018

Santos Pablo Miki y compañeros, mártires



         En la Oración Colecta de la memoria de los santos Pablo Miki y compañeros, se pide, por la intercesión de los mártires, “confesar hasta la muerte, la fe que profesamos”[1]. Muchos, dentro o fuera de la Iglesia, pueden pensar que una expresión del género es en realidad una fórmula “de compromiso”, como si se trataran de “frases hechas” que se dicen de esa manera para ciertas ocasiones pero que, en realidad, no es tan así, puesto que no se debe ser tan “extremista” como para pensar en perder la vida por una creencia. En otras palabras, muchos pueden pensar que la expresión “confesar hasta la muerte la fe que profesamos” es nada más que eso, una expresión, vacía de contenido, que en realidad no se refiere a ninguna realidad, y si alguien piensa de esa manera, es un “extremista” o un “fanático retrógrado”.
Pues bien, a quienes piensen de esa manera, hay que decirles que la Iglesia no se basa en frases hechas, sino en la Fe católica en Nuestro Señor Jesucristo, Fe que afirma que Jesús de Nazareth no es un hombre más entre tantos, ni siquiera un hombre santo, ni el más santo entre los santos: en la Santa Fe de la Iglesia Católica, Jesús de Nazareth es el Verbo de Dios Encarnado, que por obra del Espíritu Santo asumió una naturaleza humana en el seno virgen de María, padeció y murió en la cruz para salvarnos, resucitó al tercer día, y está vivo, glorioso y resucitado, prolongando su Encarnación, en la Sagrada Eucaristía. Y si alguien, aunque sea un ángel, nos predicara un Evangelio distinto –como el que un divorciado y vuelto a casar civilmente puede comulgar, sin arrepentirse y sin salir de su pecado-, deberíamos declararlo “anatema”, como manda la Escritura[2], y estar dispuestos a perder no solo la honra y los bienes, sino hasta la vida terrena misma, literalmente. Tal como lo hicieron los mártires Pablo Miki y compañeros, sostenidos por la gracia de Jesucristo, el Hombre-Dios.


[1] Cfr. Misal Romano, Oración Colecta de la Memoria obligatoria de los Santos Pablo Miki y compañeros, mártires.
[2] Cfr. Gál 1, 8.

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