San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 9 de marzo de 2018

San Juan de Dios



         Vida de santidad[1].

         Nació en Portugal el 8 de marzo de 1495 y murió en Granada, España, en 1550 a los 55 años de edad. De familia pobre pero muy piadosa. Su madre murió cuando él era todavía joven. Su padre murió como religioso en un convento. Luego de rechazar una ventajosa propuesta de matrimonio –si se casaba con la hija del patrón quedaría como heredero de sus posesiones- ingresó en la milicia a las órdenes de Carlos V. Abandonó el ejército luego de que la Virgen lo salvara de morir ahorcado por sus propios compañeros, debido a que, por un descuido suyo, los enemigos saquearon un depósito que estaba a su cuidado. Comenzó a vender de forma ambulante estampas y libros religiosos. Estando en Granada, Nuestro Señor se le apareció como un niño pobre y desamparado, al cual San Juan de Dios se ofreció bondadosamente a ayudarlo. Nuestro Señor le dijo: “Granada será tu cruz” y luego desapareció. Estando Juan en Granada de vendedor ambulante de libros religiosos, de pronto llegó a predicar una misión el famoso Padre San Luis de Ávila. La conversión de Juan tuvo lugar cuando, en medio de uno de los sermones, cuando el predicador hablaba contra la vida de pecado, San Juan de Dios se arrodilló y empezó a gritar: “Misericordia Señor, que soy un pecador. Repartió entre los pobres todo lo que tenía en su pequeña librería, empezó a deambular por las calles de la ciudad pidiendo misericordia a Dios por todos sus pecados. La gente creyó que había perdido la razón por lo que lo internaron en un manicomio. Durante su estadía pudo comprobar el lamentable estado de los hospitales y cómo se trataba a los enfermos casi sin caridad cristiana. Luego de su estadía en el manicomio recibió la gracia para atender a los más enfermos y necesitados por medio de la fundación de una orden, conocida hasta el día de hoy como “Orden Hospitalaria San Juan de Dios”. Dedicó toda su vida a atender a los más necesitados en su hospital, tarea que alternaba con grandes penitencias, oraciones y ayunos. Su salud se fue deteriorando paulatinamente –padecía, entre otras cosas, artritis reumatoidea- hasta que falleció el 8 de marzo de 1550. Presintiendo que su muerte estaba cercana, se arrodilló en el suelo y exclamó: "”Jesús, Jesús, en tus manos me encomiendo”, quedando muerto apenas terminó de pronunciar estas palabras.

Mensaje de santidad.

San Juan de Dios nos enseña, con su vida de santidad, la manera en la que podemos –y debemos- ganar el cielo y es por medio de las obras de misericordia corporales y espirituales, que él practicó sin descanso, desde su conversión hasta el momento mismo de su muerte. Con la fundación de su Orden y sus hospitales, San Juan de Dios buscó cumplir –y lo hizo a la perfección- el mandato de Jesús: “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”, además de tener siempre presente las palabras que Jesús dirá a los que se salven: “Venid, benditos de mi Padre, porque tuve sed, hambre, enfermedad, y me atendisteis”. Todo lo que hizo San Juan de Dios en favor del prójimo lo hizo no por el dinero ni por bien alguno terreno, sino por la gloria de Dios. Hasta en su muerte imitó al Señor, ya que al morir, pronunció las mismas palabras de Jesús en la cruz: “Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

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