En el peregrinar por este desierto de la vida hacia la
Jerusalén celestial, a causa del pecado
original, los seres humanos somos víctimas de nuestros prójimos, en algunos
casos, y victimarios de ellos, en la mayoría. Cuando somos víctimas, no
aplicamos, por lo general, los mandatos de Jesús: “Perdona setenta veces siete”;
“Ama a tus enemigos”. Sin embargo, los santos, sí los aplican, y eso es lo que
nos diferencia a nosotros, de los santos. Un ejemplo, en este último sentido,
es Santa Josefina Bakhita, quien de sus esclavistas captores –que la redujeron
a la esclavitud y casi la asesinan por la crueldad de las torturas-, decía así:
“Si yo me encontrara con los comerciantes de esclavos que me secuestraron y
hasta con los que me torturaron, me pondría de rodillas y besaria sus manos,
por si eso no hubiera sucedido, yo no sería cristiana hoy, ni religiosa…”.
Frente a nuestros enemigos, ¿seríamos capaces de decir lo mismo que Santa
Josefina Bakhita? Reflexionemos, porque de la imitación de los santos, depende
nuestra eterna felicidad.
Bienaventurados habitantes del cielo, Ángeles y Santos, vosotros que os alegráis en la contemplación y adoración de la Santísima Trinidad, interceded por nosotros, para que algún día seamos capaces de compartir vuestra infinita alegría.
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