En el peregrinar por este desierto de la vida hacia la
Jerusalén celestial, a causa del pecado
original, los seres humanos somos víctimas de nuestros prójimos, en algunos
casos, y victimarios de ellos, en la mayoría. Cuando somos víctimas, no
aplicamos, por lo general, los mandatos de Jesús: “Perdona setenta veces siete”;
“Ama a tus enemigos”. Sin embargo, los santos, sí los aplican, y eso es lo que
nos diferencia a nosotros, de los santos. Un ejemplo, en este último sentido,
es Santa Josefina Bakhita, quien de sus esclavistas captores –que la redujeron
a la esclavitud y casi la asesinan por la crueldad de las torturas-, decía así:
“Si yo me encontrara con los comerciantes de esclavos que me secuestraron y
hasta con los que me torturaron, me pondría de rodillas y besaria sus manos,
por si eso no hubiera sucedido, yo no sería cristiana hoy, ni religiosa…”.
Frente a nuestros enemigos, ¿seríamos capaces de decir lo mismo que Santa
Josefina Bakhita? Reflexionemos, porque de la imitación de los santos, depende
nuestra eterna felicidad.
Bienaventurados habitantes del cielo, Ángeles y Santos, vosotros que os alegráis en la contemplación y adoración de la Santísima Trinidad, interceded por nosotros, para que algún día seamos capaces de compartir vuestra infinita alegría.
San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".
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