San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 12 de octubre de 2017

Santa Teresita del Niño Jesús y el camino de la infancia espiritual


         Podemos decir que Santa Teresita hace suyo el pedido de Jesús: “Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt 18, 3). En efecto, en una de sus obras, Santa Teresita escribe así: “Mi caminito es el camino de una infancia espiritual, el camino de la confianza y de la entrega absoluta”. Para Santa Teresita, el camino al cielo es el camino de una “infancia espiritual”. Esto aparece como una contradicción con las enseñanzas del mundo, porque el mundo enseña, precisamente, en contra de toda inocencia, la madurez en todos los sentidos –corporal, física-, de manera tal que los que triunfan según el esquema del mundo, son aquellos que más prontamente han abandonado la infancia. Para el mundo, la infancia es un disvalor, o bien es un valor al cual hay que corromper lo antes posible, contaminándolo precisamente con las máximas mundanas, quitando cuanto antes todo lo que no sea del mundo. Para el mundo, cuanto antes se pierden las características de la infancia, tanto mejor es, pues las almas mundanas necesitan de una astucia de la cual carece la infancia.
         Ahora bien, ¿en qué consiste esta infancia espiritual? ¿Cómo es posible adquirirla, para aquellos que ya no son niños?
         Ante todo, la infancia espiritual, como camino espiritual que conduce al cielo, es decir, a la unión del alma con Dios Uno y Trino, no es sinónimo de “infantilismo”, ya que esto último no es más que una característica negativa de la infancia, en la que se destacan la inmadurez emocional, espiritual y afectiva, propia de todo niño.
         La “infancia espiritual” de Santa Teresita, como dijimos, está fundada sobre las palabras de Jesús: “Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos”. En la misma descripción de Santa Teresita ya hay un indicio acerca de en qué consiste: la describe como “camino de confianza y entrega absoluta”, obviamente, en Dios. En su camino hacia Dios, el alma debe entonces crecer en estas dos virtudes: confianza y entrega absoluta. Para darnos una idea de qué se trata, podemos contemplar a un niño recién nacido en su relación con su madre: movido por el amor filial, el niño confía en su madre y se abandona en sus brazos; todavía más, desea estar en brazos de su madre, si fuera posible, las veinticuatro horas del día. Así como el niño no solo no teme nada malo de su madre y por el contrario, solo se siente seguro y feliz entre sus brazos, de la misma manera el alma que ama a Dios debe abandonarse en sus brazos, tal y como lo hace un niño recién nacido y como lo hacen los niños, que solo esperan bondad y amor de sus madres, así el cristiano, abandonado filialmente en Dios, solo espera de Él lo que Él Es y puede y quiere dar, bondad y amor. El alma que ama a Dios experimenta respecto a Él el verdadero temor, que no es igual a miedo, ya que se funda en el amor, porque ama tanto a Dios, que el solo hecho de pensar que puede llegar a ofenderlo con un acto malvado de su parte, lo hace apartarse inmediatamente de este mal. La confianza en Dios se basa entonces en el amor a Dios: así como un hijo, al amar con toda su capacidad de amor a su madre, no quiere disgustarla en lo más mínimo y por ese motivo no solo evita el mal sino que en todo busca complacer a su madre, con toda clase de obras buenas, así también el alma que ama a Dios, movido por este amor, se aparta de todo mal y busca solo obrar el bien y la misericordia. No le basta con no disgustar a su Padre Dios, sino que desea ser de su agrado, y para ello obra siempre el bien, movido por la gracia.
         El otro interrogante relativo a la infancia espiritual es cómo adquirirla, puesto que quienes ya no están en la edad de la infancia, no pueden, obviamente, regresar a ella. Ante todo, no se trata de adquirir un comportamiento ficticio, anti-natural, en el sentido de pretender tener una edad que no se tiene –la ideología de género, perversión diabólica, sí lo hace-, sino de crecer –paradójicamente-, desde un estado de madurez espiritual, hasta un estado de infancia espiritual. Esto, que parece un contrasentido imposible, es posible para Dios, puesto que es su gracia la que concede la verdadera y única infancia espiritual necesaria para alcanzar el cielo. Por la gracia santificante, el alma –independientemente de su edad biológica, ya que puede ser un niño, un joven, un adulto, un anciano- se hace partícipe de la Inocencia, el Candor, la Pureza Increadas, que caracterizan el Alma glorificada del Señor Jesús. Es la Segunda Persona de la Divinidad, la que posee en sí misma las características propias de la niñez y en un grado infinito: pureza de cuerpo y alma, candor, inocencia, bondad, amor. Solo de esta manera, es decir, participando por la gracia de estas características del Ser divino trinitario que son propias de Jesús, el Hijo de Dios encarnado, puede el alma, a pesar de su edad biológica –puede ser un anciano- “ser como niño”, esto es, ser como el Niño Dios, como Dios que se hace Niño para que los hombres, crecidos en la concupiscencia, adquieran la inocencia y la pureza del Ser trinitario divino. Solo así el niño –aquel que es niño biológicamente- adquiere la madurez y la sabiduría celestial necesarias para crecer espiritualmente y estar así en grado de alcanzar el Reino de los cielos. Ser espiritualmente como niños recién nacidos, por la gracia santificante, es esto lo que Santa Teresita del Niño Jesús afirma cuando dice: “Mi caminito es el camino de una infancia espiritual, el camino de la confianza y de la entrega absoluta”. Como niños recién nacidos, que descansan confiados y alegres en los brazos de su madre, así el cristiano, convertido en niño recién nacido por la gracia, se abandona confiado y con total amor en brazos de su Madre, la Virgen Santísima.


         

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