San Metodio de Sicilia, al disertar sobre Santa Águeda,
destacaba en ella su hermosura, su valentía y su bondad. Decía así: “(Santa
Águeda era) virgen porque nació del Verbo inmortal de Dios, Hijo invisible del
Padre (…) con la lámpara siempre encendida, enrojecía y embellecía sus labios,
mejillas y lengua con la púrpura de la Sangre del verdadero y divino Cordero, y
no dejaba de meditar continuamente la muerte de su ardiente enamorado (…)
Águeda significa “buena”; ella fue en verdad buena por su identificación con el
mismo Dios; fue buena para su divino Esposo y lo es también para nosotros, ya
que su bondad provenía del mismo Dios, fuente de todo bien”[1].
Es interesante tener presente esta Disertación de San
Metodio sobre Santa Águeda, porque en ella, en pocas palabras, San Metodio
describe cuál es la fuente de todas las virtudes sobrenaturales que le valieron
a Santa Águeda conseguir el cielo, y cuando nos fijamos bien, nos damos cuenta que
esa Fuente Inagotable de toda gracia, no es otra cosa que la Santa Misa, la
Eucaristía. En efecto, dice San Metodio que la virginidad de Santa Águeda, por
medio de la cual consagraba su cuerpo y su alma a Dios, se origina en el Verbo
de Dios, porque ella “nació del Verbo inmortal de Dios, Hijo invisible del
Padre”, y ese Dios Hijo, que es el Origen Increado de la gracia de filiación
divina, es el que se encuentra en la Eucaristía, en Persona; para San Metodio,
Santa Águeda era una virgen prudente, que tenía siempre su “lámpara encendida”,
y el Fuego que enciende la lámpara, que es la naturaleza humana, es el Espíritu
Santo, que es Quien inhabita y envuelve con sus sagradas llamas al Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús, de modo que, al comulgar, Santa Águeda veía
encender cada vez más su amor por Dios Uno y Trino, y su lámpara resplandecía
cada vez más; para San Metodio, Santa Águeda era hermosa y elegante, pero más
que por su belleza natural, que sí la poseía, era hermosa y elegante porque “enrojecía
y embellecía sus labios, mejillas y lengua”, no con cosméticos, como suelen
hacer las mujeres para embellecerse y quedar elegantes para sus esposos, sino
con “la púrpura de la Sangre del verdadero y divino Cordero” y tan enamorada
estaba de su Divino Esposo, Jesucristo, que no dejaba de “meditar continuamente
la muerte de su ardiente enamorado”, es decir, no dejaba de meditar
continuamente la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, y esto lo hacía
especialmente en la Santa Misa, actualización y renovación sacramental
incruenta del Santo Sacrificio del Calvario; por último, San Metodio destaca la
bondad de Santa Águeda, sosteniendo que su bondad provenía “del mismo Dios,
fuente de todo bien”, y el Dios, origen de esa bondad sobrenatural que
embellecía el alma de Santa Águeda, no es otro que Jesucristo, Presente en la
Eucaristía con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, de modo que cada
vez que asistía a la Santa Misa, Santa Águeda veía acrecentar esa bondad
sobrenatural, que la llevó a ofrendar su vida en martirio, uniéndola al Sacrificio
en cruz de Jesús, para la salvación de sus hermanos. Y aunque no lo dice San
Metodio, la Santa Misa es también la fuente de la valentía de Santa Águeda, esa
valentía que la llevó a no temer a sus verdugos, ni a la tortura ni a la
muerte, porque en la Santa Misa, renovación incruenta del Santo Sacrificio de
la Cruz, Santa Águeda se unía espiritualmente a Jesucristo crucificado,
recibiendo de Él, Rey de los mártires, la fuerza sobrenatural necesaria para la
ofrenda de su vida en martirio.
Es interesante considerar y meditar la Disertación de San
Metodio acercad de Santa Águeda, porque nos damos cuenta así, que el origen de
las virtudes sobrenaturales que condujeron a Santa Águeda al cielo, se
encuentra en la Santa Misa, y esto quiere decir que también el cielo está a
nuestro alcance, cada vez que asistimos a la Santa Misa: sólo necesitamos
asistir a la Santa Misa y comulgar con la gracia santificante, la devoción y el
amor con que lo hacía Santa Águeda.
[1] De la Disertación de San Metodio
de Sicilia, obispo, sobre Santa Águeda, Analecta
Bollandiana 68, 76-78.
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