Dentro
de todas sus obras de santidad, que le valieron ganar la vida eterna, se
encuentra el ser el precursor de unos de los ejercicios piadosos más
practicados por la cristiandad: el Via
Crucis. La devoción del Beato Álvaro de Córdoba por la Pasión de Jesús, se
encendió con mayor fervor luego de asistir a una peregrinación en Tierra Santa,
en donde tuvo oportunidad de recorrer, in situ, el Via Crucis de Nuestro Señor.
Al
regreso de esta peregrinación y deseoso de “participar en cuerpo y alma de la
Pasión del Salvador” –tal como se pide en la Liturgia de las Horas-, el Beato
fundó el convento de Santo Domingo Escalacoeli
(Escalera del Cielo), en donde instaló distintos oratorios que reproducían la
“vía dolorosa”. Fue en este lugar en donde Nuestro Señor Jesucristo se le
apareció como mendigo.
El
mismo Beato, que había construido las imágenes que recuerdan la Pasión de
Cristo, practicaba esta devoción con todo fervor, amor y piedad. A partir de
esta representación, se construyeron otras en otros conventos, constituyéndose en
los precursores del actual Via Crucis,
el cual obtendrá su forma definitiva, fijada en catorce estaciones, luego de
las modificaciones del holandés Adricomio y del P. Daza. Finalmente, será San Leonardo
de Porto Mauricio quien contribuirá a su difusión, al llevar la sagrada representación
a Italia.
¿Cuál es el mensaje de santidad del Beato Álvaro de Córdoba?
El deseo ardiente de participar de la Pasión de Jesucristo,
en cuerpo y alma, puesto que el Via
Crucis no es un mero ejercicio de piedad, realizado de forma mecánica y
para cumplir una disposición del tiempo de Cuaresma: el Via Crucis, en la intención del Beato Álvaro de Córdoba, es la
forma en la que el alma, movida por la gracia, demuestra su deseo de participar
de la Pasión de Jesús, sintiéndose atraída por el Amor del Redentor, que por
ella carga la cruz, cruz en la que lleva los pecados del mundo para lavarlos
con su Sangre y quitarlos definitivamente y así allanar el camino del alma
hacia el cielo. La práctica del Via
Crucis, iniciada por el Beato Álvaro de Córdoba, no es entonces un simple
ejercicio de piedad, reservado para devotos, en un tiempo determinado del año:
es la participación, por medio de la oración, y en la medida en que lo permite
la pequeñez de nuestra humanidad, en la Pasión salvadora de Jesucristo, Pasión
por la cual nuestros pecados son borrados por la Sangre del Cordero y por la
cual accedemos al cielo, al recibir su gracia santificante. De esta manera, el Via Crucis, de ejercicio de piedad, pasa
a ser una verdadera escalera mística –Escalacoeli-
que conduce al cielo. Para eso la ideó el Beato Álvaro de Córdoba, y ése es su
principal legado de santidad.
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