Si bien la muerte –y su conmemoración- provocan tristeza y
dolor, debido a que el ser querido a quien se recuerda especialmente en este
día, ya no está en este mundo, para el cristiano, para el católico, la conmemoración
de los fieles difuntos no puede ni debe nunca quedar en el mero recuerdo
nostálgico.
El recuerdo del ser querido, fallecido, es una oportunidad
para traer a la memoria y al corazón su vida, pero también y sobre todo, el
misterio pascual de Jesús, pues Jesús lo incorporó a sí mismo por el Bautismo,
le perdonó sus culpas en la confesión sacramental, le concedió el don del
Espíritu Santo en la Confirmación, se donó a sí mismo como alimento celestial
en la Eucaristía, lo reconfortó en sus últimas horas con la unción de los
enfermos, y si era casado, bendijo su unión matrimonial por el sacramento del
matrimonio, y si era religioso, lo convirtió en una prolongación viviente suya
por el sacramento del orden.
No se puede recordar a un fiel difunto si no se tiene en
cuenta su relación con Cristo Jesús, que le demostró su Amor eterno en cada confesión,
en cada comunión sacramental, en cada sacramento concedido, y si Jesús le
demostró su Amor en esta vida, es de pensar que hizo lo mismo, y todavía más,
en la hora de la muerte.
Es
decir, en la conmemoración de los fieles difuntos, no puede nunca quedar la
conmemoración en un mero recuerdo, y mucho menos nostálgico, puesto que si
Cristo le concedió todos estos dones en vida, era porque lo amaba, y es de
esperar que, por su infinita misericordia, haya perdonado sus culpas, y tenga a
nuestro ser querido entre sus santos del cielo, y este pensamiento, basado en
la fe en Jesucristo, Hombre-Dios muerto y resucitado, es suficiente para que la
alegría de la Resurrección de Cristo, por la cual esperamos reencontrarnos con
nuestros seres amados fallecidos, supere a la tristeza que provoca su ausencia
física.
La
conmemoración de los fieles difuntos es una ocasión, entonces, de además de
elevar piadosas oraciones pidiendo por su eterno descanso, de agradecer a
Cristo Dios porque en su agonía del Huerto de los Olivos, asumió la muerte de
todos y cada uno de los hombres, y también la de nuestros seres queridos, la
destruyó, y les infundió su vida divina, su vida de Hombre-Dios, y es esto lo
que constituye el fundamento de la esperanza en la Resurrección.
En
el día en el que conmemoramos a los fieles difuntos, glorifiquemos en primer
lugar a Cristo Jesús, por cuya infinita misericordia esperamos volver a
encontrarlos, en el cielo, para ya nunca más separarnos.
Nota: para ganar indulgencias plenarias, hay que visitar una Iglesia u Oratorio (aplicable sólo a las almas del Purgatorio), o hacer una visita al cementerio (aplicable sólo a las almas del Purgatorio; se sufraga por un alma diferente cada vez, si ya se encuentra en el cielo, el Señor aplicará la indulgencia por otra alma), y rezar un Padrenuestro, un Avemaría, un Gloria y un Credo, por la salud del Santo Padre, además de confesar sacramentalmente y comulgar, entre los días 1 y 8 de Noviembre.
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