3 de
noviembre
San Martín de Porres
Vida
y milagros de San Martín de Porres[1]
Nació en Lima en 1579, hijo natural del
caballero español Juan de Porres y de una india panameña libre llamada Ana
Velázquez. Heredó los rasgos y el color de la piel de su madre, lo cual fue
considerado por su padre como una humillación, por lo que tardó en reconocerlo.
Finalmente, fue bautizado por Santo Toribio Mogrovejo, segundo arzobispo de
Lima. Aprendió el oficio de barbero y también algo de medicina, pues desde niño
sentía predilección por los enfermos y también por los pobres. A los quince
años pide ser admitido como hermano lego en el convento dominicano del
Santísimo Rosario de Lima.
En
el convento, se desempeñó como enfermero, atendiendo a los indigentes que
encontraba por las calles. En 1603 le fue concedida la profesión religiosa y
pronunció los votos de pobreza, obediencia y castidad. De gran caridad, unía a
la oración las penitencias más duras.
San
Martín de Porres era reconocido por su caridad, por su penitencia y por su
oración, pero también era conocido por sus numerosos milagros, como por ejemplo
curaciones instantáneas, que sobrevenían a veces con la sola presencia del
santo mulato. Muchos lo vieron entrar y salir de recintos estando las puertas
cerradas. Otros lo vieron en dos lugares al mismo tiempo. A quien acudía a él,
les decía: “Yo te curo, Dios te sana”.
Además
de enfermero, era herbolario, cultivando plantas medicinales para aliviar a los
enfermos. También era muy amable con los animales, quienes parecían entender lo
que les decía. Una vez hubo una infestación de ratas en el convento, y San
Martín les pidió que salieran y fueran a otro lugar, preparado por él, para
alimentarse. Las ratas abandonaron el convento en masa. Se lo representa con
una escoba –era parte de su quehacer como hermano lego, la limpieza del
convento-, dando de comer, en un solo plato, a perro, gato y ratón.
A
los sesenta años de edad, luego de vivir toda una vida dedicada a la oración,
al trabajo humilde y a la caridad con los más necesitados, Fray Martín cayó
enfermo, con el presentimiento de que estaba próximo a partir a la eternidad.
El pueblo se conmovió y, mientras en la calle toda Lima lloraba, el mismo
Virrey fue a verlo a su lecho de muerte para besar la mano de quien se decía de
sí mismo que era un “perro mulato”, tal era la veneración que todos le tenían.
Poco después, mientras se le rezaba el Credo, besando el crucifijo con profunda
alegría, el santo partió. Fue canonizado el 6 de mayo de 1962 por el Papa Juan
XXIII.
Mensaje
de santidad de San Martín de Porres
Como vimos, una de las cosas por las que el
pueblo limeño conocía a San Martín de Porres, era por sus milagros y por las
curaciones espontáneas obtenidas con su sola presencia. Sin embargo, no radica
aquí su santidad, es decir, no fue por esto por lo que Fray Martín subió al
cielo, sino por su oración, su humildad, y su caridad, sobre todo para con los
más enfermos. ¿Por qué? Porque en los dones sobrenaturales como las curaciones,
desde las más pequeñas hasta las más portentosas, quien actúa con su poder
divino, sanando todas las dolencias, es Dios; el santo lo único que hace es ser
un intercesor, entre Dios y los hombres, a favor de estos últimos. En otras
palabras, en las curaciones, todo el “trabajo”, lo hace Dios. Por el contrario,
cuando se trata de virtudes que deben ejercitarse en grado heroico –piedad,
humildad, paciencia, caridad-, es también Dios quien interviene con su gracia,
pero al mismo tiempo, se necesita de la participación voluntaria del santo,
quien debe esforzarse para secundar el movimiento primigenio de la gracia que
lo quiere conducir al vencimiento de sí mismo y a la santidad. Por ejemplo, una
persona recibe una moción del Espíritu Santo, una gracia actual, para que rece:
si el alma se deja llevar por la acedia espiritual, no rezará, y esa gracia se
perderá; si en cambio, venciéndose a sí mismo y por amor a Dios, reza, entonces
la gracia no se desaprovechará, y así el alma continuará creciendo “en gracia y
santidad”. Este es el principal mensaje de santidad de San Martín de Porres,
mensaje al cual estamos invitados, luego de escucharlo, a imitar.
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