Los santos dan testimonio
durante toda su vida; los mártires también, pero ante todo, en el momento de su
muerte. Ahora bien, el testimonio que dan los mártires al momento de morir,
tiene que ser considerado como inspirado por el mismo Espíritu Santo, y por el
siguiente motivo: debido a que son capaces de soportar torturas inhumanas y
tormentos que van más allá de los límites de la resistencia humana, es
indudable que los mártires están asistidos por la fuerza sobrehumana y divina del
Espíritu Santo, ya que es imposible explicar de otro modo el grado de
resistencia que demuestran. Si esto es así con el testimonio corporal, sucede
lo mismo con el testimonio verbal de los mártires, puesto que nada a su
alrededor justifica la confesión de las verdades sobrenaturales por las que dan
sus vidas: los amenazan con hierros candentes, los sumergen en el mar para
ahogarlos, están rodeados de enemigos que sólo desean su muerte, y sin embargo,
lejos de amedrentarse, de sus labios salen verdades que permanecen no sólo en
el tiempo sino por la eternidad.
En el caso de Santa Cecilia,
su testimonio es eminentemente trinitario y está dado ante todo por su cuerpo,
y por el siguiente motivo: con el objetivo de decapitarla, el verdugo descargó
sobre su cuello tres golpes, los cuales no consiguieron su objetivo de
decapitarla, pero estos tres golpes son un primer testimonio de la Santísima Trinidad:
un golpe por cada Persona de la
Trinidad; luego, agoniza por tres días, también dando
testimonio, por cada día, por cada Persona de la Trinidad; finalmente, en
los tres días de agonía, una de sus manos quedó con dos dedos doblados y tres
en alto, indicando también la Santísima
Trinidad.
Santa Cecilia dio su vida no
por un dios pagano, sino por el Único y Verdadero Dios, Uno en naturaleza y
Trino en Personas; dio su vida por las Personas Divinas, que poseen la misma
Esencia y el mismo Ser divino, Perfectísimo, y poseen la misma majestad y la
misma gloria infinita y el mismo poder omnipotente; dio su vida por las Tres Personas
Divinas que hay en el Único Dios Viviente, las Personas que disponen todo en la
vida del cristiano para llevarlo al cielo, a la feliz eternidad. Pero también
da testimonio de la Segunda Persona
encarnada, es decir, Jesucristo, el Hombre-Dios, porque los dos dedos doblados
hacia abajo, significan el alma y el cuerpo del Hombre Jesús de Nazareth,
asumidos por la Segunda Persona
de la Santísima Trinidad,
Dios Hijo. Además, el dedo índice de la mano derecha señala hacia abajo, con lo cual indica Santa Cecilia la tierra adonde vino a padecer y morir en Cruz nuestro Redentor.
En una época dominada por el
gnosticismo, según el cual cada uno construye la imagen del dios que le plazca,
puesto que no hay verdades absolutas sino relativas, el testimonio de la mártir
Santa Cecilia, acerca de las Tres Personas de la Santísima Trinidad,
y acerca de Jesús en cuanto Dios Hijo en Persona, encarnado, que ha asumido una
naturaleza humana sin dejar de ser Dios, constituye un silencioso grito que
ensordece al mundo gnóstico de nuestros días: “Dios es Uno y Trino; Cristo es
Dios”.
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