Jesús se le apareció a Santa Margarita y le mostró su
Sagrado Corazón, el cual estaba envuelto en llamas, circundado de espinas, con
una cruz encima y con la herida abierta, producto del lanzazo recibido en la
Cruz.
En esta visión, está condensado el mensaje de Amor que Dios
da a la humanidad: las llamas representan al Amor divino, el Espíritu Santo,
que envuelve a la humanidad de Cristo; el mismo Corazón, mostrado por Jesús,
que en el hombre es sede natural de los afectos y del amor, es un signo visible
de que Dios nada se guarda para sí en su intento de conquistar el alma humana
por el Amor; la herida abierta significa que el Amor ardiente del Ser divino
trinitario, que quiere ser comunicado a los hombres, ya no puede ser contenido,
liberándose incontenible, como un aluvión de fuego de Amor vivo, a través de la
Sangre que mana del Corazón traspasado; las espinas, representan los pecados de
los hombres y su dureza de corazón, que rechazan con frialdad el don del Amor
divino obsequiado sin reservas en el Sagrado Corazón; por último, la Cruz, significa
que el don del Sagrado Corazón lo ofrece Dios Padre en la Cruz, y por tal
motivo, quien quiera recibirlo, lo único que debe hacer es acercarse, con el
corazón contrito y humillado, a Cristo crucificado.
Cuando se hacen todas estas consideraciones, se puede
apreciar la magnitud de la aparición recibida por Santa Margarita, y se puede
pensar, con justa razón, que la santa fue sumamente afortunada al ser elegida
para una visión tan grande. Sin embargo, cuando se compara la visión con el don
recibido en la comunión eucarística cotidiana, esa apreciación cambia, puesto
que la visión es eso, mientras que el don eucarístico actualiza en la realidad
lo que la visión muestra.
En la Santa Misa, no se aparece visiblemente el Sagrado
Corazón, porque está oculto detrás de algo que tiene apariencia de pan, y ya no
es pan. El Sagrado Corazón está oculto, invisible, en la Sagrada Eucaristía,
realmente presente, tal como se le apareció a Santa Margarita: envuelto en
llamas, circundado de espinas, con una cruz encima y con la herida abierta,
producto del lanzazo recibido en la Cruz. Pero todavía hay algo más, que hace a
la Santa Misa infinitamente superior a la aparición que Santa Margarita tuvo
del Sagrado Corazón: Jesús, cuando se le apareció, solo le mostró su Sagrado
Corazón, pero no se lo dio en alimento; a nosotros, en cambio, en cada
comunión, nos lo brinda para que seamos alimentados con el Amor divino que
inhabita en Él.
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