San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 22 de noviembre de 2011

Santa Cecilia mártir



Se cree que Santa Cecilia nació en Roma, en el seno de una familia noble, y que fue casada contra su voluntad con un joven pagano llamado Valeriano[1].

Cecilia logró que su marido respetara su virginidad y se convirtiera al cristianismo.

Las actas del martirio de la santa afirman que pertenecía a una familia patricia de Roma y que fue educada en el cristianismo. Solía llevar un vestido de tela muy áspera bajo la túnica propia de su dignidad, ayunaba varios días por semana y había consagrado a Dios su virginidad. Fue obligada a contraer matrimonio con un joven pagano llamado Valeriano, pero según las mismas actas, el día de la celebración del matrimonio, mientras los músicos tocaban y los invitados se divertían, Cecilia se sentó en un rincón a cantar a Dios en su corazón y a pedirle que la ayudase.

Cuando los jóvenes esposos se retiraron a sus habitaciones, Cecilia, armada de todo su valor, dijo dulcemente a su esposo: “Tengo que comunicarte un secreto. Has de saber que un ángel del Señor vela por mí. Si me tocas como si fuera yo tu esposa, el ángel se enfurecerá y tú sufrirás las consecuencias; en cambio si me respetas, el ángel te amará como me ama a mí”. Valeriano replicó: “Muéstramelo. Si es realmente un ángel de Dios, haré lo que me pides”. Cecilia le dijo: “Si crees en el Dios vivo y verdadero y recibes el agua del bautismo verás al ángel”. Valeriano accedió, se convirtió y fue bautizado.

Luego Valeriano, junto a su hermano y a otro romano convertido, fueron decapitados por haber dado sepelio a otros mártires, y Cecilia sepultó los cadáveres. Ante esta actitud, Cecilia fue llamada para que también renunciase a la fe y debido a que se negó a hacerlo, fue condenada a morir en la hoguera, pero aunque los soldados estuvieron todo un día atizando el fuego, no le sucedió nada a Cecilia.

Finalmente, el prefecto romano envió a un soldado a decapitarla, el cual descargó tres veces la espada sobre su cuello sin lograr su propósito –es decir, sin lograr decapitarla totalmente- y la dejó tirada en el suelo, agonizando. Cecilia pasó tres días entre la vida y la muerte. Una de sus manos quedó con dos dedos doblados y tres en alto, indicando la Santísima Trinidad.

Las actas señalan también que, al igual que en su matrimonio, cantó también durante el tormento, por lo cual es patrona de los músicos.

Todo cristiano está llamado a imitar a Santa Cecilia en su vida: como ella, el cristiano está llamado a unirse en místicas nupcias con Dios Uno y Trino; como ella, el cristiano está llamado a dar testimonio de la Trinidad y de la Encarnación del Hijo de Dios, de su Pasión y Resurrección, y aunque este testimonio no sea cruento, el cristiano está llamado al martirio cotidiano que supone vivir la fe en Cristo Dios en un mundo paganizado; como Santa Cecilia, todo cristiano está llamado a cantar a Dios Trinidad en su corazón, en todo tiempo, como anticipo del canto de alabanza y glorificación que ha de entonar en los cielos, por la eternidad; como Santa Cecilia, que con su cuerpo agonizante testimonió el misterio de la Santísima Trinidad, porque recibió tres golpes, uno por cada Persona, y con los dedos de su mano señalaba el número tres, así el cristiano está llamado a dar testimonio de Dios, no como Dios Uno, sino como Dios Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, pues son las Tres Personas Divinas, que poseen la misma Esencia y el mismo Ser divino, la misma majestad y la misma gloria y poder, las que disponen todo en la vida del cristiano para llevarlo al cielo, a la feliz eternidad.


[1] Cfr. Butler, Vida de los Santos, Vol. IV.

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