Santa Mónica es ejemplo de amor a las almas y también de amor al Cielo, a la vida eterna del Reino de los cielos.
Es ejemplo de amor a las almas, porque durante treinta años
no sólo rezó por la conversión de su hijo Agustín, sino también hacía
sacrificios, penitencias, ayunos, llegando incluso a derramar abundantes
lágrimas de dolor, pero no porque su hijo simplemente “no se portaba bien”,
sino porque San Agustín no se convertía a Jesucristo y no se encontraba en un
camino de santidad espiritual, ya que en su sincera búsqueda de la Verdad, iba
de una secta a otra, hasta que por las oraciones de Santa Mónica, recibió la
gracia de la conversión, conoció a Jesucristo y se convirtió en uno de los más
grandes santos de la Iglesia Católica.
Santa Mónica es también ejemplo de amor al Cielo, es decir,
a la vida eterna en el Reino de los cielos, a la vida de la gloria de los hijos
de Dios, que consiste en la contemplación gozosa, por toda la eternidad, de
Dios Uno y Trino y del Cordero, que es la Lámpara de la Jerusalén celestial. Según
ella misma le dijo a su hijo San Agustín, poco antes de morir, que ya no
deseaba nada de esta tierra: lo único que deseaba era morir a la vida terrena
para vivir en la eternidad, en el Reino de los cielos.
Amor a las almas, rezar por ellas pidiendo por su
conversión, despreciar esta vida terrena y desear vivir para siempre en la
alegre contemplación de la Trinidad y del Cordero de Dios, en compañía de la
Virgen, de los ángeles y de los santos, ése es el mensaje de santidad que nos
deja Santa Mónica.
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