Vida
de santidad[1].
San Bartolomé Apóstol es también conocido como Natanael de
Caná en Galilea y fue uno de los doce apóstoles de Jesús, quien aparece en el
Evangelio según San Juan, en la que es presentado a Jesús por el Apóstol Felipe
(Jn 1,43-51). El Señor lo llamó para
que le siguiese y fuese uno de sus doce apóstoles. Después de la Ascensión del
Señor, se dice que predicó el Evangelio en la India, donde fue coronado con el
martirio en Armenia, siendo decapitado o desollado vivo: todavía con vida le
arrancaron la piel y fue decapitado por el Rey Astyages en Derbend. Según la
tradición este martirio ocurrió en Abanópolis, en la costa occidental del Mar
Caspio, después de haber predicado también en Mesopotamia, Persia y Egipto. Es
por esta razón que a veces le podemos encontrar retratado sin piel o de pie con
su libro en la mano y un demonio negro encadenado (Astaruth) a sus pies.
Mensaje de santidad.
Fue el Apóstol San
Felipe quien lo llevó a encontrarse con Jesús, ya que San
Bartolomé es la misma persona que Natanael, mencionado en el Evangelio de San
Juan, donde se nos dice que era de Caná. (Jn
21, 2). Según el relato evangélico, Felipe encontró a Natanael y le dijo:
"Hemos hallado a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los
Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret". Natanael le preguntó:
"¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?" "Ven y verás",
le dijo Felipe. Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: "Este es un
verdadero israelita, en quien no hay engaño". "¿De dónde me
conoces?" (le preguntó Natanael) Jesús le respondió: "Yo te vi antes
que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera". Natanael le
respondió: "Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de
Israel". Este encuentro personal con Jesús y el reconocimiento inmediato –mediado
por la gracia- de que Jesús es el “Hijo de Dios” y no “el hijo del carpintero”
y la inmediata adhesión de Natanael a Jesús con todo su ser, con todo su
corazón, con toda su alma, es el más grande ejemplo de santidad que nos deja
San Bartolomé. Es decir, San Bartolomé no se contenta con solo “saber” de
Jesús: iluminado por la gracia, su entendimiento comprende que Jesús es Dios y
su corazón se inflama en el amor de Jesús en cuanto Hombre-Dios, amor que lo
lleva luego a dar la vida por Jesús. Es en esto en lo que consiste la verdadera
conversión del corazón, que no es solo el desapego de las cosas del mundo y de
esta vida terrena, sino el apego a la Vida eterna encarnada que es Jesucristo,
apego que lleva a entregar la vida terrena, como lo hizo San Bartolomé, con tal
de permanecer unido a Cristo Dios. La mayoría de las veces, nos contentamos,
como católicos, con saber que somos cristianos porque hemos sido bautizados;
nos contentamos con un conocimiento superficial de Jesucristo, pero no nos
adherimos, como hizo San Bartolomé, con todo su ser, con toda su alma, con
todas sus fuerzas. Al recordarlo en su día, le pidamos al santo que interceda
por nosotros para que tomemos conciencia de que la verdadera conversión
consiste en olvidar este mundo pasajero y fijar la vista y el corazón del alma
en Jesús crucificado y en Jesús Eucaristía. Sólo así podremos dar testimonio de
Cristo cotidianamente e incluso hasta dar la vida, si se produjera el caso de
una persecución sangrienta como la que sufrió San Bartolomé.
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