San Antonio de Padua se caracterizó, además de llevar una
gran vida de santidad, por realizar milagros aun estando en vida; continuó y
continúa haciéndolos desde el Cielo, como todo santo, pero también los hizo en
vida. Uno de sus milagros más espectaculares fue el de una mula que se
arrodilló ante la Eucaristía y sucedió del siguiente modo: en el pueblo en
donde predicaba San Antonio –quien era ferviente adorador eucarístico- había un
hereje llamado Bonino, el cual negaba públicamente las enseñanzas de la Iglesia
acerca de la Eucaristía. Para el hereje Bonino, lo que sucedía en la Santa Misa
era lo que se conoce como “empanación”, es decir, que Jesús se convierte en
pan, con lo cual la Eucaristía no es más que un poco de pan bendecido sobre el
altar y nada más. Ahora bien, esta teoría de la empanación es herética y
errónea, absolutamente contraria a lo que enseña la fe de la Iglesia Católica,
según la cual, por el milagro de la transubstanciación, por las palabras de la
consagración, la substancia del pan del altar se convierte en la substancia del
Cuerpo de Cristo y la substancia del vino del cáliz se convierte en la substancia de la Sangre de Cristo, es decir,
exactamente al revés de lo que decía el hereje Bonino: no es que Jesús se
convierte en pan, sino que el pan se convierte en Jesús, que es el Hijo de Dios
encarnado.
Sucedió un día que el hereje vio a San Antonio y le propuso
el siguiente desafío: como él tenía una mula, haría lo siguiente, la mantendría
sin comer ni beber durante tres días, al cabo de los cuales, le ofrecería agua
y alimento; además, el santo debía estar con la custodia y con el Santísimo
Sacramento, de pie al otro lado del alimento: si el animal se dirigía a la
Eucaristía, él, Bonino, prometía que se iba a convertir; si el animal se
dirigía al alimento, continuaría con sus creencias erróneas. San Antonio aceptó
el desafío y fue así que Bonino no alimentó a su mula ni le dio de beber agua
por tres días. Al término de los tres días, colocaron el alimento y el agua
para la mula en un extremo de la plaza, mientras que San Antonio, con la custodia
y el Santísimo Sacramento, se colocaba en otro extremo. Soltaron a la mula y,
cuando todos creían que ésta si iba a dirigir directamente al agua y al
alimento, cambió de dirección y se dirigió adonde estaba San Antonio con la
Eucaristía, acercándose al santo. Sin embargo, ahí no terminó todo: ante una
orden del santo de que el animal doblara sus patas ante su Creador, la mula
efectivamente dobló sus patas delanteras, en un movimiento equivalente al que
hace el ser humano cuando se arrodilla, como por ejemplo el sacerdote, cuando
se arrodilla ante la Eucaristía después de la consagración, para adorarla. Sólo
después de adorar a la Eucaristía, arrodillándose ante el Santísimo Sacramento
del altar, la mula se dirigió hacia el agua y el alimento. Ante este milagro
eucarístico, el hereje Bonino, cumpliendo su palabra, se convirtió y dejó de
lado sus creencias erróneas y comenzó a creer en la Presencia real, verdadera y
substancial de Jesús en la Eucaristía. Es decir, dejó de creer en la empanación
–Jesús se convierte en pan- y comenzó a creer en la transubstanciación –la substancia
del pan se convierte en el Cuerpo de Jesús y el vino en su Sangre- y así
regresó a la Iglesia Católica, convirtiéndose en uno de los más fervientes
adoradores de la Eucaristía.
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