San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 12 de junio de 2021

San Antonio de Padua y el milagro eucarístico

 



         San Antonio de Padua se caracterizó, además de llevar una gran vida de santidad, por realizar milagros aun estando en vida; continuó y continúa haciéndolos desde el Cielo, como todo santo, pero también los hizo en vida. Uno de sus milagros más espectaculares fue el de una mula que se arrodilló ante la Eucaristía y sucedió del siguiente modo: en el pueblo en donde predicaba San Antonio –quien era ferviente adorador eucarístico- había un hereje llamado Bonino, el cual negaba públicamente las enseñanzas de la Iglesia acerca de la Eucaristía. Para el hereje Bonino, lo que sucedía en la Santa Misa era lo que se conoce como “empanación”, es decir, que Jesús se convierte en pan, con lo cual la Eucaristía no es más que un poco de pan bendecido sobre el altar y nada más. Ahora bien, esta teoría de la empanación es herética y errónea, absolutamente contraria a lo que enseña la fe de la Iglesia Católica, según la cual, por el milagro de la transubstanciación, por las palabras de la consagración, la substancia del pan del altar se convierte en la substancia del Cuerpo de Cristo y la substancia del vino del cáliz se convierte en la  substancia de la Sangre de Cristo, es decir, exactamente al revés de lo que decía el hereje Bonino: no es que Jesús se convierte en pan, sino que el pan se convierte en Jesús, que es el Hijo de Dios encarnado.

         Sucedió un día que el hereje vio a San Antonio y le propuso el siguiente desafío: como él tenía una mula, haría lo siguiente, la mantendría sin comer ni beber durante tres días, al cabo de los cuales, le ofrecería agua y alimento; además, el santo debía estar con la custodia y con el Santísimo Sacramento, de pie al otro lado del alimento: si el animal se dirigía a la Eucaristía, él, Bonino, prometía que se iba a convertir; si el animal se dirigía al alimento, continuaría con sus creencias erróneas. San Antonio aceptó el desafío y fue así que Bonino no alimentó a su mula ni le dio de beber agua por tres días. Al término de los tres días, colocaron el alimento y el agua para la mula en un extremo de la plaza, mientras que San Antonio, con la custodia y el Santísimo Sacramento, se colocaba en otro extremo. Soltaron a la mula y, cuando todos creían que ésta si iba a dirigir directamente al agua y al alimento, cambió de dirección y se dirigió adonde estaba San Antonio con la Eucaristía, acercándose al santo. Sin embargo, ahí no terminó todo: ante una orden del santo de que el animal doblara sus patas ante su Creador, la mula efectivamente dobló sus patas delanteras, en un movimiento equivalente al que hace el ser humano cuando se arrodilla, como por ejemplo el sacerdote, cuando se arrodilla ante la Eucaristía después de la consagración, para adorarla. Sólo después de adorar a la Eucaristía, arrodillándose ante el Santísimo Sacramento del altar, la mula se dirigió hacia el agua y el alimento. Ante este milagro eucarístico, el hereje Bonino, cumpliendo su palabra, se convirtió y dejó de lado sus creencias erróneas y comenzó a creer en la Presencia real, verdadera y substancial de Jesús en la Eucaristía. Es decir, dejó de creer en la empanación –Jesús se convierte en pan- y comenzó a creer en la transubstanciación –la substancia del pan se convierte en el Cuerpo de Jesús y el vino en su Sangre- y así regresó a la Iglesia Católica, convirtiéndose en uno de los más fervientes adoradores de la Eucaristía.

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