Vida de santidad[1].
San Blas, obispo de
Sebaste de Armenia y mártir, que, por
ser cristiano, padeció en tiempo del emperador Licinio en la ciudad de Sebaste
de Armenia (Sivas de la actual Turquía) (c. 320). Era el año 316. Parece
que San Blas, siguiendo la advertencia del Cielo, huyó de la persecución y se
refugió en una gruta. La Tradición nos presenta al anciano obispo rodeado de
animales salvajes que lo visitan y le llevan alimento; pero como los cazadores
van detrás de estos animales, el santo fue descubierto y llevado amarrado como
un malhechor a la cárcel de la ciudad. A pesar de los prodigios que el santo
hacía en la cárcel, lo llevaron a juicio y como no quiso renegar de Cristo y
sacrificar a los ídolos, fue condenado al martirio: primero lo torturaron y
después le cortaron la cabeza con una espada. A San Blas se le atribuye un
milagro y que ha perpetuado la conocida bendición contra el mal de la garganta.
En efecto, se conoce que mientras llevaban al santo al martirio, una mujer se
abrió paso entre la muchedumbre y colocó a los pies del santo obispo a su hijo
que estaba muriendo sofocado por una espina de pescado que se le había
atravesado en la garganta. San Blas puso sus manos sobre la cabeza del niño y
permaneció en oración. Un instante después el niño estaba completamente sano.
Este episodio lo hizo famoso como obrador de milagros en el transcurso de los siglos, y
sobre todo para la curación de las enfermedades de la garganta.
Mensaje de santidad.
Debido a esta curación milagrosa, es que se origina la
Tradición de bendecir las gargantas y es por esto que San Blas es el Patrono de
los que padecen alguna afección de la garganta. Le pidamos a San Blas que nos
proteja de todo mal de garganta, en el sentido de que, si es la voluntad de
Dios, no nos enfermemos, ni de la garganta ni de ningún mal corporal, pero le
pidamos al santo una gracia todavía más importante: le pidamos la gracia de que
por nuestras gargantas no solo no salga mala palabra alguna, ni maledicencia alguna, ni mentira alguna, sino que solo
salgan palabras de bendición y misericordia para nuestro prójimo –incluido el
que es nuestro enemigo- y que solo salgan palabras de acción de gracias, de
amor y de adoración hacia Dios Uno y Trino. De nada nos valdría tener la
garganta sana físicamente, sin ninguna afección corporal, si no bendijéramos a
nuestro prójimo y si no alabáramos, ensalzáramos y adoráramos a nuestro Dios.
Es esta gracia la que vamos a pedir a San Blas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario