Sucedió
en la vida del santo que el emperador, atizado por su esposa Eudoxia, enemistada
con el santo, decretó que San Juan quedaba condenado al destierro[1].
Al saber tal noticia, un inmenso gentío se reunió en la catedral, y Juan
Crisóstomo pronunció uno de sus más hermosos sermones. Decía: “¿Que me
destierran? ¿A qué sitio me podrán enviar que no esté mi Dios allí cuidando de
mí? ¿Que me quitan mis bienes? ¿Qué me pueden quitar si ya los he repartido
todos? ¿Que me matarán? Así me vuelvo más semejante a mi Maestro Jesús, y como
El, daré mi vida por mis ovejas...”.
Este
sermón nos viene bien a nosotros, hombres del siglo XXI, siglo caracterizado
por el materialismo y el bienestar material. Frente al destierro, San Juan
Crisóstomo no tiene ningún temor, pues sabe que Dios estará con él, allí donde
sea que lo destierren y quien tiene por compañía a Dios, nada más debe temer ni
querer: “¿Que me destierran? ¿A qué sitio me podrán enviar que no esté mi Dios
allí cuidando de mí?”. Esto nos enseña a confiar en el Amor y en el cuidado
amoroso que Dios tiene de nosotros, aún en las situaciones más difíciles y
atribuladas que puedan existir.
Al
desterrarlo, ordenan que sus bienes sean confiscados, pero el santo nada teme,
porque sus bienes ya los ha repartido todos entre los pobres: “¿Qué me quitan
mis bienes? ¿Qué me pueden quitar si ya los he repartido todos?”. De esta
manera, el santo nos enseña a no estar apegado a los bienes de la tierra y no
sólo eso: si queremos obtener una mansión en el Reino de los cielos, debemos
dar a los pobres nuestros bienes terrenos, tal como él lo hizo.
Por
último, no sólo lo amenazan con el destierro, sino con la muerte, pero esto
tampoco amedrenta al santo, ya que con la muerte se hará más parecido a su
Señor Jesús, que dio su vida en la cruz por la salvación de los hombres “¿Que
me matarán? Así me vuelvo más semejante a mi Maestro Jesús, y como El, daré mi
vida por mis ovejas”. Así nos enseña el santo que no debemos estar apegados a
esta vida terrena, sino que debemos tener la disposición a entregarla, no de
cualquier manera, sino en la cruz y por la cruz, para que nos asemejemos, en la
vida y en la muerte, a Nuestro Señor Jesús, que por nuestra salvación entregó
su vida y murió en la cruz.
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