San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 13 de septiembre de 2019

San Juan Crisóstomo


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Sucedió en la vida del santo que el emperador, atizado por su esposa Eudoxia, enemistada con el santo, decretó que San Juan quedaba condenado al destierro[1]. Al saber tal noticia, un inmenso gentío se reunió en la catedral, y Juan Crisóstomo pronunció uno de sus más hermosos sermones. Decía: “¿Que me destierran? ¿A qué sitio me podrán enviar que no esté mi Dios allí cuidando de mí? ¿Que me quitan mis bienes? ¿Qué me pueden quitar si ya los he repartido todos? ¿Que me matarán? Así me vuelvo más semejante a mi Maestro Jesús, y como El, daré mi vida por mis ovejas...”.
Este sermón nos viene bien a nosotros, hombres del siglo XXI, siglo caracterizado por el materialismo y el bienestar material. Frente al destierro, San Juan Crisóstomo no tiene ningún temor, pues sabe que Dios estará con él, allí donde sea que lo destierren y quien tiene por compañía a Dios, nada más debe temer ni querer: “¿Que me destierran? ¿A qué sitio me podrán enviar que no esté mi Dios allí cuidando de mí?”. Esto nos enseña a confiar en el Amor y en el cuidado amoroso que Dios tiene de nosotros, aún en las situaciones más difíciles y atribuladas que puedan existir.
Al desterrarlo, ordenan que sus bienes sean confiscados, pero el santo nada teme, porque sus bienes ya los ha repartido todos entre los pobres: “¿Qué me quitan mis bienes? ¿Qué me pueden quitar si ya los he repartido todos?”. De esta manera, el santo nos enseña a no estar apegado a los bienes de la tierra y no sólo eso: si queremos obtener una mansión en el Reino de los cielos, debemos dar a los pobres nuestros bienes terrenos, tal como él lo hizo.
Por último, no sólo lo amenazan con el destierro, sino con la muerte, pero esto tampoco amedrenta al santo, ya que con la muerte se hará más parecido a su Señor Jesús, que dio su vida en la cruz por la salvación de los hombres “¿Que me matarán? Así me vuelvo más semejante a mi Maestro Jesús, y como El, daré mi vida por mis ovejas”. Así nos enseña el santo que no debemos estar apegados a esta vida terrena, sino que debemos tener la disposición a entregarla, no de cualquier manera, sino en la cruz y por la cruz, para que nos asemejemos, en la vida y en la muerte, a Nuestro Señor Jesús, que por nuestra salvación entregó su vida y murió en la cruz.

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