Ícono de San Atanasio (izquierda) y San Cirilo de Alejandría.
Nació en Egipto, Alejandría, en el año 295 y estudió
derecho y teología. Luego de retirarse por un tiempo para realizar vida
ermitaña, regresó a la ciudad, en donde se dedicó totalmente al servicio de
Dios. Precisamente, San Atanasio se caracterizó por servir a Dios de un modo
particular: enfrentándose a Arrio, un sacerdote católico que, apostatando de la
verdad, proclamaba la herejía de que “Cristo no era Dios por naturaleza”. Debido
a que se trataba de una herejía de suma gravedad, se organizaron concilios
ecuménicos para enfrentar este error. El primer Concilio se celebró en Nicea, ciudad
del Asia Menor. Atanasio, que por ese entonces era diácono, acompañó a este
concilio a Alejandro, obispo de Alejandría, sosteniendo la verdad católica con doctrina
recta y gran valor. Finalmente, el Concilio excomulgó a Arrio y condenó su
doctrina arriana.
Al poco tiempo falleció el patriarca de Alejandría y San
Atanasio fue elegido como patriarca de la ciudad; sin embargo, fue desterrado
de la misma por el complot de los arrianos en su contra, quienes no cejaron
hasta expulsarlo de la ciudad. Regresó a la ciudad en 336, siempre combatiendo
la herejía arriana y fue nuevamente expulsado de la misma en el año 342,
dirigiéndose entonces a Roma. Sin abandonar nunca la verdad de la doctrina
católica acerca de la Encarnación del Verbo, regresó nuevamente a Alejandría,
ocho años más tarde, aunque debió refugiarse en el desierto para evitar que sus
enemigos lo apresaran. Vivió con los anacoretas durante seis años en el
desierto, para luego regresar a Alejandría, aunque a los cuatro meses tuvo que
huir de nuevo. Después de un cuarto retorno, se vio obligado, en el año 362, a
huir por quinta vez; finalmente, pudo regresar definitivamente a su sede,
falleciendo el 2 de mayo del año 373. Escribió numerosas obras, como, por
ejemplo, lo que se conoce como el Credo de San Atanasio.
Mensaje de santidad.
Además de su vida de santidad, el gran mérito de San
Atanasio fue mantenerse incólume, a pesar de las persecuciones -tuvo que huir cinco
veces de su ciudad-, en la fe católica acerca de Jesucristo, la cual afirma que
es la Segunda Persona de la Trinidad encarnada. No es indiferente ser
partidario o no de la herejía arriana, puesto que esta atenta contra la médula
de la fe católica, al negar la naturaleza divina de Jesucristo y, por lo tanto,
niega que Él sea la Segunda Persona de la Trinidad encarnada. Para Arrio, Jesús
fue una creatura, excelente y santa, sí, pero creatura al fin y al cabo: él no
concebía que Jesús no fuera creado, sino engendrado desde la eternidad, en el
seno del Padre, tal como lo enseña la recta doctrina católica. Si no se cree en
esta verdad, quien crea en esta herejía arriana se aleja radicalmente de la fe
en Cristo. Ahora bien, la herejía arriana tiene consecuencias en la fe
eucarística: si Cristo no es Dios, entonces no prolonga su Encarnación en la
Eucaristía, por lo que la Eucaristía pasa a ser un trocito de pan bendecido en una
ceremonia religiosa. Es decir, la herejía arriana es tan grave que no solo
atenta contra la fe en Cristo, sino que atenta contra la verdad de la
Eucaristía: en efecto, si Cristo no es Dios por naturaleza, entonces el Verbo
no se encarnó y si no se encarnó, no prolonga su encarnación en la Eucaristía,
tal como ocurre. Pidamos a San Atanasio para que nunca reneguemos de esta
verdad, que él defendió con su vida: Cristo es Dios Hijo, la Segunda Persona de
la Trinidad, que se encarnó en el seno de María Virgen y que prolonga su
Encarnación en la Eucaristía.
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